Tal día como hoy -un 4 de septiembre- el pueblo de Chile eligió presidente a Salvador Allende. Cada minuto que pasa, el abismo que separa la envergadura moral, ética e intelectual de Salvador Allende de la pequeñez y la insignificancia de los parásitos políticos de hoy se agiganta más y más. Salvador Allende crece en la memoria de todo un pueblo. Antonio Soto nos entrega una vívida semblanza del más grande político de nuestra Historia.
Hace 42 años se clausuró un ciclo de largas lucha y auge del movimiento popular en que la clase obrera, los campesinos, los intelectuales y la gente humilde de nuestro país fueron derrotados. Los errores propios, pero sobre todo la resistencia de los poderosos, nacionales y extranjeros, impidió que se materializaran los anhelos de transformación de Allende y el pueblo de Chile.
Los asesinatos, el exilio, la represión y el retorno de los ricos al poder, no han borrado los mil días de la Unidad Popular. En ese periodo los humildes tomaron el cielo por asalto, se expresaron sin miedos, trataron de igual a igual a los que por siglos habían usufructuado de la riqueza y el poder en nuestro país. Esos días de felicidad no serán olvidado. Se lo debemos a Salvador Allende.
Allende trascendía el pensamiento de su época.
Mientras la guerra fría dividía al mundo y las empresas norteamericanas expoliaban nuestras riquezas básicas, el Presidente pudo comprometer a toda la clase política para nacionalizar las minas de cobre, mediante una ley en el Parlamento. Por otra parte, mientras la revolución cubana empujaba a las juventudes latinoamericanas a adoptar la lucha armada para transformar las estructuras oligárquicas, Allende insistía en sustituir el capitalismo por el socialismo mediante el ejercicio pleno de las libertades democráticas y el respeto a los derechos humanos.
Durante los 1000 días de la Unidad Popular, la democracia y las libertades públicas se potenciaron como nunca antes había ocurrido en la historia republicana.
Medios de comunicación de variado tinte político, mostraban sin restricciones posiciones desde la extrema derecha hasta la extrema izquierda. Trabajadores, que nunca antes habían podido manifestarse, multiplicaban los sindicatos y hablaban de igual a igual con los patrones. Estudiantes participaban en el destino de sus universidades con los mismos derechos que las autoridades académicas. Campesinos, se organizaban en sindicatos y gracias a la reforma agraria accedían por primera vez en su historia a cultivar su propia tierra. Mujeres y hombres en los barrios se organizaban en juntas de vecinos y en comandos comunales.
No eran sólo las libertades de la democracia representativa las que se desplegaban en el país, sino era mucho más. Era la participación directa de los ciudadanos en sus propios asuntos. Con Allende se abrió en Chile una democracia que, con formas directas de participación, incorporaba a los excluidos en la construcción del país.
Lamentablemente, las transformaciones en favor de la igualdad, la libertad, así como el desborde de alegría popular que caracterizaron el gobierno de Allende terminaron abruptamente con el golpe de Estado. El sistema político excluyente y el modelo económico de desigualdades instaurado por Pinochet han hecho retroceder a nuestros país en muchas décadas. Hemos retornado a las cavernas. Las desigualdades se han multiplicado y las libertades se encuentran acorraladas por medios de comunicación que sólo dictan el pensamiento único: el de los ricos..
Los grandes intereses internacionales y nacionales no aceptaron ceder el control absoluto del poder, comprometiendo a los militares en la sucia tarea de restaurar la injusticia, mediante la dictadura. Pero la tragedia no fueron sólo los asesinatos, la tortura y el exilio. La mayor tragedia ha sido que la misma generación política que lucho junto a Allende en favor de los humildes, ha aceptado administrar el modelo neoliberal que profundizó las desigualdades.
Y, esa tragedia se ha convertido en comedia, cuando “políticos socialistas” y “políticos progresistas” le han facilitado los negocios al yerno de Pinochet y a otros empresarios inescrupulosos, a cambio de coimas para sus campañas electorales. Esta es una vergüenza no sólo para las familias de los políticos corruptos sino para toda la sociedad chilena.
Las anchas alamedas no se abrirán más temprano que tarde, como nos anunciara Salvador Allende. Tendremos que esperar a las generaciones venideras.