La excelente película del director italiano Paolo Sorrentino,Youth (Juventud), que creo que ha sido la mejor película de 2015, más algunas recientes vivencias, me llevan a reflexionar sobre este complejo tema, para el cual utilizo este término–“vejentud”–que sin duda alguien inventó con el propósito de hacer algún juego de palabras y de paso dar una mirada risueña a esa edad cruzada por ambivalencias notables, tanto en la percepción por parte de la sociedad, como en el trato que a los adultos mayores se les prodiga en el medio familiar.
Por un lado no deja de alegrarme que en Chile se haya generalizado el uso de un lenguaje neutro para esta edad: “adulto mayor” o “tercera edad” términos que describen de manera precisa a ese período de la vida. Digo esto porque en Canadá, por lo menos en Quebec, la provincia francófona de ese país, alguna gente usa a menudo la expresión “age d’or” (literalmente “edad de oro”) lo cual es no sólo una terrible cursilería, sino además tiene una connotación condescendiente y es ciertamente de una tal inexactitud que llega a ser ridícula: no hay nada de dorado en tener problemas de próstata, de corazón, dificultades para caminar o que le tengan que extraer un pecho o el útero a alguien. Si en verdad hubiera una “edad de oro” ella probablemente sería cuando uno es joven, quizás cuando se tiene 17 años (“Volver a los 17” cantaba Violeta Parra, claro que a renglón seguido agregaba “después de vivir un siglo” lo cual reivindica el punto de la “vejentud” como una etapa en la que se habría acumulado experiencia y hasta sabiduría).
Aunque por cierto algunos jóvenes bien podrían cuestionar esa valoración a lo mejor excesiva que algunos hacen de la experiencia (“La experiencia es como una peineta que se espera que uno use cuando esté calvo”, nos decía irreverente un entonces joven profesor en el Pedagógico de los años 60). Como contrapunto, otros dirán eso de que “más sabe el diablo por viejo que por diablo”, un argumento que en el fondo hace un retrato de la experiencia más como una acumulación de mañas aprendidas con el natural correr del tiempo, que como una suma cualitativa atribuida a la esencia de quien es el portador de esa experiencia. No es entonces sorprendente, siguiendo ese aforismo, encontrar que entre los nombres que circulan en las filas de la centro-izquierda como posible candidato presidencial, figure uno que al momento de votarse en esa elección habrá traspasado el umbral de los 80 años. !Vaya diablo que podríamos encontrar!
La ambivalencia que antes mencionaba es muy evidente en Chile en cuanto al trato que la sociedad le brinda a los que han alcanzado esa edad mayor: en muchas partes me imagino que aun conservan esa costumbre de hacerle algún obsequio al empleado que se acoge a jubilación, más que nada un reconocimiento simbólico al trabajo que alguna persona ha desempeñado por espacio de montones de años. Pero todo esa buena onda termina en Chile cuando el hombre o mujer que ha decidido tomar su retiro (su “jubilación”, palabra que tiene la misma raíz de “júbilo” y “jubileo”, ambas asociadas a la alegría y la celebración) entra a recibir su primera pensión, normalmente una miserable suma de dinero que puede fluctuar entre un 15 y un 25 por ciento del que alguna vez fue su salario.
Lo que a uno que viaja desde fuera de Chile le sigue llamando la atención, es cómo ese perverso sistema de pensiones impuesto por la dictadura puede seguir en pie. Ciertamente en un país capitalista como Canadá en el cual vivo, un tal sistema se consideraría una aberración, una suerte de condena a los viejos a vivir sus últimos años en la pobreza. Naturalmente en Canadá como por lo demás en prácticamente todos los países capitalistas desarrollados, el régimen de pensiones se basa en un sistema de reparto. Esto significa que los que ahora hacen parte de la fuerza laboral, pagan con sus cotizaciones las pensiones de los que actualmente están retirados. Ese es el aspecto solidario del sistema.
En Chile en cambio el sistema de capitalización individual, entregado a administradoras privadas (las AFP), constituye básicamente un gran negocio para estas compañías. Enquistado en la estructura social y mental de Chile, el aberrante sistema de AFP se ha convertido en una pieza fundamental del modelo neoliberal, una fuente de grandes recursos para invertir en fondos especulativos, en proyectos extranjeros que en nada favorecen a la economía chilena y de buenos salarios para una serie de ejecutivos. Eso sin contar que–carentes de un respaldo firme–los fondos quedan expuestos a las fluctuaciones del mercado, causadas en gran medida por las propias movidas especulativas de los operadores financieros internacionales. Por otra parte, las AFP no hacen ninguna inversión de corte social, como los edificios y poblaciones construidas en el pasado por las antiguas cajas, especialmente la de empleados particulares. Sería impensable que alguna de ellas invirtiera en proyectos que además tengan una utilidad social, como el que la Caja de Pensiones de la Provincia de Quebec tiene planeado hacer en un sistema de tren liviano entre Montreal y el área suburbana situada al sur del río San Lorenzo. Proyecto que tiene potencial económico y comercial, resuelve un problema de transporte público e incluso ayuda al medio ambiente al promover que más gente deje de usar el automóvil en favor del transporte colectivo.
Aunque conscientes que el actual sistema de pensiones en Chile es en definitiva un engaño a los trabajadores, las autoridades actuales mantienen una actitud ambigua frente al tema y sólo hablan de “mejorar” el sistema pero no de reemplazarlo, a pesar que la evidencia de su ineficacia es abundante (basta preguntar a cualquier empleado u obrero que haya jubilado en el sistema). Algunos han propuesto que se cree una AFP estatal, pero eso no resolvería cosa alguna pues es la esencia misma del sistema la que no funciona. Una hipotética AFP estatal, compitiendo con las privadas estaría sujeta a las mismas restricciones de un modelo que se basa en la noción del Estado subsidiario, no le daría ningún status especial a esa AFP que al modo de otras empresas estatales que compiten con privadas como Televisión Nacional o BancoEstado, se ven obligadas a actuar de la misma manera para mantenerse lucrativas: TVN ofreciendo telenovelas y concursos idiotas al estilo de Megavisión, ese resumidero de la vulgaridad chilena, y BancoEstado negando créditos a pequeños empresarios y apretando a sus deudores hipotecarios.
Los hombres y mujeres que dedicaron su vida al trabajo pueden ser celebrados de vez en cuando, hablarse en términos encomiásticos de la experiencia que pueden aportar, elogiárseles el esfuerzo que hicieron, pero llegado el momento de concretar ese reconocimiento social, lo que encuentran son sólo las miserables pensiones de las AFP.
Por lo menos y a modo de esperanza de que cambios pueden venir, debe quedar claro que un buen número de estos viejos (“baby boomers” llaman en Norteamérica a los nacidos a partir del fin de la Segunda Guerra en 1945) pertenece a una generación muy comprometida con la lucha social, la que salió a las calles en las protestas contra la austeridad de Alessandri a comienzos de los 60, la que se atrevió a ensayar nuevas formas de lucha, la que marchó por Vietnam (algunos hasta hicieron una épica caminata entre Santiago y Valparaíso, actividad de la que me resté por principio: nunca he creído en acciones que resultan en un auto-sacrificio, por lo mismo que nunca he hecho una huelga de hambre, una acción adaptada del ayuno cristiano, con toda su connotación de flagelación auto-inflingida. La razón por cierto no es egoísmo, sino la necesidad de tratar de estar siempre lúcido, cosa que no ocurre si uno maltrata mucho su propio cuerpo).
En suma, volviendo a la caracterización de esta “vejentud”, creo que en su base económica a lo que debe aspirar es a pensiones dignas. En el trato social, respeto, aprecio, pero sin condescendencia ni cursilerías como eso de llamarlos “abuelitos” (cada viejo sólo es abuelo de sus propios nietos, que otros se permitan llamarlos así sin ser sus parientes es puro abuso de confianza y otro tanto de siutiquería como cuando a las maestras parvularias las llaman “tías” o a las trabajadoras de casa particular “asesoras del hogar”, muestras patéticas del subdesarrollo cultural y mental que se observa en el Chile de hoy).