Cuando Bernie Sanders anunció que buscaría la nominación presidencial del Partido Demócrata estadunidense, poca gente lo tomó en serio. Hillary Clinton parecía contar con tanto respaldo que su nominación parecía asegurada, sin dificultades.
Sin embargo, Sanders persistió en su aparente utópica tarea. Para sorpresa de la mayoría de los observadores, el tamaño de los públicos en las reuniones comenzó a crecer constante por todo el país. Su táctica esencial fue atacar a las grandes corporaciones. Dijo que usaban su dinero para controlar las decisiones políticas y aplastar el debate sobre la creciente brecha entre los ganadores en la cúpula y la vasta mayoría del pueblo estadunidense –que ha ido perdiendo ingresos reales y empleos. Para enfatizar su postura, Sanders rehusó aceptar dinero de los grandes donantes cupulares y buscó fondos de individuos que donan cantidades pequeñas.
Haciendo esto, Sanders tocó una vena profunda de descontento popular no sólo entre aquellos situados en la base misma de la escalera del ingreso, sino entre la llamada clase media que teme ser lanzada al estrato del fondo. Hoy, las encuestas muestran que Sanders ha ganado el suficiente respaldo para ser un serio oponente de Clinton.
Sanders tiene limitaciones, especialmente que su encanto con las minorías étnicas y raciales es definido. Pero ha logrado forzar la discusión pública hacia la brecha del ingreso. Ha logrado correr la retórica de Clinton hacia la izquierda, en el intento de ella por recuperar votantes potenciales para Sanders. Sea cual fuere el resultado final de la convención del Partido Demócrata, Sanders ha logrado mucho más de lo que cualquiera habría predicho al inicio de su campaña. Por decir lo menos, ya forzó a un debate serio acerca del programa del Partido Demócrata.
En enero de 2016, parece haber comenzado una campaña paralela en Francia. Es semejante en muchas formas a la de Sanders, pero también diferente debido a las estructuras de las instituciones electorales de ambos países.
Tres intelectuales de izquierda decidieron lanzar un llamado público a una primaria de izquierda (primaire à gauche). Ellos son Yannick Jadot, activista político de largo tiempo en los grupos ambientalistas; Daniel Cohn-Bendit, cuya fama proviene de 1968 pero que por mucho tiempo ha intentado unir a ambientalistas, socialistas de izquierda y fuerzas pro europeas, y, por último, Michel Wieviorka, sociólogo que ha sido asesor de figuras de izquierda en el Partido Socialista.
Los tres redactaron un llamado público a denunciar la pasividad ante las tendencias hacia la derecha en la política francesa, incluida, por supuesto, la creciente fuerza electoral del Front National. Llamaron a un debate público serio acerca de cómo unir las fuerzas de centroizquierda e izquierda para afectar los comicios presidenciales esperados en 2017. Antes de hacer público el llamado, los originadores buscaron respaldos entre conocidos intelectuales de múltiples franjas políticas, incluido Thomas Piketty y Pierre Rosanvallon. Y persuadieron a Libération, el periódico de centroizquierda más grande de Francia, a dedicar un número entero, el 11 de enero de 2016, tanto al llamado como a los múltiples respaldos.
Dos semanas después, el 26 de enero, Libération dedicó otro número a ese llamado. Para ese momento 70 mil personas ya habían firmado el llamado. El número incluía artículos de diversas figuras públicas en torno a los puntos primordiales que deberían plantearse y el mejor modo de impulsarlos. Buena parte del debate se centra sobre cuál es la función de unas elecciones primarias. Todo el concepto de las primarias fue importado de los comicios estadunidenses y es, en sí mismo, respuesta a los inesperados resultados de las elecciones presidenciales de Francia en 2002.
Según las reglas que gobiernan las elecciones presidenciales francesas, a menos que un candidato reciba mayoría de votos, habrá segunda vuelta, en la que sólo participan los dos candidatos con mayores votaciones en la primera vuelta.
El supuesto es que esa primera vuelta es una especie de elección primaria, en la cual todas las tendencias políticas podrían mostrar su fuerza. Se supone, entonces, que en la segunda ronda los dos partidos principales (centroizquierda y centroderecha) son la opción para los votantes.
En 2002, sin embargo, el candidato del Front National, de extrema derecha, marginó al Partido Socialista. La opción de los votantes fue entonces entre el Front National y el partido principal de centroderecha. Enfrentados con esa opción, el Partido Socialista respaldó al candidato de centroderecha para la segunda ronda, permitiéndole ganar de modo avasallador. Lo que ocurrió fue simple. Los candidatos de izquierda y centroizquierda eran demasiados en la primera ronda, y ello impidió que el Partido Socialista obtuviera los sufragios suficientes para entrar a la segunda ronda.
El impacto de las elecciones de 2002 fue traumático para la izquierda francesa. El viejo sistema estaba diseñado para una situación donde hay dos partidos principales. No funciona en una situación tripartita. Para evitar la repetición de esta derrota, en 2011 el Partido Socialista decidió celebrar una primaria del partido, abierta
a quien fuera. Estos comicios fueron exitosos, pues disuadieron a muchos, si no a todos los candidatos de izquierda, de presentarse en estas primarias, dado que ahora podían lanzarse como candidatos en las primarias del Partido Socialista. Lo abierto de esas primarias condujo a muchos votantes centristas a participar en ellas. Esto hizo posible que François Hollande saliera victorioso, por encima de candidatos más de izquierda en las primarias del Partido Socialista. Hollande llegó a la segunda ronda y derrotó al candidato de la derecha, el presidente Nicolas Sarkozy.
Ahora, aunque Hollande es presidente, la última cosa que desea es una elección primaria, en la que pueda salir derrotado. Por otro lado, ha estado perdiendo respaldo en el Partido Socialista, segmento tras segmento, de figuras de la izquierda que han ido renunciando o han sido corridos de sus puestos en el gabinete. El riesgo de permitir más nombres en la primera ronda es que ello podría conducir a la repetición de lo ocurrido en 2002. Al mismo tiempo, Sarkozy también enfrenta una fuerte exigencia para celebrar primarias en su partido, elecciones en las que no hay modo de garantizar que él gane.
El problema con ambos partidos principales es que cada uno está dividido interiormente en múltiples puntos reales. Para los socialistas y las fuerzas de izquierda hay una división entre los programas neoliberales y los del Estado de bienestar
. Existe una grieta sobre cómo define uno el término laïcité (laicismo) –en términos absolutos o permitiendo la identidad cultural. Y existe una grieta en si debe uno fortalecer o debilitar las instituciones europeas. Finalmente, hay ahora un punto candente en la llamada déchéance de nationalité (privación de la nacionalidad), mediante la cual se propone que a las personas que son ciudadanas francesas de nacimiento pueda retirárseles la nacionalidad si se les condena a cualquier cosa definida como ayudar al terrorismo. Esto ha sido una propuesta que antes fue de la derecha y que fue muy confrontada por el Partido Socialista. Hay mucho desasosiego en el partido en torno a revertir esta postura como respuesta a los violentos ataques del Estado Islámico el 13 de noviembre, que transformaron considerablemente los sentimientos del público.
Hollande compite ahora como candidato con una postura conservadora en todos estos asuntos. Espera ganar por ser el candidato que está combatiendo el terrorismo y, por tanto, merece el respaldo de los individuos centristas. Es este Hollande el que las fuerzas de izquierda buscan forzar a un debate público.
El paralelo con Sanders es que el grupo francés puede estar abrevando del mismo descontento popular que Sanders ha utilizado en esta apuesta. La diferencia es que ellos luchan contra un presidente en funciones dispuesto a utilizar cualquier medida de presión concebible para forzar la disciplina de los miembros de su partido. Sabremos tal vez en seis meses si el grupo francés puede ser tan exitoso como Sanders.
Traducción:
Ramón Vera Herrera
Immanuel Wallerstein