El restablecimiento de relaciones diplomáticas entre Estados Unidos y Cuba pone fin a una feroz guerra asimétrica entre dos países vecinos, y claramente representa una victoria de la nación caribeña, que ha logrado resistir durante más de medio siglo la violenta hostilidad de la única superpotencia global, el país más rico y tecnológicamente desarrollado de la época actual.
Ha culminado una guerra cruel pese a que persistan, de parte del gran país agresor, algunos de los aspectos más crueles de su atropello, incluido el costosísimo bloqueo económico y financiero.
La reapertura de la embajada estadounidense en La Habana coincidió prácticamente con la celebración del 89 cumpleaños del líder histórico de la Revolución, Fidel Castro, acontecimiento que aunque en Cuba no es motivo de celebración oficial alguna es muy recordado en América Latina y dos jefes de Estado, Evo Morales y Nicolás Maduro, de Bolivia y Venezuela respectivamente, viajaron a La Habana para felicitar al ex mandatario cubano.
En el sentimiento de los cubanos, la derrota de la política agresiva de Estados Unidos contra la isla constituyó un mérito principal de Fidel Castro y la alegría que se manifestaba en toda Cuba coincidiendo con el onomástico de su héroe, así lo evidenció.
Cuba emprendió en 1868 una guerra por la independencia, la identidad nacional y la justicia social que no ha cesado desde entonces. Cuando se acercaba a la victoria en el terreno de las armas sobre los colonialistas tras vencer los cubanos las debilidades derivadas de la falta de unidad en las filas propias como resultado de un esfuerzo unitario en el que José Martí jugó el papel principal, la extraña explosión en la bahía de La Habana de un acorazado estadounidense que realizaba una visita de cortesía a las autoridades españolas malogró los anhelos patrióticos cubanos.
Ello sirvió de pretexto para que Washington declarara la guerra a España dando inicio a un relativamente breve conflicto bélico a resultas del cual Estados Unidos se apoderó de todos los países que integraban el imperio español, que incluía como presa principal a las Filipinas, además de Cuba, Puerto Rico, Hawái y otros territorios menores. Esa intervención frustró la posibilidad de que los cubanos lograran por sí mismos la soberanía de su patria y tuvieran que continuar su lucha contra el neocolonialismo estadounidense, en las condiciones de una república disminuida que, de una forma u otra, se prolongó hasta el triunfo revolucionario de enero de 1959 contra la sangrienta tiranía de Fulgencio Batista, el hombre fuerte de Estados Unidos en Cuba desde la década de los años 30 del pasado siglo. Las clases dominantes de Washington nunca aceptaron la legitimidad de la victoria popular cubana ni de los líderes que se destacaron en ese proceso, con Fidel Castro a su cabeza.
A los revolucionarios cubanos, sin embargo, nunca les faltó la solidaridad de amplios sectores de la juventud, la intelectualidad y las minorías discriminadas del pueblo estadounidense, pese a las monumentales campañas publicitarias globales que llamaban al aislamiento de la isla.
A tal punto llegó la impopularidad del pretendido cerco contra Cuba, que en recientes décadas, fue el gobierno estadounidense el que se vio aislado del resto de las naciones en su política hacia Cuba. Como lo hiciera notar el periodista Fernando Ravsberg, de la agencia Reuters, las ceremonias de reapertura de las embajadas respectivas en Washington y La Habana son símbolos del fracaso total de la guerra económica del imperio contra la Isla, de la misma manera que lo fueron las imágenes de sus diplomáticos y jefes castrenses huyendo de Saigón tras su derrota en el terreno militar a manos de Vietnam.
La existencia de vínculos diplomáticos entre Washington y La Habana no es, por sí misma, garantía de respeto y normalidad en los nexos con Estados Unidos, como pudieran atestiguarlo los Jefes de Estado de varios grandes países europeos que han denunciado recientemente espionaje telefónico contra ellos de su “aliado”, con el que sostienen los más estrechos nexos diplomáticos, políticos, militares y económicos.
El esfuerzo común por crear o incrementar la confianza que se requiere entre las partes para alcanzar la normalización de las relaciones cubano estadounidense será inmenso.
Sobre todo porque el pueblo cubano no se conformaría jamás con retrotraer el carácter de los vínculos al que tenían antes de la ruptura. Tendría que ser, en justicia, volver a los tiempos en que el pueblo cubano estaba a punto de obtener su independencia de España, y Estados Unidos le frustró, con su intervención, la conquista del pleno disfrute de su soberanía nacional.
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