Ha muerto un miserable. El funeral dice mucho sobre lo que ha sido una persona. Salvador Allende, aún desde su silencio, obligó al sistema a efectuar el suyo 17 años después de su asesinato; no menos de un millón de personas le esperaron en las calles de Santiago. Contreras no tuvo dónde caerse muerto. De madrugada fue incinerado, no se celebró ceremonia alguna y sus familiares huyeron con sus odiados restos.
Decirle fascista a Contreras es una injusticia con los fascistas. Esa ideología ha causado mucho daño a la humanidad, pero algunos de los que realmente la han profesado coherente con sus discursos han enfrentado con entereza los peligros de su violenta ideología. Contreras no le llega ni a los talones a Otto Skorzeny o a León Degrelle. Contreras nunca estuvo en un Alcazar de Toledo con su hijo al otro lado de la línea telefónica. Lo suyo fue siempre el abuso desde la impunidad del poder total.
Cuando la PDI fue a arrestarlo a su casa tuvieron más coraje su mujer y su hija.
Contreras fue un miserable aprovechador que hizo yunta con Pinochet, otro oportunista sin bandera, con el cual se necesitaron y ayudaron mutuamente mientras se fueron útiles.
Pinochet dio muestras claras de servilismo hacia el gobierno de la Unidad Popular. Célebres son sus garabatos incitando a la represión gubernamental en la reunión que convocó Allende en la noche del 29 de junio. Estaba a la izquierda del gobierno. Cuando vio que las cosas podían venir del otro lado, saltó la cerca de último minuto. Tal era la desconfianza que los marinos conspiradores le tenían, que le hicieron firmar un documento.
Todos los generales filo democratacristianos que fueron la columna vertebral del golpe terminaron mal. Bonilla y Lutz, claramente asesinados. Este último era el jefe de la inteligencia militar al momento del golpe. El sanguinario Arellano Stark pasado rápidamente a retiro y al olvido.
A los militares no se les escapaba que toda dictadura requiere de un organismo de inteligencia y represión. Los generales que obviamente debían dirigir ese organismo por crear eran Odalnier Mena o Baeza, con rango de generales y especialidad en inteligencia. Ambos fueron dejados de lado y la DINA pasó a manos de un coronel de ingenieros, que en razón de su arma tenía la imposibilidad de llegar a general. Consiguió el ascenso a pesar del reglamento, un ascenso chorreando sangre. Cuántos hay en el estado, ahora, que hacen cualquier cosa por un ascenso.
Pinochet necesitaba de un inferior, en toda la extensión de la palabra, que no conociera de sus deslices legalistas, de sus diatribas en contra de los golpistas días antes del golpe, o que por lo menos lo callara religiosamente. Ese fue Manuel Contreras.
Este miserable traicionó todo lo que era posible traicionar.
Al pueblo de Chile desatando una masacre brutal, Hay cosas horrorosas, una mujer embarazada de ocho meses suplicaba entre las torturas que le dieran muerte, su hijo anunció su venida en medio del infierno, uno de los torturadores trajo un sartén y los golpeó a ambos hasta matarlos. En Chile existieron campos de exterminio, donde, al igual que los nazis, a los cadáveres se les sacaban las tapaduras de oro de su dentadura.
Pero traicionó también al ejército de Chile orquestando el asesinato del general Carlos Prats en Buenos Aires. Prats no fue ningún héroe de la democracia; puso en la balanza la masacre de la libertad y el pueblo chileno y la división de su sacrosanto ejército; primó la unidad de su sagrada institución y renunció. Ese fue un asesinato a un compañero de armas que no representaba ningún peligro real para la dictadura.
Traicionó al estado de Chile, sirviendo como informante pagado de la Central de Inteligencia Americana hasta 1976, cosa que consta en documentos revelados por los americanos por un problema administrativo en cuanto se le pagó una renta mensual de más cuando ya había sido descolgado por el asesinato de Letelier.
Traicionó a su propio general Pinochet cuando, careado por la justicia, le inculpó de saber todo lo que la DINA hacía.
Fue también un sinvergüenza. Sus enormes deudas con el Banco del Estado que le permitieron comprar fundos incluso, nunca fueron pagadas.
Por último se traicionó a sí mismo. Su charlatanería de que nunca iría a una cárcel y que moriría en libertad, pasando a una riesgosa clandestinidad, nunca fue capaz de cumplirla; para eso se necesitan cojones y eso no era lo suyo. El sólo podía operar desde el poder total y abusivo.
Causó miedo a la clase política concertacionista, qué duda cabe, tuvieron que construirle una cárcel para él. En eso tenía razón, ha muerto y aún el gobierno no se atreve a cerrar Punta Peuco. El miedo subsiste en algunos.
Pero la dignidad del pueblo chileno está a salvo. Se salvó de dos atentados. Quizás fuera mejor, al fin y al cabo estuvo 17 años privado de libertad, no es poca cosa.
Qué bueno que haya un miserable menos en este país, donde tantos abusan desde el poder estatal, creyéndolo propiedad privada.
ROBERTO AVILA TOLEDO