Recuerdo que en Chile en los años 60 cuando salió esa publicidad del “mundo de fantasía de Bilz y Pap” que, como se sabe, son dos viejos refrescos que en esos años buscaban rejuvenecerse con un nuevo envase y presentación con el fin de contrarrestar el poder de las bebidas pertenecientes a las transnacionales Coca Cola y Pepsi Cola, no se tardó en el imaginario popular, en trasladar la frase a cualquier situación donde alguien parecía desconectado de la realidad: estaba en el mundo de fantasía de Bilz y Pap.
Observando desde lejos las reacciones ante el fallo de la Corte Internacional de Justicia de La Haya, por mi parte no puedo menos que constatar que pareciera que súbitamente la abrumadora mayoría de los chilenos efectivamente están inmersos en un “mundo de fantasía”, desde la presidenta Bachelet (“Bolivia no ha ganado nada”) hasta la mayor parte de los políticos de izquierda y derecha. Curiosamente el único que estuvo más cerca de la realidad fue el Ministro del Interior Jorge Burgos, cuando afirmó que para Chile “era una derrota procesal”. Lo curioso del caso y para ilustrar esta extraña dicotomía frente al fallo, mientras por un lado se decía que el fallo no era una victoria para Bolivia, los rostros compungidos de los dirigentes políticos congregados en La Moneda ese día o de los consultados posteriormente en el Congreso, revelaban otra cosa: en verdad se ha tratado de una victoria boliviana en varios frentes. En primer lugar por cierto, en el plano procesal, la Corte Internacional de Justicia es competente para conocer la demanda boliviana.
Para minimizar el efecto del fallo entonces se ha buscado aspectos accesorios, especialmente el hecho que la Corte habría “acotado la demanda boliviana” al indicar que no puede predeterminar el resultado de una hipotética negociación, en caso que en pronunciamiento sobre el fondo de la demanda fallara que Chile estuviera obligado a negociar en buena fe. Pero eso es obvio, la Corte efectivamente sólo podría decir eso, pero no forzar un resultado de una eventual negociación. Por lo demás la Corte no puede conceder más de lo que el demandante (Bolivia) ha solicitado: una negociación en buena fe, en un período de tiempo razonable, en torno al tema de una salida al mar. En buena fe significa con el real propósito de encontrar una solución al problema en discusión, es decir hallar una fórmula que permita una salida al mar para Bolivia, en otras palabras Chile no podría seguir insistiendo en que el Tratado de 1904 es inmodificable y tampoco en que no puede regalar territorio, esta última objeción es fácilmente superable mediante una fórmula que contemple un intercambio de territorio, con Chile quedando con exactamente el mismo número de kilómetros cuadrados que tiene ahora; en tiempo razonable significa que sea una negociación que dure unos meses, quizás unos pocos años, pero no décadas; y obviamente las negociaciones tendrán que ser en torno al tema del mar, aunque aquí Chile—si sus diplomáticos fueran más agudos—se podrían agregar temas anexos de su interés como un aprovisionamiento garantizado de gas natural, que el país necesita y que Bolivia posee en abundancia, ciertamente no con el propósito de aprovecharse del vecino, como aparentemente fue la explotación del salitre y el guano por empresas chilenas en el siglo 19 lo que condujo a la guerra de 1879, sino en un espíritu de genuina integración e intercambio comercial en términos mutuamente favorables.
Sin embargo creo que por ahora al menos, será difícil sacar a la mayoría de los chilenos de la percepción nacionalista en que se ha colocado luego del fallo. Por lo demás una situación contradictoria entre la percepción del común de la gente y la que ha tratado de manipular la mayor parte de la clase política: mientras para la gente en la calle parece bastante claro que Bolivia ha ganado el primer round de esta disputa, la mayoría de la clase política, envuelta en su burbuja fantástica, ha insistido en que ese no es el caso. En lo que sí la inmensa mayoría parece coincidir es en embarcarse en un nacionalismo chauvinista de la peor clase, en muchos casos simplemente reaccionando como “el picado” después de que su equipo pierde un partido de fútbol. Voces pidiendo el retiro de Chile del Pacto de Bogotá (que obliga a zanjar las diferencias limítrofes u otras recurriendo a la Corte Internacional de Justicia) se han multiplicado desde la derecha, sin poner atención a que ese es el principal mecanismo jurídico disponible. Fuera de él ¿qué alternativas quedan? En el área del derecho internacional recurrir al arbitraje de una tercera parte es prácticamente la única, porque la otra es simplemente resolver cualquier futura disputa por la fuerza, por la guerra. ¿Es ése el camino que los irresponsables que plantean retirarse del Pacto de Bogotá tienen en mente?
Lo que llama la atención entonces es la poca racionalidad en las reacciones chilenas frente al caso, lo que contrasta con las bien articuladas respuestas que el representante boliviano y ex presidente de ese país Carlos Mesa diera en el programa de TV Chile “El Informante” esta semana. En especial cuando se lo enfrentó a la más compleja situación de negociar una salida al mar al norte de Arica, lo que de acuerdo al Tratado con Perú de 1929 requiere de un consentimiento peruano si Chile fuera a ceder una franja de territorio en esa zona (por lo demás una clara indicación de la histórica ineptitud de los diplomáticos chilenos que negociaron ese tratado al aceptar una cláusula que en los hechos limita la soberanía chilena sobre esa parte del territorio, una muestra más de que parece haber una tradición de una diplomacia chilena manejada por incapaces, por decir lo menos). Perú—que como el delegado Mesa dijo esa noche—no es un actor a esta altura de los acontecimientos, podría llegar a serlo si unas hipotéticas negociaciones entre Chile y Bolivia efectivamente plantearan la posibilidad de ese corredor, una hipótesis que se ha planteado otras veces y que Perú ha bloqueado, la última vez en los años 70 cuando propuso que a cambio de su consentimiento, Arica fuera convertida en una ciudad internacional, en los hechos con cosoberanía peruana lo que inmediatamente convertía la propuesta en una idea muy improbable de ser aceptada por la ciudadanía chilena, cualquiera fuera el signo político del gobierno que hubiera en Chile. La posición peruana en este sentido responde por lo demás a una no-manifiesta concesión a sectores ultranacionalistas de ese país que aun guardan intenciones revanchistas y para quienes un corredor boliviano al norte de Arica entorpece sus ilusiones de algún día “recuperar” sus territorios del sur (Arica y Tarapacá). En esto hay que ser claro, el flagelo del nacionalismo envenena la atmósfera no sólo en Chile, sino también en Perú.
Lo que por cierto nos debe llevar a la reflexión sobre un tema que para la izquierda latinoamericana siempre he sido un importante valor: el de la solidaridad e incluso la fraternidad entre los pueblos y estados de América Latina. En esta reciente experiencia de la demanda boliviana en La Haya uno bien puede preguntarse ¿no hubiera sido mucho mejor que ambos países hubieran abierto un diálogo y una negociación de motu proprio y no porque un cuerpo judicial internacional eventualmente pueda obligarlos? Evidentemente que sí, lamentablemente las condiciones políticas aun no están maduras para ello. El elemento distorsionador que impide tener unas relaciones más fluidas es el nacionalismo que permanece aun como una ideología muy fuerte, enraizada por lo demás en las tendencias más primitivas de nuestras sociedades. Incluso cuando hay gobiernos con un sello político más o menos coincidentes en dos países vecinos afloran disputas que en el fondo reflejan esa instintiva desconfianza del otro. Recuérdese por ejemplo el caso de Argentina bajo el gobierno progresista de Cristina Fernández demandando ante La Haya al de Uruguay presidido por Pepe Mujica en torno a unas fábricas de papel cercanas a la frontera que presumiblemente podían contaminar un río limítrofe. Por esto mismo es que hay que reconocer que esta idea de fraternidad y solidaridad latinoamericana todavía es más una propuesta teórica, defendida por nuestros más preclaros intelectuales, cantada en los más hermosos versos de nuestros poetas y cantautores, pero que en las palabras de nuestros líderes políticos—independientemente de su grado de sinceridad—aun permanece en el campo de la retórica.
Naturalmente que como pueblos latinoamericanos y caribeños deberíamos redoblar los esfuerzos para trasladar esas, hasta ahora expresiones retóricas, a un plano de realidad concreta. Pero observando cómo se ha reaccionado en Chile en relación a este caso uno no puede menos que admitir que el camino es aun muy largo antes que la expresión “hermanos latinoamericanos” tenga un sentido real y no sea como hoy, un mero cliché.