Noviembre 24, 2024

Volver a empezar

Nuestro desventurado presente está marcado por el tipo de transición que aceptó la Concertación. La validación de la Constitución del 80 estableció límites estrechos a los gobiernos que reemplazaron la Dictadura. Se ancló la estrategia económica neoliberal; el duopolio político y de los medios de comunicación cerraron las puertas a la diversidad; y, los derechos humanos no superaron los límites de lo posible. Se impuso así una democracia a medias, que posteriormente se convertirá en el totalitarismo de los Grupos Económicos. No es exageración. Esos Grupos ejercen un control total sobre nuestra sociedad.

 

 

Los economistas de la Concertación, que habían sido opositores al modelo instalado por civiles y militares, se transformaron en admiradores de la estrategia impulsada por Buchi y los Chicago Boys. Caso paradigmático fue Alejandro Foxley, quien alabó las reformas económicas del dictador, argumentando que su único error estuvo en los atentados a los derechos humanos. ¡Cómo si ambos asuntos fuesen independientes!

 

Con reticencias, pero luego con entusiasmo, los economistas de la Concertación experimentaron un viraje sorprendente en favor del  pensamiento único. Se olvidaron que habían cuestionado el modelo económico cívico-militar y se sintieron a gusto con las privatizaciones, la focalización social, la desindustrialización y la apertura indiscriminada al mundo. Después de algunos años se atrevieron a dar un paso adicional: transitaron hacia la ignominia, aceptando asientos en los directorios de las grandes empresas. Así, ayudaron al 1% más rico de la población para que se enriqueciera aún más.  Las enseñanzas de economía en los Estados Unidos les servían para justificar intelectualmente la codicia.

 

Los políticos de la Concertación también se embarcaron en el cambalache. Timoratos frente a Pinochet, les dio pánico el boinazo y se achicaron frente a la corruptela del hijo del dictador. El duopolio de las comunicaciones los avasalló, lo que impidió el surgimiento de opiniones  independientes; a ello ayudó la justificación de Correa y Tironi “la mejor política comunicacional es no tener ninguna”. Otros, prefirieron hacerse amigos del poderoso Agustín Edwards, y apoyaron su proyecto “Paz Ciudadana”, que se convirtió en la política pública sobre seguridad de los gobiernos para enfrentar la delincuencia: no la de cuello y corbata, por supuesto, sino la de los marginales.  

 

Esos mismos dirigentes políticos aceptaron el predominio de la economía sobre la política. Se convencieron que la distribución del ingreso es secundaria y que el alza de impuestos afecta el dinamismo económico. La presencia de los presidentes en Casa Piedra se convirtió en hábito.

 

Así las cosas, la aceptación de la Concertación del neoliberalismo se convirtió en subordinación al mundo empresarial. Sus políticas sólo operaban en el margen para no dañar la institucionalidad consagrada en la dictadura. Se olvidaron de los cuestionamientos a las AFP, Isapres, Código Laboral, aguas privatizadas, lucro en educación, entre otras.

 

Gracias a la consolidación del modelo económico, los ricos han aumentado su riqueza, apoyados además por un régimen político que impide la representación ciudadana y asegura el poder sólo a la derecha y la Concertación. Bajo tales condiciones la mayoría nacional ha sufrido un sistemático asalto a sus derechos económicos, sociales y políticos.

 

 

Así las cosas, el desmoronamiento moral era inevitable. Después de cumplir importantes funciones de poder público varios políticos de la Concertación cayeron en la tentación del dinero y aceptaron servir a sus nuevos patrones del sector privado. Ya sea en directorios de empresas o como lobistas, ministros, subsecretarios y superintendentes de instituciones reguladoras emigraron desde los gobiernos de Aylwin, Frei, Lagos y Bachelet a las grandes empresas, favoreciendo a sus dueños con gestiones en el gobierno y el parlamento.

 

Los políticos que no usufructuaron de la cooptación directa en las empresas, solicitaron dinero a los dueños del país para sus campañas electorales. Pero, éstos, infinitamente codiciosos, no regalaron dinero graciosamente sino los obligaron a emitir boletas para así descontar impuestos y ampliar utilidades. Financiamiento electoral a cambio de leyes favorables para las empresas. Y además estafa al Estado para no pagar impuestos. Así, los propietarios de la economía, pasaron a controlar a toda la clase política. Totalitarismo del gran capital.

 

Diputados y senadores, e incluso políticos supuestamente alternativos, se vendieron al yerno de Pinochet, a los empresarios de la pesca, a los controladores de la minería, a los que manejan la producción forestal, a los propietarios de la banca. La codicia de los Grupos Económicos ha subordinado completamente al poder político.

 

El camino será más largo que el anunciado por el Presidente Allende. Políticos y economistas, originalmente demócratas,  en vez de abrir las alamedas han respaldado la injusticia y se han entregado a la corrupción.  No obstante, lo que cambio ayer tendrá que cambiar mañana. Y el porvenir reclama una nueva Constitución, otra economía; derechos sociales ineludibles; representantes efectivos de la ciudadanía; y, sobre todo, políticos decentes. Es lo que necesita el país. Habrá que volver a empezar.

 

 

22-09-15

 

*Una primera versión se publicó en Politika

 

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