Noviembre 17, 2024

Fracaso neoliberal y falta de rumbo de la Izquierda

Aunque habitualmente se habla de la “caída de los muros” en alusión a la desintegración de la Unión Soviética, al término de la Alemania comunista, al fracaso del socialismo real o los problemas de insolvencia de algunos regímenes vanguardistas, lo cierto es que de tales acontecimientos no puede derivarse el triunfo efectivo de las ideas neoliberales o del capitalismo a ultranza. Mucho menos, todavía,  la consolidación de regímenes políticos más democráticos,  en que el desarrollo se haya traducido en mejores índices de justicia social y participación ciudadana.

 

 

El “caso chileno”, o la llamada contrarrevolución neoliberal impulsada por la Dictadura,  ciertamente fue exitosa en cuanto a cifras macroeconómicas,  al índice de crecimiento de la economía o el ingreso per cápita. Sin embargo debemos asumir  que todo este proceso de más de tres décadas ha resultado un verdadero espejismo,  y que tal  pretendido “desarrollo” se explica, fundamentalmente,  en el excelente y sostenido precio internacional del cobre, cuanto el enorme incremento de la riqueza de los chilenos más pudientes, mientras los salarios en realidad se comprimían en su poder adquisitivo, así como se vulneraban los derechos laborales reconocidos en el mundo civilizado.

Lo cierto, es que los niveles de desigualdad social siguieron pronunciándose desde el término de la Dictadura y las “sacrosantas leyes del mercado” ya se ve cómo han sido  desbaratadas por la corrupción de los más poderosos empresarios, las malas prácticas de las grandes empresas y la descomposición  de toda esa clase política abyecta a los poderosos inversionistas privados o extranjeros. La proclamada “libre competencia” ha devenido en la concentración empresarial y la consolidación de fuertes oligopolios, lo que le ha permitido a las pocas empresas de cada rubro realizar todo tipo de colusiones para convenir los precios de sus productos y asaltar sin compasión los bolsillos de los consumidores e nuestro país. Pocas veces se han descubierto más evasiones o elusiones tributarias como las del último tiempo; sobre todo después de algunas leyes conseguidas por el gran empresariado para suprimir las penas de cárcel que antes se consideraban para sus infractores.

Ideológicamente, podríamos asegurar que la inmensa mayoría de los chilenos prefiere hoy al Estado por sobre el mercado o la “iniciativa privada”, cuando observa los abusos de las compañías de servicio en los cobros por sus suministros de electricidad, gas, agua y otros productos esenciales. ¡Qué duda cabe, además, que la inmensa mayoría de los trabajadores quisiera volver a los sistemas solidarios de previsión para dejar de ser asaltados por las administradoras de fondos de  pensiones!  De la misma forma en que la población demanda más recursos para la educación pública,  versus la que persigue el lucro. Como quisiera, además, que se dotara mejor a los hospitales para evitarse los groseros cobros de las isapres y clínicas privadas que, en su voracidad, atraer ingentes recursos fiscales por los servicios que prestan en aquellas  urgencias médicas que no son oportunamente atendidas por el sistema público.

En este sentido, acabamos de comprobar cómo una vez más los estudiantes que postulan  a las universidades, al momento de inscribirse,  prefieren a los planteles tradicionales frente a las seductoras ofertas de aquellas  entidades privadas que –más allá del imponente cascarón de sus instalaciones- no logran alcanzar el nivel de las otras en  cuanto a calidad de enseñanza.

Con todo lo que se diga, en América Latina, la Revolución Cubana hereda logros económicos, sociales y culturales muy por encima de  los demás países del Caribe, como del conjunto de nuestra Región. Así como los aportes del propio chavismo, del régimen ecuatoriano, del boliviano, brasilero y argentino  se constituyen en un legado que reconocerán y agradecerán, tarde o temprano, sus poblaciones. Aunque, estos pueblos se encuentren atiestas de la reiteración en el poder de los mismos líderes o caudillos que, en el caso de la izquierda, suelen ser tan renuentes a ser reemplazados. Pero ya vemos que también en Chile, toda la posdictadura se ha caracterizado por la consolidación de una acotada clase política que también repite rostros  en los gobiernos, parlamentos y municipios.

Tuvo que sobrevenir la caída internacional del precio del cobre, como el descubrimiento de la corrupción a todo nivel para que los chilenos se dieran cuenta del monumental engaño de las políticas neoliberales. Para que empezaran a mirar de nuevo al Estado para la consecución de sus justas aspiraciones. Para que se acrecentara el mismo sentimiento de indignación que hoy remece a toda una Europa que también se sacude de los mismos espejismos y falsos profetas de la política. Porque,  si bien el “estado de bienestar” alcanzado en sus países realmente se hizo generalizado a todos sus habitantes, en la práctica se trató siempre de regímenes colonialistas que explotaron al Tercer Mundo, se apropiaban de sus riquezas y asolaron a sus poblaciones a fin de cimentar su desarrollo. Encontrando en otros continentes “mano de obra barata” y materias primas a precio vil.

Abrigamos la certeza que el triunfo de opciones derechistas en los comicios de Argentina, Venezuela y otros serán de muy corto aliento, porque ya se sabe que valores, como el del crecimiento con equidad o la democracia participativa,  no están en el registro genético de sus dirigentes,  partidos o entidades patronales. Como tampoco valoran la cooperación entre las naciones o la defensa de los derechos humanos de todos. Sin embargo, lo malo está en que las izquierdas se han hecho muy propicias, también,  a declinarse en la corrupción y la perpetuación de sus mismos rostros, además de persistir en actitudes hegemónicas y mesiánicas. Más allá de las convicciones que proclaman en favor de la igualdad y solidaridad.

Por otro lado, en un planeta al que la comunidad científica augura un colapso climático mundial,  es indudable que los valores del laissez faire (del dejar hacer y pasar) ya no son compatibles con la vida y la subsistencia de nuestra Casa Común. Y que, desde la ciencia, la ética y el sentido común, el capitalismo salvaje ya no podrá perpetuarse en nuestra economía y objetivos de un auténtico progreso. De allí que sea tan patética la existencia de aquellos izquierdistas que todavía son cooptados por la derecha y los poderes fácticos,  después de su compromiso de antaño con las experiencias revolucionarias del continente o su participación en el mismo gobierno de la Unidad Popular.

Del mismo modo que se hacen penosas la falta de unidad y criterio de aquellas expresiones ideológicamente correctas, pero que carecen de rumbo certero o eficiencia política debido, sobre todo, a sus crónicas prácticas de sectarismo y atomización.

 

 

 

 

 

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