EL 2015 HA sido el año más caluroso jamás registrado. Las temperaturas del planeta han sido superiores de 0,13 grados a las de 2014. Lo han confirmado tres informes diferentes, entre ellos el de la NASA. ¿Cuál será nuestro futuro? Según los climatólogos existen dos escenarios, el primero de los cuales preve un aumento de 1,8 grados en las temperaturas en los próximos cincuenta años, lo que desatará la fusión extendida de los glaciares, la subida del nivel del mar, el ahogamiento de los atolones oceánicos, la muerte de los arrecifes de coral, el aumento de tormentas e inundaciones y millones de refugiados ambientales. Y este es el escenario optimista.
El segundo, el pesimista, es lo mismo pero multiplicado por diez. La principal causa de todo esto la conocemos de sobra, hasta el punto de que ya no sólo los científicos, sino también prácticamente todos los gobiernos del mundo están indicando la reducción de gases de efecto invernadero como el principal objetivo estratégico del próximo futuro. Sin embargo, algún soldado sigue en pie en la selva del negacionismo.
El presidente ruso, Vladimir Putin, ha afirmado en varias ocasiones que el temor occidental al cambio climático es un fraude, pensado para frenar el desarrollo industrial de países como Rusia. Como dijo en 2003: “Las temperaturas más cálidas permitirán a los rusos gastar menos en abrigos de piel, mientras que la producción de trigo aumentará, y para ello rendimos gracias a Dios”. Por su parte, el candidato presidencial Donald Trump ha tenido recientemente que defenderse por un ‘tuit’ en el que acusaba a China de haber “inventado el cambio climático para golpear a la industria americana”. Era una broma, dijo.
Los países en desarrollo, reticentes
La conferencia COP21 de París ha puesto en relieve una vez más la división entre los países ricos y los que están en vía de desarrollo, que reclaman el derecho a contaminar para crecer, como hizo Occidente durante décadas. En los Estados Unidos, la presión de los lobbies de la industria petrolera en las políticas climáticas está a la orden del día. China produce el 25% de las emisiones globales de gases de efecto invernadero y no quiere renunciar a su enorme consumo de carbón. India tiene 300 millones de personas que todavía viven sin electricidad, por tanto los objetivos ambientales están subordinados al desarrollo del país. En Japón, el quinto mayor emisor de gases de efecto invernadero, el desastre de Fukushima ha obligado al país a revaluar su estrategia energética y ha revivido el uso del carbón.
Sin embargo, como los que no hace mucho tiempo afirmaban que no había evidencias de los daños provocado por el tabaco, hoy en día los que aún niegan la antropogénesis del cambio climático están perdiendo algo de su encanto. Incluso existe una ley internacional que establece el delito de negacionismo medioambiental. Son culpables, por ejemplo, los científicos que cuestionen las bases del Protocolo de Kyoto. En 2013 tuvo bastante éxito en los EE.UU. una petición que proponía poner a los huracanes los nombres de los políticos que aún niegan el cambio climático, una lista que incluía a doce miembros del Partido Republicano.
La estrategia negacionista es experimentada y los protagonistas son casi siempre los mismos desde los años 50
Un consenso casi unánime
Si la teoría de la evolución continúa siendo rechazada por muchos sectores religiosos, parece que el cambio climático goce ya de un consenso unánime entre las autoridades espirituales. “Las excesivas emisiones nocivas derivadas del uso de combustibles fósiles amenazan con destruir los regalos que nos han sido donados por Dios. Regalos como un medio ambiente equilibrado, aire limpio para respirar, la alternancia regular de las estaciones y océanos en buena saludad”, escribían este año en un documento conjunto las guías islámicas de veinte países. La movilización del mundo musulmán llega después de la encíclica ecologista del Papa Francisco y del Interfaith climate summit de 2014, que reunió a representantes judíos, musulmanes, hindúes, budistas y cristianos contra el calentamiento global.
Cuando se trata de clima o de evolución parece que para ser considerados expertos sea suficiente una licenciatura científica cualquiera. Internet, en particular, es un tesoro en el que se pueden encontrar decenas de estudios en apoyo a las teorías más diversas y pintorescas. Es relativamente fácil seleccionar sólo las pruebas que nos otorgan la razón y descartar las muchas otras que nos explican que estamos equivocados. Pero tampoco puede uno pasarse la vida discutiendo de si la lluvia está mojada. Actualmente, existe un consenso del 97% sobre la teoría del cambio climático antopogénetico, una casi unanimidad que se apoya en miles de evidencias científicas abrumadoras, procedentes de múltiples áreas de investigación y obtenidas con procedimientos universalmente aceptados y con una revisión permanente.
Un tres por ciento de negacionistas
En cambio, ese 3% de artículos negacionistas a menudo está en contradicción entre sí, los temas se repiten y los autores son siempre los mismos, que se citan y se apoyan mutuamente. Se presentan como pensadores libres, antidogmáticos y dispuestos a enfrentarse a la comunidad científica para discutir del calentamiento global. Sus posiciones, sin embargo, a menudo van dirigidas a la defensa de grandes intereses económicos o responden a una búsqueda de visibilidad personal, con algunos sonados medios de comunicación, como los del imperio de Rupert Murdoch, siempre dispuestos a acoger sus tesis.
La estrategia negacionista es experimentada y los protagonistas son casi siempre los mismos desde los años 50. Han pasado sin esfuerzo de negar a los daños del fumo, a los peligros de una guerra nuclear, hasta las responsabilidades humanas en fenómenos tales como las lluvias ácidas y el agujero en la capa de ozono.
La defensa de sectores económicos muy influyentes y de una supuesta y mal interpretada sacralidad del libre mercado ha motivado el nacimiento de estos think tanks, como el HeartlandInstitute de Chicago, que en 2012 lanzó una campaña en la que, junto a las fotografías de dictadores y asesinos famosos, destacaban las palabras “Yo todavía creo en el calentamiento global, ¿y tú?”. A finales de 2013 un estudio publicado en la revista Climate Change examinó 91 organizaciones estadounidenses que se dedican asiduamente a combatir la información correcta sobre el cambio climático.
Los investigadores encontraron que éstas vienen financiadas cada año con casi mil millones de dólares, en gran parte procedentes de donaciones cubiertas. Cuando el río suena, agua lleva.
*Académico argentino. Actual rector de la Universidad de Buenos Aires.