Noviembre 18, 2024

“¡Diviértanse! Yo solo pienso”

La frase que titula esta columna es la última escrita por Eduardo Bonvallet. ¿Por qué él habrá elegido una palabra que comienza con la letra d para decir su último desesperado deseo? ‘Diviértanse’… escribió esa palabra. Bonvallet pulsó la letra d para referirse al mundo que él dejaba atrás, ordenándoles a otros lo que a él le resultó imposible; tampoco pudo dimensionar que era el mundo quien se deshacía de él.

 

 

Maldita letra d. El mundo no es divertido, ni tampoco es lo que se piensa que es. El mundo es déspota y desinteresado; desgraciado y deshumanizado; de lo contrario, ¿serían concebibles imágenes como la de esa mujer de Damasco que regresa a la alambrada a buscar a su pequeño hijo atrapado en la frontera que divide su mundo desafortunado y el mundo ‘desarrollado’, tirándolo desesperada para arrancarlo de su destino declamado por su dictador? El mundo es desatinado y desgraciado porque produce imágenes desgraciadas y desagradables en alta definición del cadáver de un niño sirio ahogado en una playa turca. Eso, para el mundo, es divertido.

Tal vez Eduardo Bonvallet no haya sido santo de la devoción plena de buena parte de los lectores de este medio. Eso ya no importa. Ahora él está desactivado, desaparecido, desconectado, ya se desentendió del ruido que devanaba su mente; al fin se decidió y desoyó a todos los que pudo, su dolor lo condujo a la desesperación, y que quede claro, esas dos acciones nunca se han llevado bien; el desprecio por los que están en derredor del depresivo se torna definitivo cuando se desatiende su clamor, cuando los demás no saben qué hacer con el disociado, y no encuentran más solución que el desprecio.

¿Alguna vez Bonvallet habrá hecho el ocioso ejercicio de recabar las inúmeras palabras que comienzan con la letra d, y que, vaya coincidencia, esas palabras desgraciadas se concatenan para darle relato a la enfermedad que lo devoró? Maldita depresión, tenías que confabularte con la letra d para producir dinamita, para detonar la debacle, para destruir.

Cuántas veces Eduardo se habrá cruzado con estas palabras desgraciadas, todas ellas iniciadas con la despreciable letra d, sin saber que cuando esas palabras se unen en un mismo corazón se tornan mortales. La más desgraciada de ellas es la palabra ‘desamor’. El desamor es la palabra que mejor define a la indiferencia, ese anti sentimiento que aniquila todo; es el desamor el causante de la depresión que se lleva a los desesperados.

¿Alguna vez Eduardo habrá unido en un mismo momento palabras como: desamor, decepción, desencanto, desaliento, desamparo, desgano, destierro, desgraciado, desconocido, desprevenido, desatento, desdicha, desavenencia, destino, desidia, demencia, demente, desencanto, dejadez, desgastado, debilidad, débil, descaro, desmemoria, descarga, deleznable, desconfiado, desaseado, demérito, deplorable, desvelo, desazón, deriva, descrédito, desacuerdo, derrota, derrumbe, delirio, decrépito, desaire, desastrado, desarraigo, desolación, devenir, desastre, descender, desistir, desatino, desconsuelo, devaneo, decadente, desconcertado, detestable, descortés, defecar, desconcentrado, descalabro, desafección, desafortunado, desordenado, debacle, decapitado, desechado, descompuesto, deambular, desplazado, despedida, desdén, defunción, deceso, descanse…?

Nunca sabremos si alguna vez se topó con todas ellas, o alguna siquiera. ¿Y qué tal si lo hizo cuando eligió en su última noche la palabra ‘diviértanse’? Y de esa asociación brotó una conversación en silencio que comenzaba así:

Cuando me halle en la cresta de la ola y haya superado la inercia de tu tormento, querida depresión, estaré ansioso, eufórico, saltaré en una pata, y desearé recordar este arsenal de palabras depresivas para referirme a estos malos momentos, a estos momentos de oscurantismo, desmemoria, desamor y desafección; entonces, necesitaré estas palabras atroces que me acompañan, que me desgastan, que me duelen, que me dañan, como la letra d, tan guatona, con su prodigiosa barriga apuntando hacia mi ventrículo izquierdo, amenazando con apretarlo hasta que reviente, apuntando hacia mi parilla costal, la que sin mayor provocación, me hiere con sus huesudos penachos de piedra ósea; letra d que provoca a mi generosa vejiga, haciéndola chorrear varios litros de filtrado glomerular, que se deshace descuidada de mis electrolitos, provocándome sendos calambres, haciéndome sentir más debilitado que la debilidad de los débiles.

Para cuando te haya superado, estúpida depresión, necesitaré todas estas palabras que comienzan con la misma letra barrigona que tú; necesitaré, por ejemplo, la palabra “demente”, pues, con ella podré explicar muchas cosas propias de la demencia. También necesitaré la palabra “demérito” para explicar que durante el tiempo que me has tenido atrapado, no he hecho nada meritorio, por el contrario, me he transformado en un ser al que nadie le atribuye mérito alguno, más bien me he convertido en inmerecido portador de ciertos privilegios para los que no he hecho mérito alguno. Para cuando me deshaga de ti, maldita depresión, me será de suma importancia el recuerdo de estas palabras depresivas; necesitaré palabras desoladas, como desencanto, desaliento, desamor, desolación, destierro, deriva; todas ellas me serán útiles para explicar el devenir de mi barco a la deriva, a merced del viento, sin rumbo ni esperanzas, desprovisto de tripulación y provisiones, desolado, sin tierra a la vista, sin una tierra donde depositar mis despojos.

Cuando te deje atrás, necesitaré recordar estas palabras horrendas que me vinculan a ti, con el único propósito de no repetirte ni de permitirte una nueva entrada a mi sistema límbico, al que has dañado en demasía, y causado gran desastre a mi descendencia. Bien sabes, depresión infeliz, que mi desgano es de tal magnitud, que al girar por mi cerebro se vuelve incontrolable, como cuando quiero agarrar el mundo a la altura de Madagascar, y luego levantarlo a la altura del océano Índico para lanzarlo al retrete, tal como la cantora de fierro enlozado de mi abuela; o a veces, cuando similares impulsos me tientan para tomar al mundo por la selva amazónica, y sacudirlo hasta que los monos perezosos que se mecen en las ramas que trepan al cielo, caigan al suelo como cocos de palmera. Una energía desbordante me hace saltar de la pocilga para despertar a los japonenses y a los aborígenes australianos que duermen al otro lado del planeta, mientras nosotros estamos en vigilia; me decepciona no ser un gigante wildeiano que me permita provocar un desastre descomunal que supere mi debacle interior; me gustaría tener la fuerza suficiente para sacudir la Tierra, vaciar el agua de los mares hasta que los oscuros fondos marinos vomiten las toneladas de acero y madera, todos los baúles de oro y los millones de cuerpos humanos que se han tragado desde que existe el mundo. Sin embargo, esta desidia es de tal dimensión y de tan deplorable imaginación, que no me deja destruir lo que me destruye con su desaire, todo lo cual me convierte en un ser despreciable, un anacoreta detestable, maloliente y que nadie desea.

Solo una cosa te digo, maldita depresión, cuando te hayas quedado atrás, y yo haya renunciado a mi despreciable derrota, serás la sombra de un pasado desafortunado; ya no estaré más desesperado, ya no seré un animal desechado y habré renunciado a mi despedida prematura; para entonces, habré renunciado a los saltos al vacío, a las cornisas desgastadas, a las balas destructivas, al tren demoledor que pasa cerca de casa, en fin, me habré despedido de la demencia. Seré una persona sociable, estaré de acuerdo en todo lo que los demás piensen y digan, rasuraré mi dolida cara, me acicalaré con todo tipo de menjunjes, como gitano en día de bodas, vestiré unos trapos de buena calidad, me lustraré el calzado y me desharé de esta absurda meditación, y en cambio, reflexionaré sobre la importancia fundacional del ácido desoxirribonucleico, y veré la forma de comisionar a mis descendientes el deber de llevar mis genes al hemisferio norte, de donde un día el padre de mi padre los trajo en su escroto. La desoxigenación de los tejidos traerá consigo la necrosis, microscópicos seres vivos se darán el festín ulterior y acabarán con la materia viva, y luego, cuando hayan transcurrido millones de años, la tierra me defecará mediante un estertor y las tibias cenizas podrán presenciar el acto solemne del recuerdo. Y volverá el hálito de mi cuerpo roto a la tierra húmeda, descansará en paz, ya no habrá nadie regañándolo por su desgano; habrá, eso sí, alguien mojando con sus lágrimas el esculpido mármol con las palabras de la despedida.

 

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