Diciembre 26, 2024

Los chilenos, los peores de todos

Recién, después de 29 años, se reabre el llamado “Caso Quemados”, uno de los crímenes más horrorosos conocidos por la humanidad en los últimos tiempos.

 

 

La reapertura se produce no como un avance investigativo ni porque está in crescendo el movimiento democrático chileno sino porque alguien de dentro del aparato represivo se decidió a hablar.

 

Lo mismo ha sucedido en las recientes aperturas de juicios contra dirigentes de derecha y de la Nueva Mayoría por delitos tributarios y trasgresión a leyes penales, políticas y éticas.

 

Los esbirros del EI, tan publicitados en los últimos tiempos, son bastante menos brutos que los que quemaron vivos y botaron a una zanja a Carmen Gloria y Rodrigo Rojas de Negri.

Las bestias del EI aplican su fuego o su guillotina (creada por franceses) a prisioneros de guerra, que formaban parte de un ejército que los quema y guillotina con sus bombardeos permanentes. Están en guerra. Son bestias los que queman y guillotinan con cuchillos o hachas y son bestias los que bombardean.

No se conoce que en Buenos Aires, durante la dictadura argentina, se haya quemado vivos a los opositores. No se sabe que haya sucedido cosa parecida en Perú, en la guerra civil entre Fujimori, hoy preso, y Abimael Guzmán, hoy preso también. Tampoco en Colombia o en las guerras civiles centroamericanas. Menos en Europa, en la persecución del terrorismo.

No se ha denunciado que haya ocurrido algo así en países donde la tortura es cosa legal, como en los EEUU (Guantánamo) o en Marruecos. A pesar de todas las denuncias contra Fidel Castro y los Kim en Corea y, antes, contra los gobernantes de la RDA o de Rumanía, ni el más extremista de los opositores a ellos ha imaginado o soñado con denunciar que patrullas represivas decidieron inmolar con fuego a dos jóvenes que detuvieron en las calles de Washington, La Habana, Pyongyang, Berlín o Bucarest. Y botarlos después en  una zanja.

Sólo es posible comparar nuestros crímenes con los cometidos hace 500 o más años en la llamada Edad Media europea, por organismos católicos represivos que habrían quemado entre 100 mil y 150 mil “brujas”.

En el Chile de Pinochet se brutalizó la represión en una forma en que nunca antes ni después se cayó, en la historia de Chile. Y que fue excepcional en el mundo.

Estaban en el gobierno varios que hoy están siendo juzgados por frescos y ladrones al Estado y varios de sus amigos: Cuadra, Novoa, Cardemil. Apoyaban al gobierno, y después del brutal crimen lo apoyaron aún más, personajes como Guzmán, Moreira, Chadwick, Larraín, Longuería y otros. Después del crimen, subieron al Chacarillas a jurar lealtad con el régimen que incineró vivos a los opositores.

En fecha cercana a la tragedia de Carmen Gloria y Rodrigo había sido degollado otro opositor pacífico y dirigente gremial: Tucapel Jiménez.

En fecha más cercana aún fueron degollados tres destacados militantes comunistas. Degollados. Todo tan brutal como lo de los incinerados vivos.

Eran métodos estatales más o menos habituales. No sabemos aún qué tipo de brutalidades y padecimientos sufrieron los actuales “detenidos desaparecidos”.

Aproximadamente una década después de estos crímenes casi la mitad de los chilenos y chilenas votó a favor del sistema dictatorial y del tirano que lo personificaba. La inmensa mayoría de ellos sabía de los crímenes. Los otros habían cerrado sus sentidos para no enterarse.

Incluso hoy, a casi 30 años, hay quienes señalan frente a esos horribles hechos:”no hay que exagerar”, “por algo habrá sido”. Y hay algunas que demandan ante la justicia por “encubrimiento” no a los cómplices de los que incineraron sino que a, según ellas, autoridades actuales que estarían “encubriendo” conversaciones políticas de militantes de izquierda.

No se conoce reacción tan desalmada en el llamado “mundo occidental y cristiano” de hoy. Los ex nazis no se han referido así a los judíos o comunistas inmolados en campos de concentración hace 70 años.

Los demás nos hemos insensibilizado al horror. Los medios de comunicación resaltan más el asesinato de perros o de leones africanos. Vivimos sin pesar lo que significa “degollado” y el hecho de degollar, “quemado vivo” y el hecho de incinerar, “torturado” y la profesión de torturador. Esos sustantivos los hacemos parte del mismo mundo significante en que viven “desterrado”, “exiliado”, “exonerado”, “perseguido”, “preso”, “extremista”, “comunista”, “izquierdista” y hasta “políticos”. Sicológica y culturalmente somos individuos que esconden su cabeza entre las piernas para no objetivar, observar, recordar, admirarse, opinar, condenar.

No sólo las FFAA deben terminar con sus órdenes de silencio y limpiarse, a casi medio siglo, de su desvarío. Y los tribunales de justicia aplicar la ley, porque crímenes de lesa humanidad no prescriben.

También los que  gobernaron sobre las espaldas de los militares, los que aprendieron o inventaron las formas de torturar y de matar, y los que apoyaron por mucho tiempo y apoyan esos crímenes, deberían pedir, uno a uno, perdón públicamente o guardar silencio para siempre, hasta que otros, por ellos, se autocritiquen.

Y los demás, levantar la cabeza, mostrar que es posible ser dignos.

Pero no tenemos muchas esperanzas. Parece ser que los chilenos seguiremos siendo lo que hemos sido en estos tiempos: los peores de todos.

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