Hace décadas George Orwell publicó “1984”, novela sobre un régimen político omnipresente, totalitario, que ejerce férreo dominio sobre la cotidianeidad de los individuos. Allí se impone el ocultamiento de las ideas transformadoras del pasado para evitar que alimenten eventuales disidencias en el presente.
La manera de perpetuar un régimen totalitario es falseando la realidad. Porque la disidencia suele recurrir al pasado en el que las cosas no eran como ahora y ese recurso conduce a rectificar el presente y mejorar el futuro. Entonces hay que manipular el pasado, hacerlo inexistente si es necesario. Ante la imposibilidad de viajar en el tiempo para modificar esos parámetros, la única manera posible de eliminar el problema es borrándolos de la memoria, cambiando la historia. Tiene razón Orwell cuando dice, “quien controla el presente, controla el pasado”.
En Chile no estamos lejos del mundo orwelliano. El totalitarismo se ha instalado. No es bajo la forma impuesta por Hitler o Stalin. No es el Gobierno el que impone su voluntad sobre nuestras vidas, sino son siete grupos económicos, los que imponen su voluntad sobre la sociedad, incluso sobre el mismo Gobierno. Ellos controlan rigurosamente nuestro presente y han reescrito nuestro pasado. Laconcentración de la riqueza, y de las rentas, en manos de siete familias ha instalado en el país un poder superior que domina todas las esferas de la vida económica y social y que se proyecta al ámbito político.
Las familias Luksic, Matte y Angelini, están en el ranking de las mayores fortunas del mundo. Se convirtieron en ricas mundiales, primero, gracias a la dictadura y luego a la Concertación. No son los únicos que se han beneficiado de las privatizaciones, de un Estado timorato para regular y de una Constitución que ha convertido en un negocio la salud, la educación y la previsión. A estos los siguen otros de menor envergadura, pero también poderosos, como Saieh, Paulmann, Solari y Piñera.
Estas familias son las dueñas de Chile: de la minería, bosques, pesca, aguas, industrias, supermercados, exportaciones, servicios públicos, salud, previsión, educación y equipos de futbol. Controlan nuestras vidas contratando por bajos salarios, trabajos precarios, tarjetas de crédito, bajas pensiones de las AFP, lucro en educación y salud, precios monopólicos en las medicinas. En la hora actual se oponen con virulencia a los cambios impositivos y a modificaciones del código del trabajo. Rechazan la gratuidad e igualdad en la educación e insisten en la represión al pueblo mapuche. Y defienden, con delirio, la Constitución de Pinochet.
Con el control de los medios escritos, radios y TV, los Grupos Económicos, promueven sin mediaciones el pensamiento único. Sus editoriales y crónicas defienden la institucionalidad económico-social que instaló Pinochet. Mediante ellas justifican sus intereses y descalifican, ocultan o atacan virulentamente cualquier reforma que se le pueda introducir al régimen.
Así las cosas, los medios de comunicación han intentado convencernos que los economistas están para justificar lo existente, no para cambiarlo. Han instalado la idea que el orden natural de las cosas es el predominio de lo individual por sobre lo colectivo y que el mercado autorregulado debe dirigir nuestros destinos.
Sobre la base del control del presente inventan un pasado que les sirva a sus intereses actuales. Aseguran que a Chile le iba mal antes. Según los actuales dueños de Chile, la reforma agraria de Frei padre fue perversa; la industrialización un error; la sindicalización obrera un atentado a la empresa privada; el gobierno de Allende, una atroz dictadura comunista. Y, desde que llegó Pinochet la vida habría cambiado para bien.
Luego, esas siete familias doblegaron a la Concertación para que mantuviera las mismas políticas públicas de los Chicago boys y para que no cambiase la Constitución que instaló Pinochet.
En un país con tradición decente se ha instalado la corrupción. Los vasos comunicantes entre la política y los negocios, que se habían mostrado puntualmente durante los primeros años de la Concertación, se hicieron evidentes en meses recientes con los pagos que empresarios han entregado a los políticos. Financiamiento para campañas electorales a cambio de protección para sus negocios. Los políticos no han tenido miramientos. Se sentaron a la mesa con Ponce Lerou, el mismo yerno de Pinochet. Comenzaron a admirar a sus represores. Se impuso el síndrome de Estocolmo.
Es cierto que ahora yanada es sagrado. Pero, se les pasó la mano a los que han dirigido el país y no se puede seguir jugando con lainocencia de la gente. Que no se olviden que todavía están nuestros hijos y nietos. Y, como dice Sabina, el calendario no anda con prisas. El control del presente, y la manipulación del pasado, no garantizan a los poderosos el dominio del porvenir.
13-09-15