Cada vez es más evidente que el neoliberalismo chilensis es un arma de destrucción masiva. Las revelaciones del robo organizado desde la directiva empresarial de La Polar fueron la confirmación del sentido común ciudadano y de la percepción correcta de la esencia empresarial de este Gobierno que se impuso en la ciudadanía por la fuerza de los porfiados hechos.
A los columnistas domingueros del duopolio les fue imposible “levantar una muralla de cortafuegos” entre el Gobierno y La Polar. El contubernio gobierno-empresarial es tan grotesco que no hay relato propagandístico-comunicacional que pueda morigerarlo.
Todo aquello contra lo cual la izquierda honesta y consecuente ha luchado desde la dictadura está netamente graficado en un año y algunos meses de piñerismo neoliberal. Privatizaciones, favoritismo empresarial, lógica de la ganancia mercantil y capitalista a ultranza, negociados, arrogancia patronal en las páginas mercuriales, campañas de distorsión de las prioridades sociales, decadencia irreversible de la actividad política…
Desaparecida la sonrisa de esfinge inefable de Bachelet el mono se les cae a pedazos a las clases dominantes. Incluso nos quedamos cortos en nuestros análisis acerca de la incompetencia del gobierno de los empresarios, managers y académicos de la Pontificia (PUC) adoctrinados en la madriguera neoliberal de Chicago.
Entonces, está casi de más decir que en medio de tanta obscenidad del poder en ejercicio la coyuntura actual alienta la rebeldía social ciudadana contra un Gobierno incapaz y un sistema político diseñado sobre medida para defender los intereses de los ricos y poderosos.
Los directores de La Polar habían sido designados en cargos de plena confianza del presidente en consejos de administración de organismos públicos.
Pedirles la renuncia después del escándalo fue la prueba evidente del malgobierno.
Si hay algo de lógica en la política, ella indica que el Gobierno actual es responsable del robo organizado que desde la directiva de la Polar esquilmaba sin escrúpulos a los usuarios de tarjetas de crédito.
Lo es, por crear ese clima general de relajo neoliberal desregulado, alentar el apetito e imaginario voraz por la ganancia y desproteger a los consumidores.
Por ser en el pasado el presidente de la República mismo un exponente máximo de esas mismas prácticas ilegales y abusivas en copy-paste que recuerdan lo peor de Wall Street.
Por lo incestuoso del sistema de influencias y relaciones consanguíneas del entramado de poder de la oligarquía política y propietaria chilena.
Por la responsabilidad ética e intelectual de los dueños del poder en el desparrame durante años de ideas nocivas para la existencia social de una comunidad humana democrática.
Por contar —sin imponerles límites éticos ni regulaciones anti monopólicas— en toda impunidad con el apoyo indecente del dispositivo mediático responsable de endiosar los mercados, difundir las quimeras simplonas e ideológicas del neoliberalismo, ensalzar sus becerros de oro, fomentar el pillaje de la naturaleza y promover el desprecio de las relaciones entre la bioesfera natural y la actividad humana.
Y si continuamos aplicando la misma lógica ciudadana a las rasgaduras de vestiduras de Andrés Velasco con respecto al caso de La Polar, estamos en medio de una impostura. La tribu de los neoliberales-progresistas al cual pertenece el ex ministro de Bachelet también sabía… como funciona la cosa.
Y si no lo sabían es una prueba que ni el conocimiento económico, ni su aplicación desde los ministerios, no sirven para proteger a la población ni para prever daños colaterales en los pobres, endeudados y manipulados ciudadanos. La economía es ideología como lo insinuaba en directo Lord John Maynard Keynes.
Si La Polar pudo operar (robar) fue por falta de regulaciones eficaces que le impidieran ocultar las pérdidas y abusar de sus clientes. Combatir la desregulación bancaria, bursátil y financiera no fue una prioridad de Hacienda ni de Economía en los gobiernos concertacionistas siempre dispuestos a agradar y a dejarse amar por la burguesía industrial-financiera nacional y extranjera.
¿Qué hacer entonces? La rebeldía es un signo de vitalidad saludable en una comunidad ciudadana. Una demostración de su fuerza creadora ante el Leviatán (el Estado dominante) que busca enajenarla de su potencia. Pero se agota si no hay horizontes alternativos.
A nosotros de adaptar lo bueno que se hace en otras naciones y darle a esas iniciativas perspectivas políticas transformadoras en el contexto nacional de crisis política de legitimidad del sistema postdictadura.
Fue en Túnez a fines de marzo de este año. Sí. Quién lo diría. Aprender de las revoluciones árabes, de las cuales no se habla en los medios dominantes.
El pueblo tunecino está impaciente porque la casta que gobernó con el antiguo dictador es influyente aún, especialmente su flanco económico y tecnocrático neoliberal cooptado por el FMI. Como en Chile.
Ahora bien, todas las agrupaciones, partidos y asociaciones tunecinas democráticas de estirpe obrero-sindicalista, juvenil, popular y religiosas se unieron en un Comité de Salud Pública. Le pusieron un nombre ancho como la galaxia de grupos ciudadanos, jóvenes, políticos, musulmanes, católicos y laicos socialistas que la conforman: “Instancia Superior para la Realización de los Objetivos de la Revolución, la Reforma Política y la Transición Democrática”. Lo que en Chile no se hizo (porque la Concertación saboteó toda tentativa), no se ha hecho (por falta de madurez política de la Izquierda) y habría que ponerlo en práctica.
El primer acuerdo del pueblo tunecino de abajo fue adoptar un Proyecto Decreto Ley relativo a la elección de una Asamblea Nacional Constituyente que redacte una nueva Constitución y la elección de una Instancia Superior independiente de las elecciones. Además se estipula la igualdad hombre-mujer, así como el establecimiento del sistema electoral más democrático posible; el proporcional integral. Lo mismo habría que copiar en Chile.
¿Cómo? Materializando con la acción la síntesis creadora entre espíritu cívico democrático y audacia revolucionaria para ir más lejos, al cambio de estructuras.