“Hay, obviamente, algo extraño en esta realidad: una desproporción en relación con el sujeto impotente, que la hace inaprensible a su experiencia y, a modo de venganza, la vuelve irreal. Tal exceso de realidad lo descompone. Desbaratando al sujeto con que entra en contacto, la propia realidad se hace mortífera”. Theodor Adorno, Teoría de la Estética
Pasado un mes de las elecciones generales del 20-D y del empate estratégico que resultó de ellas, la realidad política se ha vuelto mortífera para los actores políticos protagonistas de la Segunda Restauración borbónica. Arrastrados por una dinámica de exceso, diríase que un sistema incapaz de darse por acabado a pesar de haber agotado aparentemente su vida útil, se niega a dejarles morir, condenándolos a una existencia inerte.
Hasta que la rueda de prensa de Pablo Iglesias el 22 de este mes hizo evidente “a modo de venganza” la irrealidad de la realidad política del Reino de España.
Lecturas “irreales” de los resultados del 20-D
Basta un somero repaso a las conclusiones políticas, concretadas en fórmulas de gobierno, de los principales actores políticos del régimen del 78 para constatar hasta qué punto son incapaces de interpretar, a partir de su experiencia, la nueva y para ellos “extraña” realidad política.
Mariano Rajoy propuso un gobierno de Gran Coalición PP-PSOE-Ciudadanos, a fin de que, respaldada por una amplísima mayoría, continuase la aplicación del programa de contrarreformas económicas neoliberales en un marco de “estabilidad política”. Obsérvese, por lo pronto, que esa “continuación” no es tal, porque la Comisión europea exige un giro corrector del presupuesto de 2015 –aprobado exclusivamente con los votos del PP—, una nueva vuelta de tuerca con un recorte del gasto público rayano en los 11.000 millones de euros, con una nueva reforma del mercado de trabajo y, encima, con una revisión de la capitalización actual de la banca acorde con los resultados de los “tests de estrés” y el previsible escenario de una nueva recesión. Llover sobre mojado es decir poco. Después del muy comentado informe de Oxfam en el que se constata que en el Reino de España, solamente 20 personas disponen de 115.000 millones de euros, una cantidad que equivale a lo que dispone el 30% más pobre de la población, unos 14 millones de personas, seguir apostando por políticas económicas austeritarias es una medida del grado de barbarie irracional a la que ha llegado la Comisión europea. Y Rajoy ha sido un alumno aventajado.
La dirección del PSOE – incluidos todos sus “barones” (sic!) territoriales— comprendió inmediatamente que esa fórmula era para ellos el suicidio político. Quedaban bajo la hegemonía del PP, se terminaba con cualquier posibilidad de alternancia y desaparecía la mínima distancia necesaria para jugar a un programa de “flexibilización” de los márgenes y ritmos de aplicación del Consenso de Bruselas, que es en lo que consiste ahora el programa “progresista” de la socialdemocracia europea. Pedro Sánchez se tenía que tragar no sólo el sapo de cualquier alteración en las contrarreformas del artículo 135 de la Constitución (Pacto de Austeridad europea) y del mercado laboral del PP. Y es que, como se ha puesta tan repetidamente estos días en boca de un directivo de la patronal: “después de la Gran Coalición, solo quedaría Podemos”.
Por eso la fórmula del PSOE era la de un “gobierno progresista”, que es lo contrario de un gobierno de izquierdas. En primer lugar, por su composición. Lo dejó claro el candidato socialista con su visita a Lisboa para estudiar la “fórmula portuguesa”: un gobierno del PSOE apoyado en su investidura por Podemos y/o Ciudadanos y la abstención de los partidos nacionalistas PNV, DL y ERC. Un gobierno que, como en el caso del Gobierno Costas en Portugal, gestionara apoyándose, según el caso, en la derecha (rescate y venta del Banif al Banco de Santander) o en la izquierda (salario mínimo, igualdad…). La dirección del PSOE quería, así pues, un gobierno tan capaz de chantajear a la izquierda con la amenaza de un retorno de la derecha, como de amenazar a la derecha con un gobierno de izquierdas apoyado en los nacionalistas catalanes. (El PNV por el momento tiene que negociar su concierto económico para 2016).
No eran estas dos las únicas fórmulas de gobierno posibles para dar continuidad a la lógica política del régimen del 78 tras los amenazantes resultados del 20-D y la dinámica de cambio social y político que esos resultados revelaban. Había una tercera: un “gobierno técnico”.
Se puede recordar que el “gobierno técnico” fue la gran panacea de la crisis de la Primera Restauración Borbónica. A pesar de todas las justificaciones “regeneracionistas”, no precisamente democráticas, de que venía rodeado, resultó ser un placebo. Alargó la crisis más de un decenio con “dictablandas” y gabinetes de diseño bastante incompetentes, hasta acabar desembocando en el estallido de las elecciones municipales de 1931.
Pero el fantasma del “gobierno técnico” ha vuelto a cobrar vida con la Gran Recesión como fórmula de gobierno alternativa a la “gran coalición”, una vez que la resistencia social y política a la austeridad del Consenso de Bruselas terminó bloqueando los mecanismos institucionales en los estados miembros de la periferia. El ejemplo es el gobierno italiano de Monti. Responde, además, a la lógica del proceso de construcción europea neoliberal. Véase: si la soberanía ha sido cedida en áreas claves de la gestión política a las instituciones de la UE, los “gobiernos técnicos” no son sino gestores designados que responden ante todo a esas instituciones europeas, mientras que su apoyo parlamentario, en realidad, confirma esa cesión de soberanía nacional justificándola internamente. Los rescates de la UE en los países de la periferia, al incluir la vigilancia de la Troika y condicionar la gestión soberana de los gobiernos a la estricta aplicación de sus directrices ha creado toda una gama de “gobiernos técnicos”: desde los que, como en el caso del Gobierno Rajoy, decidían posponer su programa para aplicar como los mejores alumnos el impuesto en el memorándum de rescate bancario, hasta los que, como el segundo gobierno Syriza-ANEL en Grecia, aplican el (tercer) memorándum, firmado como un mal menor ante la amenaza de estrangulamiento económico y social de la Troika.
Las distintas fórmulas de “gobiernos técnicos” sugeridas por los distintos poderes fácticos estos días en los medios de comunicación españoles responden a lo mismo: si los obstáculos son un Mariano Rajoy o un Pedro Sánchez a los que el soplo de soberanía popular del pasado 20-D ha insuflado de un excedente de vida política útil, pues se les aparta, a fin de que políticos que no fueron candidatos a la presidencia del gobierno en las elecciones del 20-D encabecen un gobierno “técnico de gran coalición”. Los incrédulos de esta realidad irreal no tienen más que leer el editorial de El País y la consiguiente encuesta de encargo realizada por Metroscopia para darle cierta legitimidad. Pocas veces habrán actuado los actuales jefes de este malhadado diario de manera tan evidente como correveidiles de los poderes “fácticos” en esta maniobra cortesana digna de la Primera Restauración.
Consultas reales
La primera ronda de consultas reales para proponer al Congreso de los Diputados un candidato a la investidura –acto real que tiene que refrendar el presidente del Congreso, Patxi López— ha quedado determinada por una serie de hechos que bien podrían calificarse de “mortíferos”.
Está, en primer lugar, la reubicación de Ciudadanos en la nueva situación política. Tras ofrecerse como garante de la unidad constitucional del Reino frente al nuevo gobierno nacionalista catalán (agazapado arteramente en la sombra, según el imaginario carpetovetónico), Albert Rivera ha declarado luego que solo prestará su apoyo a caballo ganador. Lo que supone, en términos prácticos, que si Rajoy no consigue poner bridas al PSOE para la Gran Coalición, él no se achicharrará políticamente con Rajoy en un debate de investidura condenado al fracaso. Y viceversa, solo apoyará al PSOE, si cuenta de antemano con la seguridad de la investidura de su candidato, lo que supone la abstención del PP, frente al previsible voto en contra de Podemos contrario a semejante “gobierno de progreso regeneracionista”. Muy mal lo tiene que ver para apresurase a declarar ahora que “no apoyará en ningún caso a Pedro Sánchez”. A la vista de tamaña audacia política, la prensa afín ha tenido que conformarse justipreciar su “gran capacidad de diálogo con todos”.
Está, en segundo lugar, la llamada “operación menina”, cuyo objetivo era la renuncia de Rajoy y su sustitución por la Vicepresidenta en funciones, Soraya Sáez de Santamaría. Esa opción ha sido torpedeada fatalmente por la imputación de su subsecretario ministerial en la trama corrupta de las desaladoras. Soraya Sáez de Santamaría podía alegar que ella había participado sustituyendo a Mariano Rajoy en un debate con los otros candidatos a la presidencia del gobierno. Y aunque antes podía aducir que ella no tenía responsabilidades en las corruptelas de la caja B del PP, no podrá ya alegar que desconocía los repartos de unas ayudas presupuestarias ilegales a grandes empresas como FCC y Acciona.
Y está en tercer lugar, lo más importante, la rueda de prensa ofrecida por Pablo Iglesias tras su entrevista con el monarca, a la que compareció rodeado de una parte nuclear del equipo dirigente de Podemos. En un sensacional golpe de audacia política sin precedentes, devolvió al Reino a la realidad con su oferta de un gobierno de izquierdas. Un gobierno formado proporcionalmente, de acuerdo con los resultados de las elecciones del 20-D, por el PSOE, Podemos e IU, con el apoyo parlamentario de las fuerzas nacionalistas. Un gobierno capaz de impulsar un programa de emergencia social que ponga coto a la austeridad del Consenso de Bruselas y abra un diálogo para encontrar una salida democrática a la cuestión nacional catalana, que no puede dejar de pasar por hacer viable el ejercicio del derecho de autodeterminación (concretó incluso la fórmula institucional de un “Ministerio de la Plurinacionalidad”). Pablo Iglesias, Vicepresidente; Pedro Sánchez, Presidente.
Coup de maître : pocas horas más tarde, Mariano Rajoy anunciaba que, careciendo de los apoyos necesarios para conformar una mayoría de gobierno, desistía por el momento de presentar su candidatura a la investidura como presidente del gobierno. Un hecho insólito, que rompe con una práctica institucionalmás que consolidada; un hecho estupefaciente, después de haberse repetido por activa y por pasiva que el PP había ganado las elecciones. Un poco más tarde, un Pedro Sánchez vacilante y desvalido comparecía balbuciendo que corresponde al partido ganador de las elecciones, el PP, ser el primero en cumplir el mandato constitucional.
¿Pueden los candidatos a la presidencia del gobierno rechazar la propuesta del Jefe del Estado al Congreso? ¿Puede el Jefe del Estado obviar el mandato constitucional de proponer un candidato, que debe ser refrendado por el presidente del Congreso?
Así terminó la primera ronda. Viene ahora una segunda ronda de contactos reales. Para ganar tiempo.
“Jaque mate”
La segunda ronda de contactos del monarca con los representantes de las fuerzas parlamentarias tendrá lugar en el escenario, más surreal que irreal, de los respectivos candidatos de los dos partidos dinásticos, pilares de la Segunda Restauración borbónica, el PP y el PSOE, negándose a someterse al debate de investidura si no lo hace antes el otro. En el surreal escenario de una conspiración cortesana para que uno o ambos candidatos sean sustituidos por sus respectivos partidos para allanar el camino a una solución técnica del problema político planteado. Y todo eso a la espera de la segunda sesión del juicio en el que está imputada la hermana del Rey –y sexta en la línea sucesora dinástica— y después de que el PP, como partido, haya sido imputado por el delito de destrucción de pruebas judiciales (los ordenadores del ex-tesorero Barcenas). Tal es el marco de “realidad” en que los poderes que de verdad lo son, dentro y fuera del Reino, excogitan fórmulas de “estabilidad política para el país”, por decirlo con las palabras que no deja de repetir en los foros comunitarios el ministro de economía en funciones De Guindos.
Un PSOE convertido en verdadero espejo de la crisis política del Reino ha pasado en un plisplás de las “líneas rojas” a Podemos a la “indignación por la humillación” recibida y, aparentemente, al bloqueo y veto de toda negociación para un gobierno de izquierdas. Descubierta la verdadera naturaleza del “gobierno progresista para el cambio”, solo queda ya como argumento político atribuir a la transparencia de la oferta pública de Podemos una jesuítica voluntad de destrucción del viejo partido socialista.
Pedro Sánchez no ha sido capaz de mantenerse en la desvalida ironía de sus primeras declaraciones sobre la que, huelga decirlo, la única oferta posible de negociación. Por si acaso se sentía tentado a iniciar unas negociaciones discretas o secretas durante este fin de semana, la secretaria de organización del PSOE hizo público un pueril comunicado –dictado evidentemente por los poderes fácticos internos del partido— en el que, en nombre de la dirección (¿?) se comunicaba el aplazamiento de toda negociación hasta que no tuviera lugar la segunda ronda de contactos reales, el próximo miércoles. Lo que en la práctica supone que Pedro Sánchez solo podrá informar al monarca de una rueda de prensa de Podemos, que ya conoce obviamente por la prensa. Lo único que le han permitido al candidato del PSOE sus enemigos –que parecen tan numerosos dentro como fuera del partido—es declarar que Rajoy debe por respeto institucional aceptar ser el primer candidato a la investidura pero que, si no, y en última instancia, él estaría dispuesto a serlo (¡aunque no haya negociado antes con qué coalición y con qué fórmula de gobierno viable).
En este tira y afloja entre Rajoy y Sánchez por ver quien se achicharra políticamente antes en el tiempo muerto preparatorio de la “gran coalición técnica” cortesanamente auspiciada en la sombra por los Felipe González y Cia, parece evidente que el que dirá que sí, que sí está dispuesto a presentar su candidatura y someterse a un debate de investidura tras la segunda ronda de contactos reales será Pablo Iglesias. Y vista la situación, también se ha ofrecido ya Albert Rivera.
Porque no parece que el instinto de supervivencia institucional le aconseje al monarca volver a aplazar su propuesta de candidato al Presidente del Congreso, Patxi López. Y si no aceptan el encargo Mariano Rajoy y Pedro Sánchez, el que desde luego lo hará será Pablo Iglesias. Para exponer y debatir un proyecto político nuevo de país. Y para abrir la precampaña de las nuevas elecciones en la primavera, marcando él los plazos institucionales desde el estrado del Congreso de los Diputados.
Cuando retiren del campo los cadáveres políticos de sus dirigentes, el PP y el PSOE tendrán que elegir nuevos candidatos para las inminentes nuevas elecciones con un horizonte definitivamente despejado: gobierno de Gran Coalición o gobierno de izquierdas. Ciudadanos se quedará a dos velas, porque ya no podrá ofrecerse al postor más seguro –sin dejar de respetar escrupulosamente la Constitución del 78 y los compromisos europeos del Consenso de Bruselas—. Todo eso ocurrirá en un marco de polarización política y corrimiento de voto que Metroscopia, evidentemente, aún no se avilanta a detectar, pero que quienes le encargan las encuestas dan ya obviamente por descontado (y por eso las encargan, preventivamente…).
Dados los resultados electorales del 20 D, lo único que podría evitar nuevas elecciones sería el sacrificio del PSOE y de sus 135 años de historia en el altar de la estabilidad política para seguir aplicando la austeridad neoliberal. La fórmula del “gobierno progresista” ha sido un intento, por parte de Pedro Sánchez, de evadir, sin resolver, el empate estratégico surgido de las elecciones en el seno del propio PSOE y, de paso, sobrevivir políticamente al acoso y derribo de los propios “barones” (sic!) autonómicos socialistas. Desvelada a la luz del día la artimaña en la conferencia de prensa de Pablo Iglesias el 22 de este mes, y antes incluso de despegar del suelo, se le han fundido al Ícaro Sánchez las alas con que quería escapar por elevación de su dilema. El próximo congreso socialista tendrá que debatir las verdaderas fórmulas de gobierno que están sobre la mesa y elegir conscientemente su destino como partido político en el nuevo escenario. De entrada será la señal de que sigue vivo. No todos podrán decir lo mismo.