Septiembre 21, 2024

El mal humor de la izquierda

La izquierda no se ha caracterizado por tener muy buen humor. Uno que se las traía, el salvadoreño Roque Dalton, fue fusilado por sus serios compañeros. Las dirigencias izquierdistas en el mundo han sido de una fomedad que enternece y abruma.  Lacónicos, oscuros, tristes y fúnebres los voceros de la izquierda siempre han sido todo lo opuesto a lo que proponen en manifiestos, declaraciones, poemas, canciones e himnos: un futuro de alegría, paz y bienestar.

 

 

 

Por sus caras, da la impresión que el mundo que proponen es gris y serio.

 

Esa amargura explica quizás la absurda y tonta reacción de los seguidores de la diputada Vallejo luego del chiste del comediante Edo Caroe en la Quinta Vergara.

 

¿Quién responde a un chiste? Es la cosa más absurda y estéril que puede existir. ¿Cómo exigir que un comediante tenga algún grado de responsabilidad militante? Si  el humor fuera ordenado, correcto, responsable y disciplinado, no sería.  

 

En adelante, ante esta torpeza encubierta de defensa de principios y valores, será cosa de esperar las respuesta de gangosos, gordos, flacos, suegras, enfermos, colipatos, argentinos, alemanes, animales, y todo aquel que sienta que en una rutina en un escenario se le ataca en lo más profundo de su ser mediante un chiste. El humor habría muerto. Que es lo que pasa, sin ir más lejos, en las dictaduras.

 

Los compañeros comunistas viven en una paranoia que les permite ver en cada alusión a sus militantes, que no sea lisonja o alabanza domiciliaria,  un ataque al corazón mismo de sus ideas, el despliegue del anticomunismo más trasnochado alimentado por El Mercurio, la reacción y el imperialismo.

 

¿Cómo hacerse cargo de lo que dice un chiste, sobre todo que, como se ha visto, en audacia, inteligencia y denuncia, han sido los comediantes quienes van a la vanguardia de la lucha, de haber alguna, contra el sistema? ¿Quién más de la fauna sociopolítica le da tan duro justo donde más les duele? Nadie. Solo los humoristas.

 

Ese lenguaje que humilla al poderoso,  que lo pone al descubierto, que denuncia la corrupción y dice con nombres y apellidos quienes son los sinvergüenzas, los ladrones, los coludidos, los que se ríen de la gente ¿no debería ser el de quienes se dicen enemigos  del sistema?  

 

Pocas cosas tan políticas como lo que pasó en el escenario de la Quinta Vergara. Lo de los humoristas, ha sido lo más notorio y relevante, pero no ha sido lo único.

 

¿Alguien ha vio a algún político en las plateas? Ni uno solo. Escondidos como ratas los que años atrás eran capturados por las cámaras de televisión en medio de la cumbre de estrellas, mujeres despampanantes, galanes de tez bronceada y periodistas de espectáculos. Así está la casta, costra, de dirigentes corruptos: arratonados, escondidos.

 

¿No sigue siendo el festival de Viña y todo el mercado televisivo transmitido en matiné, vermut y noche la demostración de que se ha construido un país en donde la fatuidad, la cosa leve, el pedo de un animador, el revolcón de fulanita con zutanito y la tontera generalizada sirven para encubrir aunque sea por una semana las tremendas tensiones que se enfrentan en una sociedad al borde de la catástrofe social?

 

Ese mostrador de egolatrías, falsedades e historias innecesarias, es un buen paréntesis para una cultura atiborrada de vergüenzas y sinvergüenzas. Un respiro para quienes han estado en el centro del huracán generado por los ladrones y corruptos de misa diaria, escapulario y silicio. Un momento de descanso para la dirigencia que manda el país, tan decaída y decadente, tan golpeada por su desmesurado amor por el dinero, por el poder, por el que muchos de ellos antes abjuraban. Un laboratorio en el que se pueden ver reacciones, fusiones, fisiones, aleaciones y fenómenos que permiten avisar que nuestra sociedad va cuesta abajo en la rodada. Pocas cosas tan política con el Festival de Viña.

 

Los comediantes, en quienes la huella de ese maestro del humor político llamado George Carlin se manifiesta enhorabuena, subieron sus rutinas a la tarima y aprovecharon esa ventana abierta para disparar sus palabrotas, improperios, comparaciones y ridiculizaciones, utilizando para el efecto la idea de que el humor golpea pero no hiere.

 

Hasta donde sabemos, solo los tiranos y sus aprendices censuran a los humoristas. Desde antiguo viene la costumbre de permitir a los bufones de las cortes reírse de los reyes y poderosos sin que les pasara nada porque tenían el privilegio de decir lo que a nadie le estaba permitido. El humor es impune.

 

Que algo pasa en este país lo demuestra lo que ha sucedido con el humor festivalero. Lo que han hecho hasta ahora esos comediantes, ha sido ni más ni menos que interpretar eso que anda en la gente acogotada por los poderosos que mandan en este país.

 

Y no debe resultarles muy difícil hacer sus guiones si lo que viene ocurriendo desde un tiempo hasta esta parte, no es más que un gran chiste: desde la alegría ya viene hasta las consternadas caritas de la presidenta ante la debacle de su nube rosada, no hacen sino permitir que la rabia transite lenta e inexorable hacia la risa más desbordada.

 

Diga usted Guatón Dávalos y la gente se cagará de la risa. Diga Hasbún, y la carcajada es inmediata. Diga Jovino Novoa, y lo que sobreviene es un ataque hilarante. Diga justicia y remate su rutina. Y si se mete en la raja a Piñera y Lagos, la ovación es inmediata.

 

Y si alguien quiere que se haga cargo si el bufón dice Vallejo o Bachelet y lo que sobreviene es una rechifla. ¿Qué culpa tiene el comediante?

 

Y si se va por el lado fácil, aluda al anticomunismo de los ultras y apurones. Pero si se quiere poner serio, piense que más allá de sus propias y aceradas convicciones también hay un mundo, también hay gente que no toda ni  todo el tiempo es huevona. Y que de tarde en tarde se hace una opinión propia de aquellos que salen en la tele enfundados en sus trajes y fueros.

 

Los bufones contemporáneos vienen reemplazando la función de la izquierda para desnudar al poderoso, millonario, político, macho, matón, milico o facho,  en toda su magnífica fetidez. El alarido histérico de El Mercurio es elocuente.

 

Solo por esa razón merecen todo nuestro reconocimiento. Y sería mejor que los compañeros de la diputada Vallejo aprendan algo de la historia y de la vida y comiencen por tomar en serio solo aquello que los haga reír.

 

Santo remedio.

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