CUANDO SE TRATA de las noticias sobre Arabia Saudí, la ejecución de Nimr al-Nimr –clérigo chiíta opositor– ha encabezado recientemente los titulares de la prensa; poco asombro ha habido. Está claro que el avejentado rey Salman bin Abdulaziz al-Saud y su hijo favorito –de 30 años–, Mohammed bin Salman, el nuevo ministro de Defensa que ya ha involucrado a su país en una clásica guerra-atolladero en Yemen, han hecho todo lo posible para que la muerte del clérigo se convierta en una provocación regional.
El nuevo liderazgo saudí incluso rechazó entregar el cuerpo del ejecutado a sus familiares para que lo sepultaran y en cambio lo enterró junto con los más de 40 sospechosos de ser terroristas de al-Qaeda ajusticiados al mismo tiempo. En otras palabras, después de muerto, al-Nimr fue dejado en incómoda compañía. Esto puede ser interpretado como un insulto que va más allá de su sepultura.
El provocativo mensaje escondido en el anuncio de su ejecución es tan obvio que Irán, donde predomina el chiísmo, muchedumbres de seguidores de la línea dura religiosa en ese país (con sus propias políticas de horrendas ejecuciones) se apresuraron a incendiar la embajada Saudí en Teherán. En los días que siguieron, mientras los saudíes rompían relaciones diplomáticas con Irán, acabó una fracasada tregua en Yemen (rápidamente, durante el bombardeo a ciegas de una casa fue alcanzada también la embajada iraní en Saná) y Arabia Saudí llamó a los países vecinos de profesión sunní para que también rompieran sus vínculos con Irán o al menos los redujeran; toda la exasperada región fue noticia a medida que crecían los temores de una guerra.
El 10 de septiembre de 2001, ¿presagiaría alguien que el corazón petrolero del planeta se convertiría en una década y media en una airada mezcolanza de países fallidos, feroces luchas sectarias y étnicas, diseminación de grupos terroristas y el primer “califato” de la historia? Si en una reunión de entendidos y expertos usted hubiese sugerido que Arabia Saudí, uno de los países más estables del mundo, un día podía empezar a perder cohesión, Libia colapsaría, Siria dejaría de existir e Iraq se transformaría en una tierra partida en tres, habría hecho reír a todos. Por eso, la reciente intensificación de tal estado de situación, que involucra a dos países con enormes reservas de energías fósiles es sin duda una noticia importante, aunque no quizá la más importante de la región.
Mi propio pronóstico podría ser una historia que pasó mayormente desapercibida en Estados Unidos. Sentada encima de una de las reservas de crudo más grandes del planeta y obteniendo el 73 por ciento de sus ingresos de la venta de petróleo (estos ingresos han bajado un 23 por ciento este año), la familia real saudí acaba de aumentar un 40 por ciento el precio de la gasolina en el surtidor. A pesar de que para los estándares internacionales continúa siendo baratísima, este hecho –que es como cobrar por el agua salada en medio del océano – es un indicador de que está pasando algo sorprendente.
Tenga en cuenta que los gobernantes de esa monarquía están pensando en recortar en los próximos años otros subsidios similares: “electricidad, agua, gasóleo y kerosene”. Para decirlo de otro modo, el mayor productor de petróleo, un país de una riqueza asombrosa (y reservas de divisas extranjeras,) ya no se siente cómodo regalando la gasolina a su población, a pesar incluso de que esto forma parte de un arreglo al que se llegó hace muchos años para asegurar la paz en el reino.
El porqué de esto poco tiene que ver con Irán, Siria, Yemen, Iraq o el Estado Islámico. El problema es más fundamental, tal como nos lo explica Michael T. Klare, experto en energía e integrante regular de TomDispatch. El problema es el precio del crudo, que en los últimos 18 meses ha caído en picado. En cierto sentido, el negocio del petróleo –con su constelación de gigantescas empresas de la energía, hasta hace poco tiempo entre las más rentables de la historia, y sus países productores, que hasta muy recientemente marchaban muy bien– puede acabar siendo, en relación con los recursos naturales, el equivalente a un estado fallido; como Klare lo expone palmariamente, la cambiante economía del petróleo transformará el rostro político de nuestro planeta. Por lo tanto, no quite el ojo de Arabia Saudí. Ciertamente, las cosas podrían ponerse muy feas allí.
Agitación política en un tiempo de bajos precios de la energía
Mientras acababa 2015, muchas empresas de la energía en el mundo estaban rezando para que el precio de crudo rebotara en el fondo del abismo, restaurando así la normalidad de los últimos 50 años: un mundo centrado en el petróleo. Sin embargo, todo indica que en 2016 continuará la depreciación del “oro negro”; de hecho, esta tendencia podría mantenerse en la segunda década del siglo y aún más allá. Dada la centralidad del petróleo (y de los beneficios económicos que el crudo produce) en la ecuación de poder mundial, esta situación se traducirá en una profunda reorganización del orden político, una reorganización en la que países productores de petróleo –desde Arabia Saudí hasta Rusia– perderán importancia y peso geopolítico.
Pongamos las cosas en perspectiva: no hace tanto tiempo –en junio de 2014, para ser más exactos– el petróleo Brent, referencia mundial para el crudo, se vendía a 115 dólares el barril. En ese entonces, los analistas del ramo de la energía supusieron que en el largo plazo el precio se mantendría bien por encima de los 100 dólares y que podía subir poco a poco a niveles todavía más impensables. Estos presagios animaron a las empresas petroleras más grandes para invertir miles de millones de dólares en lo que dio en llamarse reservas “no convencionales”: el petróleo en el Ártico, las arenas bituminosas de Canadá, las reservas marinas a gran profundidad y el petróleo en formaciones de roca de esquisto (shale).
En ese momento, parecía obvio que cualesquiera que fuesen los problemas técnicos y los costos de extracción, más temprano que tarde esas reservas de crudo proporcionarían excelentes beneficios. Importaba poco que el costo de explotación de esas reservas pudiera llegar a los 50 dólares por barril, o más.
Sin embargo, ahora el crudo Brent se está vendiendo a 33 dólares el barril, es decir, a la tercera parte del precio que tenía hace 18 meses, el umbral de rentabilidad de cualquier emprendimiento con “petróleo difícil”. Incluso peor, en un escenario facilitado recientemente por la Agencia Internacional de la Energía (IEA, por sus siglas en inglés), los precios podrían no alcanzar el nivel 50 a 60 dólares hasta los años veinte de este siglo ni regresar a los 85 dólares el barril hasta 2040. En el mundo de la energía, esto es equivalente a un monstruoso terremoto –un preciomoto– que no solo condena muchos proyectos de “petróleo difícil” que ya están en marcha sino también algunos otros de empresas (y gobiernos) que se han arriesgado más allá de sus posibilidades.
La evolución actual del precio del crudo tiene implicaciones obvias para las mayores empresas del sector y todos los negocios secundarios –fabricación y provisión de equipo, operadores de torres de perforación, transporte marítimo, empresas de catering, etcétera– que dependen de ellas para su existencia. También amenaza con un profundo giro en las vicisitudes geopolíticas de los principales países productores de energía. Como resultado, muchos de ellos, Nigeria, Arabia Saudí, Rusia y Venezuela ya están viviendo problemas económicos y políticos (por ejemplo, las sacudidas por las que está pasando Nigeria por la caída del precio del petróleo son una ayuda para el grupo terrorista Boko Haram).
Una tormenta perfecta
Generalmente, el precio del petróleo se va para arriba cuando la economía mundial es robusta, la demanda aumenta, los abastecedores bombean crudo al más alto nivel y la capacidad de almacenar excedentes es escasa. Por el contrario, tienden a bajar –como ahora– cuando la economía mundial se estanca o decae, la demanda de energía se debilita, los abastecedores clave no son capaces de frenar la producción en consonancia con la caída de la demanda, los excedentes de crudo se acumulan y el abastecimiento futuro parece garantizado.
En los alegres años del boom del ladrillo, los primeros de este siglo XXI, la economía mundial era próspera, la demanda aumentaba sin cesar y muchos analistas presagiaron un inminente “pico” en la producción mundial [de petróleo] al que seguiría una significativa escasez. Lógicamente, el precio del Brent se puso por las nubes; en julio de 2008 llegó al record de 143 dólares por barril. Con la quiebra de Lehman Brothers, el 15 de septiembre del mismo año y el consiguiente derrumbe de la economía global, la demanda del petróleo se evaporó y ese diciembre el precio bajó hasta los 34 dólares.
Con fábricas cerradas y millones de trabajadores en el paro, la mayor parte de los analistas asumieron que los precios permanecerían bajos durante cierto tiempo en el futuro. Por lo tanto, imagine el lector la sorpresa del mundo del petrolero cuando, en octubre de 2009, el crudo Brent subió hasta los 77 dólares el barril. Apenas dos años más tarde –febrero de 2011–, otra vez superó el listón de los 100 dólares, donde prácticamente se mantuvo hasta junio de 2014.
Eran varios los factores que explicaban esta recuperación del precio del crudo, ninguno más importante que lo que pasó en China, donde las autoridades decidieron estimular la economía y para ello invirtieron con fuerza en infraestructura, sobre todo carreteras, puentes y autopistas. Añádase la incitación a la posesión personal del coche en la clase media urbana del país; el resultado fue un vigoroso aumento de la demanda de combustibles.
Según el gigante del petróleo BP, entre 2008 y 2013, el consumo de petróleo en China dio un salto del 35 por ciento, de ocho millones de barriles por día a los 10,8 millones. Y China no hizo más que mostrar el camino: rápidamente, países en desarrollo como Brasil e India le siguieron justamente en un momento en el que la extracción en muchos yacimientos de petróleo convencional en el mundo había empezado a decaer. De ahí la carrera hacia las reservas “no convencionales”.
Este era más o menos el panorama a comienzos de 2014 cuando de pronto el péndulo del precio del crudo empezó a oscilar en la dirección contraria, cuando la producción en los yacimientos no convencionales de Estados Unidos y Canadá empezaba a hacer sentir su presencia por todo lo alto. Súbitamente, la producción de crudo en EEUU, que había caído de los 7,5 millones de barriles por día en enero de 1990 a apenas 5,5 millones en enero de 2010, empezó a aumentar hasta llegar a unos sorprendentes 9,6 millones en julio de 2015. Casi todo el petróleo extra había sido extraído en las formaciones “shale” de North Dakota y Texas.
Canadá experimentó un salto similar en la producción, debido a que la fuerte inversión en la explotación de la arena bituminosa empezó a surtir efecto. Según BP la producción canadiense de petróleo trepó desde los 3,2 millones de barriles por día en 2008 hasta los 4,3 millones en 2014. No olvidemos que la producción también se elevó en otros lugares como en las explotaciones profundas en el océano Atlántico, tanto en Brasil como en el oeste de África, que justamente entonces entraban en liza. En ese mismísimo momento, sorprendiendo a muchos, un Iraq destrozados por la guerra consiguió levantar su producción en cerca de un millón de barriles diarios.
La suma de todo esto fueron unos guarismos asombrosos, pero la demanda ya se había quedado atrás. En buena medida, el paquete de estímulos de China estaba agotado y la demanda de bienes manufacturados chinos se estaba ralentizando, debido al débil o inexistente crecimiento económico en Estados Unidos, Europa y Japón. De una impresionante tasa de crecimiento anual del 10 por ciento en los 30 años anteriores, China pasó a una tasa anual de un dígito. Pese a que se espera que la demanda de petróleo de este país se mantenga en aumento, ya no será nada parecido al ritmo de los últimos años.
Al mismo tiempo, el incremento de la eficiencia en el uso de los combustibles en Estados Unidos –el principal consumidor del mundo–, empezó a notarse en el panorama global de la energía. En lo más álgido de la crisis económica de este país, cuando la administración Obama rescató a General Motors y Chrysler, el presidente forzó un acuerdo con las principales automotrices para establecer un conjunto de normas de eficiencia que ha reducido notablemente la demanda de petróleo en EEUU. En el marco de un plan anunciado por la Casa Blancaen 2012, la eficiencia media en el uso de combustibles de los coches y vehículos ligeros fabricados en Estados Unidos llegará en 2025 a 4,34 litros por cada 100 kilómetros recorridos [54,5 millas por galón], lo que redundará en una reducción de la expectativa de consumo de petróleo del orden de los 12.000 millones de barriles de aquí a entonces.
A mediados de 2014 estos factores, y otros, han confluido para producir una “tormenta perfecta” en la contención del precio [del crudo]. En ese momento, muchos analistas creían que, como había pasado antes, los saudíes y sus aliados de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) responderían disminuyendo la producción para sostener los precios. Sin embargo, el 27 de noviembre de 2014 –Día de Acción de Gracias, en EEUU– la OPEP frustró esas expectativas, aprobando el mantenimiento de los cupos de producción de los países de la organización. Un día después, el precio del crudo cayó otros cuatro dólares; el resto es historia.
Una perspectiva deprimente
A principios de 2015, muchos ejecutivos de las empresas petroleras tenían la esperanza de que esos datos cambiaran pronto y que los precios volverían a subir. Pero acontecimientos recientes han derrumbado esas expectativas.
Además de la continuación de la desaceleración económica de China y el repentino aumento de la extracción en América del Norte, el factor más significativo del poco prometedor panorama del petróleo –que ahora se extiende sombríamente a todo el 2016 y más allá– es la categórica resistencia saudí a cualquier propuesta de reducir su producción o la de la OPEP. El pasado 4 de diciembre, por ejemplo, los integrantes de la OPEP votaron una vez más a favor de mantener los cupos de producción en el nivel actual y, al mismo tiempo, bajar el precio del crudo en otro 5 por ciento. Como si esto no fuera suficiente, en estos momentos Arabia Saudí ha aumentado su producción.
Se han dado varias razones para explicar la resistencia de los saudíes a la reducción de la producción de crudo, entre ellas el deseo de castigar a Irán y Rusia por su apoyo al régimen de al Assad en Siria. Según el punto de vista de unos cuantos analistas de la industria del petróleo, los saudíes se ven a sí mismos mejor posicionados que sus rivales para aguantar un precio bajo en el largo plazo debido a su menor costo de producción y a la protección dada por las enormes reservas de la OPEP.
Aunque la explicación más probable, que ya fue adelantada por los propios saudíes, es que están tratando de mantener un contexto de precios en el que los productores estadounidenses y otros operadores de crudo no convencional sean expulsados del mercado. “No hay dudas sobre esto; la caída de los precios de los últimos meses ha hecho que los inversores dejen de pensar en los combustibles de alto costo de extracción, entre ellos el petróleo no convencional de Estados Unidos, el de aguas profundas y los crudos pesados”, le dijo un funcionario saudí a Financial Times la última primavera.
A pesar de los esfuerzos de los saudíes, la mayor parte de los principales productores estadounidenses, se han adaptado a un entorno de precios bajos, reduciendo costos de explotación y abandonando las operaciones no redituables, aunque también muchas empresas más pequeñas se han declarado en quiebra. Como resultado de todo esto, la producción estadounidense de crudo, unos 9,2 millones de barriles por día, es ligeramente mayor que la de hace un año.
En otras palabras, aun a 33 dólares el barril, la producción continúa superando a la demanda global y parece muy poco probable que los precios aumenten en un futuro cercano. Especialmente desde que, entre otras cosas, tanto Iraq como Irán continúan incrementando su producción. Con el Estado Islámico perdiendo terreno poco a poco en Iraq y la mayor parte de los yacimientos petrolíferos más importantes todavía en manos del gobierno de Bagdad, se espera que la producción del país continúe su espectacular crecimiento. De hecho, algunos analistas pronostican que la producción iraquí podría triplicarse en los próximos 10 años desde los actuales tres millones de barriles por día hasta los nueve millones.
Durante años la producción iraní de petróleo ha estado maniatada por las sanciones impuestas por Washington y la Unión Europea, que le impedían tanto exportar crudo como importar del mundo occidental la más avanzada tecnología de perforación. Ahora, gracias al acuerdo nuclear con Washington, esas sanciones se están levantando. Según la Administración de información sobre la Energía de Estados Unidos (USEIA, por sus siglas en inglés), la producción iraní podría alcanzar los 600.000 barriles diarios en 2016 y aún más en los años siguientes.
Solo tres acontecimientos posibles podrían alterar el actual contexto de precios para el petróleo: una guerra en Oriente Medio que eliminara a uno o más de los principales abastecedores de combustibles; que Arabia Saudí decidiera reducir su producción para aumentar los precios; que se produjera un repentino aumento de la demanda mundial.
La perspectiva de otra guerra entre, digamos, Irán y Arabia Saudí –dos potencias que se odian en este mismo momento– nunca se puede descartar; aunque no se cree que ninguno de ellos tenga la capacidad ni el deseo de arriesgarse a acometer semejante empresa. Dada la caída en picado de los ingresos del gobierno de Teherán, que los saudíes decidan reducir la producción para incrementar los precios es algo más probable antes que después; sin embargo, los saudíes han expresado más de una vez su determinación respecto de no dar un paso en ese sentido, ya que eso beneficiaría a los mismos productores que ellos quieren eliminar, es decir, quienes explotan el crudo no convencional en Estados Unidos.
La eventualidad de un súbito aumento de la demanda parece ciertamente improbable. No solo que la actividad económica continúa ralentizándose en China y en muchas otras partes del planeta; además hay un inconveniente que debería preocupar a los saudíes al menos tanto como todo ese crudo no convencional que se está extrayendo en América del Norte: el petróleo está empezando a perder parte de su atractivo.
Mientras los nuevos ricos de China e India continúan comprando coches movidos por derivados del petróleo –si bien es cierto no al ritmo vertiginoso que se predijo alguna vez– un cada vez mayor número de consumidores de los países industriales tradicionales está mostrando su preferencia por los coches híbridos o eléctricos, y por los medios de transporte alternativos. Por otra parte, a medida que crece en todo el mundo la preocupación por el cambio climático, cada vez más jóvenes urbanitas están optando por una vida sin coches y se mueven en bicicleta o con el transporte público. Además, el empleo de energías renovables –solar, eólica e hidráulica– está en aumento y lo hará aún más rápidamente en este siglo.
Estas tendencias han propiciado que algunos analistas presagien que la demanda global de petróleo pronto llegará a un pico al que le seguirá un periodo de descenso del consumo. AmyMiers Jaffe, director del programa de energía y sustentabilidad de la Universidad de California, en Davis, ha sugerido que la combinación del crecimiento de la urbanización y el avance tecnológico en materia de renovables reducirá espectacularmente la demanda futura de crudo.
“Cada vez más, las ciudades de todo el mundo están tratando de conseguir el sistema más inteligente de transporte público y al mismo tiempo penalizar y restringir el uso del coche particular. Las nuevas generaciones de Occidente ya han optado por la urbanización, la eliminación del viaje de cada día y el interés por la propiedad del coche personal”, escribió ella el año pasado en el Wall Street Journal.
Cambio de la ecuación mundial del poder
Muchos países cuya obtención de fondos depende en buena parte de la exportación de petróleo y gas natural y han conseguido una gran influencia como exportadores de petróleo ya están experimentando una significativa erosión en su importancia relativa. Sus gobernantes, reforzados en otros tiempos por los altos ingresos proporcionados por el petróleo –lo que significaba dinero para gastar y comprar popularidad–, ahora están cayendo en desgracia.
Es el caso de Nigeria, por ejemplo, donde el 75 por ciento de sus ingresos provienen de la exportación de crudo; de Rusia, el 50 por ciento; y de Venezuela, el 40 por ciento. Con el petróleo a un tercio del precio que tenía hace 18 meses, los ingresos del Tesoro en los tres países se han desplomado y, con ello, la posibilidad de acometer iniciativas ambiciosas.
En Nigeria, la disminución del gasto del Estado más la rampante corrupción han desprestigiado al gobierno del presidente Goodluck Jonathan y dado lugar a la feroz insurgencia de Boko Haram, haciendo que el electorado nigeriano lo abandonara en las últimas elecciones e instalara en su lugar a un exjefe militar, Muhammadu Buhari. Desde que asumió su cargo, Buhariha prometido acabar con la corrupción, aplastar a Boko Haram y –en un claro signo de los tiempos– diversificar la economía para reducir la dependencia del petróleo.
Venezuela ha pasado por un shock político similar como consecuencia de la caída del precio del crudo. Cuando los precios eran altos, el presidente Hugo Chávez utilizó dinero proveniente de Petróleos de Venezuela S.A., la petrolera estatal, para construir viviendas y distribuir otros beneficios entre los pobres y los trabajadores venezolanos, consiguiendo así un gran apoyo popular para su Partido Socialista Unido de Venezuela. También buscó el apoyo regional ofreciendo combustibles subsidiados a países amigos como Cuba, Nicaragua y Bolivia.
Después de la muerte de Chávez, en marzo de 2013, su elegido sucesor, Nicolás Maduro, trató de prolongar esta política, pero el petróleo no colaboró y, lógicamente, el apoyo público para él mismo y el PSUV empezó a flaquear. El pasado 6 de diciembre, la oposición de centro-derecha consiguió una victoria electoral y la mayoría de los escaños de la Asamblea Nacional; ahora intenta desmantelar la “Revolución Bolivariana” de Chávez, aunque los seguidores de Maduro han prometido una firme resistencia a cualquier acción en ese sentido.
La situación de Rusia sigue siendo algo más fluida. El presidente Vladimir Putin continúa gozando de un amplio apoyo y popularidad y, desde Ucrania a Siria, ha estado moviéndose con ambición en el frente internacional. Aun así, la caída del precio del petróleo y las sanciones económicas impuestas por la UE y EEUU han empezado a avivar algunas expresiones de descontento, entre ellas una manifestación de camioneros de larga distancia por el aumento del peaje en las autopistas. Se espera que la economía rusa sufra una importante contracción en 2016, y que esto afecte a la calidad de vida de la clase media rusa y dispare un aumento de las manifestaciones contra el gobierno.
De hecho, algunos analistas creen que Putin se ha arriesgado a intervenir en el enfrentamiento sirio en parte para desviar la atención del deterioro de la economía nacional. También puede haberlo hecho para crear una situación en la que la ayuda rusa para llegar a una solución negociada de la cada día más enconada e internacionalizada guerra civil siria pueda ser intercambiada por el levantamiento de las sanciones a Ucrania. De ser así, es una jugada muy peligrosa; nadie –menos aún Putin– puede tener una certidumbre sobre el resultado.
Arabia Saudí, el mayor exportador mundial de petróleo, también ha sido sacudida, pero parece estar –de momento, al menos– algo mejor posicionada para aguantar el impacto. Cuando el precio del petróleo estaba alto, los saudíes mantuvieron escondidas sus reservas, estimadas en 7,5 billones de dólares. Ahora, cuando el precio ha caído, han echado mano a esas reservas para costear generosos gastos sociales destinados a conjurar el malestar en el reino y para financiar su ambiciosa intervención en la guerra civil en Yemen, que ya está empezando a parecerse al Vietnam de Arabia Saudí.
Sin embargo, durante el año pasado esas reservas han disminuido en unos 90.000 millones de dólares y el gobierno ya está anunciando recortes en el gasto público, lo que ha hecho que algunos observadores se pregunten durante cuánto tiempo podrá la familia real contener el creciente descontento popular en el país.
Incluso si los saudíes fuesen a dar marcha atrás y limitar la producción de petróleo del reino para que vuelvan a subir los precios, es poco probable que esa producción fuese a aumentar lo suficiente como para sufragar las actuales y generosas prioridades de gastos.
Otros importantes países productores de crudo también se enfrentan con la perspectiva de agitación política, entre ellos Argelia y Angola. Los líderes de ambos países han conseguido el acostumbrado y engañoso nivel de estabilidad de los países de producción de combustibles mediante la típica largueza gubernamental. Esta situación se está agotando; eso significa que ambos países pueden verse ante importantes retos internos.
Es necesario tener en cuenta que sin duda los remezones producidos por el seísmo de los precios del petróleo todavía no han alcanzado toda su magnitud.
Por supuesto, algún día los precios volverán a subir. Considerando la forma en que los inversores están cancelando en todo el mundo proyectos en el rubro de la energía, eso es inevitable. Aun así, en un planeta que está en camino de una revolución verde en relación con la energía no hay ninguna seguridad de que alguna vez se recuperen los niveles superiores a los 100 dólares que en otros tiempos se daban por sentado.
Pase lo que pase con el petróleo y los países que lo producen, el orden político del planeta –que una vez descansaba sobre un precio elevado del crudo– está condenado. Mientras esto puede significar penurias para algunos, especialmente los ciudadanos de los países dependientes de la exportación de petróleo como Rusia y Venezuela, es posible que ayude a allanar el camino de la transición a un mundo movido por las energías renovables.
*Introducción de Tom Engelhardt.
**Profesor de estudios por la paz y la seguridad mundial en el Hampshire College y colaborador habitual de TomDispatch.