El asunto Karadima ha ido mucho más allá del despliegue comunicacional sobre las bajezas de un pobre hombre, elevado por años en un pedestal de semidiós criollo y desnudado después, en parte importante, en sus vicios públicos y sus atropellos delictivos.
Ha mostrado que en Chile, como en EEUU o Europa, la principal orgánica religiosa de occidente, se ha convertido, desde hace un tiempo, en algo muy parecido a una o varias organizaciones para delinquir, felizmente en crisis y decadencia.
Las “confesiones” y la venta de “indulgencias”, para enriquecer aún más a los dignatarios, dieron paso, en el siglo XVI, a la rebelión de Lutero, Calvino y otros. La pedofilia y la obsesión de la institución con las anomalías sexuales pueden dar paso a rebeliones que no crean necesaria la intermediación burocrática para entender la trascendencia.
Lo de Karadima, siendo grave, es un asunto ínfimo comparado con otros escándalos y delitos producidos en y desde la organización, en Chile y en el mundo.
Seguramente su condena judicial –si la hay- será mucho menor que la que recibirá muy pronto Francisco Valenzuela Sanhueza, el párroco de Putaendo, y la que recibió –con mano suave y colaboradora- Ricardo Muñoz Quintero, que fue párroco de Melipilla.
Karadima abusó de jóvenes de “buenas familias” de nuestro barrio alto, estudiantes, candidatos a curas o universitarios.
El de Putaendo abusó de niños del coro de la parroquia de una pequeña ciudad de provincia.
El de Melipilla promovía el negocio de las putas pobres e infantiles, abusaba de niñas cercanas e incluso violaba reiteradamente a su propia hija, de 4 años.
En comparación con ellos, y con otros que están tapados, Karadima es un niño de pecho, un pimpollo. Un pobre hombre desequilibrado que fue “adornado” por los sectores más reaccionarios de una institución que no pocas veces ha hecho de sus dogmas y de su poder un muro contra el desarrollo humano.
Y, por lo que se sabe del mundo, Karadima casi pasa piola.
Dos o tres perlas:
En Suiza hay una evidente sublevación de católicos contra las normas del Vaticano.
La jerarquía católica de la ciudad de Lucerna reparte condones sin costo a los ciudadanos bajo los lemas “Olvidar es contagioso” y “Protege al prójimo como a ti mismo”. ¿Se atrevería a hacer lo mismo en Chile el ministro de Educación, connotado miembro del Opus Dei?
En Holanda la cosa es peor. No se trata de una sublevación contra el Vaticano sino de una investigación que concluye que miles de menores han sido abusados en instituciones de los salesianos allí. A la congregación salesiana hoy pertenecen, en otras partes del mundo, el Arzobispo Ezzati, en Santiago de Chile, y el cardenal Tarcisio Bertone, Secretario de Estado del Vaticano, el segundo hombre de
La orden salesiana anunció hace pocos días que había decidido cesar de su cargo a su Superior holandés, Herman Spronck, y apartar del sacerdocio – la misma medida que se le aplicó en Chile a Francisco Valenzuela- al padre Van B.
La razón de esto último es que el padre Van B., de 73 años, es, desde hace mucho, militante de la asociación Martjn, organización que defiende abiertamente la pederastia como una actividad “perfectamente legítima”.
El líder de los salesianos de Holanda admitió en una entrevista a RTL News: “Personalmente no condeno las relaciones entre adultos y menores. Depende del niño. No se debe nunca entrar en su espacio personal si el niño no quiere. Pero hay niños que indican que es admisible. En ese caso el contacto sexual es posible”.
No hay duda: Karadima es un pimpollo.