Noviembre 19, 2024

Colusiones, créditos: cuando el derecho a rebelarse pasa a ser una obligación

 

Lo que se ve en las noticias, con una frecuencia de espanto, no puede sino hacernos pensar cuándo se viene la rebelión de los estafados y entonces las calles ardan  en fogatas benefactoras que dejen claro que cuando un pueblo se enoja, la cosa cambia.

 

 

Una huelga enojada, de obreros, de palomas, de choferes como diría Gioconda Belli, que ponga sobre aviso a los sinvergüenzas de toda laya que se acaba la falta de punición y si no es por la refrescante vía del paredón, será por algún sustituto igualmente válido y democrático.

 

A menos, claro, que a ese pueblo que un par de veces se ha enojado con más que justas razones ya la cosa le empiece a acomodar y/o que aún le escueza en el bolsillo el talonario del último crédito conseguido para pagar otro que a su vez paga las cuotas del auto.

 

Y que se quieran mirar por la tele los últimos sucesos de la selección nacional o las gestiones deportivas que el diputado Núñez hace para ver los goles  del domingo sin abonos ni prepagos. ¡Gloria al Pulento!

 

Así, vamos camino a sacar el pan como una flor.

 

El pueblo financia a sus verdugos, a sus ladrones, a sus castigadores. Alguien en alguna parte hizo bien su trabajo, Inmejorable.

 

Dejó al gilerío en la casa. Impávido viendo como lo cagan y lo cagan y lo vuelven a cagar las farmacias, los pollos, los supermercados, los buses, el camión del gas, la televisión, los matinales, y por cierto, las peores y más grandes colusiones, diarias, puntuales, infames, y que entre tanto robo, pasa algo inadvertido: la de los políticos afincados en los centros del poder: La Moneda, el Congreso, los partidos políticos, los ministerios, los medios de comunicación y las oficinas secretas.

 

Lo que nos debería recordar que responsable por todo lo que hay es esa colusión cuya mejor y más dramática consecuencia se originó cuando sujetos que hoy posan muy de demócratas y de cristianos, se coludieron ni más ni menos que con la CIA y dirigieron el ataque a la Moneda, que fue bombardeada por tierra por el Ejército y por aire, por la Fuerza Aérea.

 

Recodemos que hubo una colusión golpista y criminal que en los años setenta se llamo CODE, y que agrupaba a la ultra derecha, la misma de hoy pero con otro nombre y al Partido Democratacristiano, el mismo de hoy con el mismo nombre.

 

Ya sabemos en qué terminó el esfuerzo de esa colusión, aún cuando falta encontrar los cuerpos de muchos detenidos y desaparecidos.

 

Como se ve, el pueblo el mismo castigado, ninguneado, atropellado, despreciado manipulado de siempre, aumenta a un ritmo alarmante las razones que debería esgrimir para salir a la calle y dejar una estela de humaredas de bronca añeja y nueva.

Y debería tomar la diferencia que ha habido entre los precios de cogoteo al que han sido expuestos y llevárselo para la casa y el resto quemarlo en la plaza pública. Partiendo por La Moneda y siguiendo por el Congreso.

 

El derecho a rebelarse pasa a ser una obligación cuando varía de azul a oscuro.

 

Y en este país nuestro la cosa ya parece cuento.

 

Cuesta entender el factor humano que podría haber en sujetos cuya misión en la tierra es hacerse aún más millonarios cagando al pobre prójimo que, con certeza, cree en su mismo dios.

 

Para qué tanto. Para qué tanto más. Si aunque vivieran cien vidas no podrían gastar lo que  juntan y juntan.

 

Va siendo hora de que la energía que se despliega en los estadios de fútbol, en las celebraciones del año nuevo (¡quinientas mil almas en plena Alameda sin gritar ninguna grosería contra los poderosos!), el dieciocho en las fondas, en los fines de semana largos y en la paciencia de los tacos, se transforme en rabia decente y necesaria y comience el saqueo legítimo. Ojo por ojo, diente por diente: Éxodo 21: 24 o algo así.

 

O mejor lo dejamos para marzo.

 

 

 

 

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