Los 60 fueron años de ideas. Los jóvenes no teníamos graves dramas cotidianos gracias al Estado de Bienestar, por tanto pensábamos, estudiábamos y soñábamos. En Francia escribían: seamos realistas pidamos lo imposible, en Chile, creíamos que en la URSS se construía una sociedad sin clases y que Cuba estaba dirigida por heroicos líderes dispuestos a dar su vida por el pueblo. El tiempo que permanecían en el poder lo adjudicábamos a las presiones externas.
La dictadura del proletariado era transitoria, un momento histórico para estatizar los medios de producción, lo que automáticamente creaba una nueva sociedad. Con la invasión a Checoslovaquia, muchos rompimos con parte de los sueños, pero seguimos pensando que la revolución armada conquistaría el poder para eliminar la explotación del hombre por el hombre. Mientras tanto, los jóvenes gremialistas en silencio redactaban el programa, “El Ladrillo”, que aplicaría Jorge Alessandri si hubiese sido elegido en 1970. Luego se preparaban en Chicago, en las doctrinas del Opus Dei y los Legionarios de Cristo y escuchaban a Jaime Guzmán, cuyas ideas posteriormente se plasmarían en el modelo que nos rige. Porque durante los últimos 25 años, pese a que ha habido democracia, el modelo económico ha sido el mismo que Hernán Buchi aplicara ortodoxamente desde 1982. No hubo fuerza ni voluntad para cambiarlo. La Constitución y legislación dejada por Guzmán buscaba, en sus palabras, que aunque los enemigos del régimen de Pinochet ganaran, igual perdieran. Y así fue, hasta hoy seguimos perdiendo.
Hoy, líderes jóvenes de la UDI insisten en dirigir el cambio de Chile con el futuro como horizonte, considerando el pasado inmediato nefasto por mala gestión. Sabemos que para seguir en política necesitan desprenderse del pinochetismo y ganar a los más viejos de su tienda para una agenda valórica más moderna, pero están orgullosos del crecimiento, de las alabanzas que recibimos de EEUU, el FMI y el Banco Mundial y que aparezcamos con unas diez familias en los records de Forbes de los billonarios más ricos del mundo. Se mantienen silenciosos respecto a la Iglesia y los casos horrorosos de pedofilia. No se pronuncian respecto a los robos del presupuesto institucional realizados por militares. Tampoco de la ausencia de fiscalización estatal y de la droga que entra a raudales por nuestras fronteras. Están preocupados por el derecho a la vida, pero no se plantean ningún programa solidario de rehabilitación de los jóvenes que delinquen por estar avasallados por la droga, el mal trato y la desesperanza. Tampoco escriben el modelo de sociedad para el futuro que los inspira.
Los dirigentes de la Concertación y el PC tampoco han sido muy explícitos en los últimos 25 años respecto a la sociedad ideal que querrían construir si pudieran. Nunca se ha escuchado en forma clara qué piensa la mayoría de la Concertación sobre Cuba, Venezuela y sobre las ideas marxistas-leninistas que defendimos en los años 60. Algunos defienden a Cuba y Venezuela, otros callan, o no critican, porque aman al pueblo de Cuba, recibieron su solidaridad o no van a dar argumentos a la derecha al criticar a la democracia realmente existente en estos países. Otros se sobreactúan, como Guillermo Tellier, que felicita a Kim Yon Un y se refiere a Corea del Norte como un país hermano, cuando nunca los partidos comunistas fueron cercanos a los regímenes que no eran pro soviéticos y hay que ser muy raro para reivindicar a esa dinastía como un modelo político ideal.
Sea cuales sean las razones para no definirse, ya ha llegado el momento para que todos los que aspiran a dirigirnos, moros y cristianos, como lo hicimos en los 60 equivocados o no, se pronuncien sobre el modelo de sociedad que quieren para Chile en los próximos cincuenta años.
Los jóvenes de la UDI tienen que autocriticarse de lo que defendieron ellos o sus próceres. No basta con no asistir al natalicio de Pinochet y lanzar frases nebulosas sobre los derechos humanos. Lo que ocurrió en Chile fue demasiado horrible como para, lisa y llanamente, rechazar el pasado en bloque y pensar que eso los hace nacer nuevos para dirigir el futuro.
Los jóvenes que critican al sistema, al modelo neoliberal, como CRECER, Izquierda Democrática y otros ya no están pensando en la estatización de los medios de producción, ni en la dictadura del proletariado y eso deben explicitarlo, porque aunque sean nuevos y no se identifiquen con el marxismo-leninismo de los 60, la gente los relaciona con ello. Ningún joven, ni siquiera del PC al que, erróneamente, se les adjudica las posiciones más izquierdistas y ortodoxas, piensa en conquistar el poder con una revolución armada. Ni los jóvenes de derecha, llámense UDI, Amplitud, Evopolis, o Pleonasmo, quieren otro Pinochet para impedir la reforma tributaria, laboral o educativa.
Me parece que hay acuerdo en que la democracia es el menos malo de los sistemas. Pero también que una sociedad nueva debe contar con una democracia plena. No puede ser democrático que los grupos económicos con riquezas casi pornográficas sean los dueños de los medios de comunicación y nos entreguen su verdad como leyes inmanentes. No puede haber una democracia real con un sistema electoral que solo permite que hayan dos grandes ganadores. No hay democracia donde hay exclusión y no hay inclusión en un país donde Santiago es Chile, donde una región no sabe lo que ocurre en la otra y donde la capital ignora a la mayoría del país. Donde la televisión es la que da homogeneidad a los chilenos. No puede haber inclusión cuando las grandes ciudades, especialmente la capital, se dividen en guettos. Donde justamente los líderes de la UDI, que se sienten propietarios de nuestro futuro, no conozcan el centro de Santiago y solo se manejen en la cota mil, al borde de la cordillera. Si no hay solidaridad no hay democracia real.
La democracia política debe estar acompañada con la aplicación rígida de las leyes de la competencia perfecta, porque hay que impedir que el grupo AB, formado por 3.500 familias, menos del 1% de la población, que vive en Las Condes, Vitacura, Providencia, La Reina y Lo Barnechea y recibe ingresos mensuales superiores a 8 millones de pesos, lo decida todo. Porque, como se ha demostrado en los últimos años, al tenerlo todo es muy difícil no coludirse y permitir que se desarrolle el pequeño comerciante y el pequeño empresario. Todo se hace más difícil aún, cuando el Estado no tiene injerencia en la economía y es cada día más débil, debido a lo que puede ser crecientemente cooptado. Se critica al Estado por ineficiente, pero restándole recursos, como ocurre en Chile, exceptuando a las FFAA, es imposible que sea más eficiente. El gasto público como porcentaje del PIB en Chile llega a 22,4% y el promedio de este gasto en los países de la OCDE es de 43,9%.
Solo dar más recursos al Estado en general no es la salida, pero se debe modernizar creando un Estado de nuevo tipo, haciendo concursos por oposición de antecedentes de verdaderos profesionales, dejando como cargos políticos solo al Ministro, al Subsecretario y a un par de asesores. Estimulando la carrera funcionaria por capacidad profesional y sacando a los operadores ignorantes e inútiles. De esa manera el Estado debe tener posibilidades de interferir en la economía para lo cual se requiere un cambio constitucional. No se quiere estatizar y quitarle sus negocios a los grandes, pero el Estado debe coordinar, debe planificar y debe invertir en aquellas áreas que no interesan a la empresa privada, como ocurre en el caso de las energías renovables. El estado debe dar apoyo directo con un Banco del Estado a los pequeños y medianos productores, a las cooperativas.
Sobre todo esto hay que discutir. El modelo basado solo en las grandes empresas y la inversión extranjera, extrayendo recursos naturales o usando mano de obra barata, no es sustentable ni en Chile ni en el mundo. Más aún, hay que incorporar a la conversación los nuevos elementos que ha traído consigo el desarrollo de nuestras sociedades y que hacen el sistema menos sustentable aún. Entre ellos se encuentra el aumento de la longevidad, la eliminación de puestos de trabajo debido al desarrollo de la industria digital, la crisis de la familia nuclear, el descontento de los más jóvenes. Ya no solo debemos discutir sobre crecimiento, desigualdad y Estado.
Es necesario pensar el papel que puede jugar el amor y la fraternidad en las nuevas formas de vida. Porque deberemos compartir, probablemente cada vez con menos recursos materiales, el cuidado de los enfermos, de los humanos con capacidades diferentes, de los enfermos mentales, de las nuevas formas que asuma la familia con más mujeres Jefas de Hogar solas, con parejas de iguales.
Hay que luchar contra la pobreza y la soledad por la humanidad.