La presidenta sonríe. Tuerce su cuello con una cadencia algo coqueta cuando mira al maduro y poderoso hombre de negocios que la observa relajado e indulgente. De adusto, severo y elegante negro, la mujer más poderosa de Chile se yergue cómoda, distendida, con la sensación de haber hecho lo correcto. De estar entre amigos.
El aire huele a poder.
La colusión en la que aparece trenzado el poderoso empresario echó por tierra la táctica de abuenamiento de la presidenta con los poderosos, luego de hablar de reformas y constituciones. Y cuyo efecto, comparable solo al que se puede adjudicar a una almeja escuchando la palabra limón, los poderosos no dejaron de hacer saber.
Así, la presidenta se vio obligada a dar explicaciones y asegurar que la sacrosanta propiedad privada, la que en el caso de Eliodoro Matte fue aumentada durante todo este tiempo por la vía de robar a diario a cada uno de los chilenos, no sería tocada.
Después de ser descubierto, Eliodoro habrá llamado a la jefa de Estado para darle explicaciones, para decirle cuánto siente que un incidente en el cual, obvio, no tuvo ninguna responsabilidad, perjudicara las tan bien reconstituidas confianzas.
Pero, con certeza, la presidenta no querrá volver a ver esa foto y en los corredores secretos de palacio se barajarán tácticas para que los medios no la vuelvan a mostrar. No con Eliodoro.
La obscena trenza de poder, que involucra a todos los prepotentes, ha dado otra soberana muestra de que este país está secuestrado por sinvergüenzas que venden a su madre por otro par de millones.
Se ha develado lo que siempre han visto los que han querido ver: lo que manda en Chile es la cruza terrible del poder económico, político, eclesiástico y militar. Todo cuando no esté en esta órbita está destinado, a la buena o a la mala, a ponerse en la peligrosa mira de la corrupta moral de esa parentela que no tiene más dios ni ley, que el dinero.
En Chile domina una mafia de ladrones que no se han detenido en cuestiones de orden ético al momento de castigar al ya castigado pueblo. Día a día hacen saber su repulsión por todo lo que huela a perdedor, asalariado, pobre o indio. Así se expresa aún, cotidiana y puntual, la venganza del poderoso contra el pobre por haberse atrevido a algo diferente con salvador Allende.
Y cada día aprietan más y más sus puños, sabedores de los efectos ordenadores que tiene la violencia ejercida desde el Estado, el brazo secular de este siglo.
Desde hace un tiempo no pasa semana sin que no nos enteremos de alguna intervención de estos delincuentes que en un país de rango normal estarían hace mucho tiempo cumpliendo largas condenas solo por su participación activa y entusiasta en la dictadura.
Delincuentes de cuello y corbata. Rapaces de misa diaria, cilicio en el muslo y cruz en el dormitorio. Explotadores desalmados, fracciones de seres humanos, trastocados depredadores de cuanto existe. Dueños de todo. La peste que hundirá la humanidad en el cataclismo definitivo
Estos cobardes tienen amplia experiencia en colusiones. La de mayor trascendencia, cuyas cicatrices aún no cierran, fue la que impulsaron al amparo de los estados Unidos para derrocar a sangre y fuego al gobierno popular de Salvador Allende y que perfeccionaron en diecisiete años de terrorismo.
Lo que decide en Chile es la colusión permanente entre la mafia de sinvergüenzas que controla el país mediante la economía, la iglesia y los milicos y aquella otra manga de nuevos prepotentes y sinvergüenzas que han gobernado por la intercesión del dinero que han recibido y siguen recibiendo de los empresarios ultraderechistas.
Esta colusión, es la madre de todas las otras.
Y es la que ha acordado no solo mantener este sistema corrupto e inmoral a como dé lugar, sino también perfeccionarlo por la vía de hacerle arreglos superficiales y por la de insistir en engañar al crédulo y paciente pueblo.
La colusión siniestra que ha permitido todo lo que se ve, es la de la ultraderecha y la Nueva Mayoría. Sobre todo porque en apariencia parece que no fuera. Pero es.