Etimológicamente, el vocablo “naufragio viene del latín “naufragio”, que significa ruptura del barco, hundimiento, destrucción…Al menos, en el Titanic los errores del capitán estaban acompañados de la fe, de la fuerza, de la constancia y del profesionalismo de los integrantes de la orquesta quienes, a pesar del desastre existente, seguían interpretando bellas melodías. No estoy muy seguro de que los ministros Burgos y Valdés – del Interior y de Hacienda, respectivamente – jueguen el papel de directores de orquesta en el entierro de las reformas propuestas por el gobierno de la Nueva Mayoría.
Es innegable que las reformas tributaria, educacional, laboral, previsional y de salud, junto a la elaboración de una nueva Constitución, eran y siguen siendo tareas fundamentales para terminar con el Chile clasista, racista y desigual, razón primordial por la cual el cumplimiento del programa del actual gobierno constituyera su ethos y el sentido de de la existencia de la Nueva Mayoría. Con una gran dosis de voluntarismo, el gobierno de la Presidenta Bachelet intentó presentar reformas estructurales que, durante los veinticinco años de gobierno de la anterior coalición de gobierno – la Concertación – fueron pospuestas en razón de un “realismo”, cuyo lema era “en la medida de lo posible”, inaugurado por el primer Presidente en democracia, don Patricio Aylwin.
Pocas veces, en la historia de Chile, un Presidente de la república tuvo condiciones tan favorables, como el de la actual Presidenta, para llevar a cabo un programa reformista: dueña de Ejecutivo – en este país tiene poderes monárquicos – con mayoría en ambas Cámaras del Parlamento, elegida con una votación del 61%, con una derecha destruida – sólo quedaban los poderes fácticos, fundamentalmente la Banca y los grandes empresarios -. Cuesta comprender cómo en tan poco tiempo – menos de un año de mandato – estas reformas, que expresaban el sentido y eran un verdadero imperativo categórico, se hayan desvirtuado y, en un proceso devastador, estén llegando a su muerte.
Hoy es muy gratuito culpar, en plena desgracia, a los “mosqueteros” de la Presidenta, Rodrigo Peñailillo y Alberto Arenas, del naufragio, tanto del gobierno, como de las reformas, incluida su coalición de gobierno, la Nueva Mayoría. Se acusa que el programa de gobierno fue mal construido y los respectivos proyectos de ley adolecían de improvisación y, sobre todo, falta de conexión directa con los movimientos sociales, hechos que lo llevaron al rechazo de gran parte de la ciudadanía, fuera por deficiente en su definición del cambio o, especialmente porque por primera vez tocaba los intereses de los poderosos, que estaban acostumbrados a tener, como su brazo político, a los traidores de la centro izquierda que, esta vez, al parecer, dirigidos por una nueva generación se rebelaban contra quienes fueran los verdaderos amos de la Concertación, que no podían permitir que sus antiguos suches los denostaran, sosteniendo que la Nueva Mayoría iba a aniquilar su poder y construir un nuevo Chile.
Mucho antes del derrumbe de los hijos de Bachelet – naturales y políticos – las reformas no sólo habían sido desvirtuadas, sino también transformadas radicalmente: la tributaria, pasó a la “cocina” del DC Andrés Zaldívar – hoy el niega ser el gestor de tan monstruosa sopa transaccional – pactada con la derecha y los grupos económicos y hoy se ha convertido en un adefesio que, ni siquiera, alcanza para financiar la reforma educacional y además, no cambia un ápice la injusticia de nuestro sistema tributario – no sólo los empresarios no pagan impuestos, sino son poseedores de una pérfida maquinaria para evadir sus obligaciones.
Dejémonos de mentiras: ese realismo del cual habla Bachelet no es más que el pactar del “transar sin parar”, que siempre ha caracterizado a la centro izquierda después del gobierno de Pinochet. Por cierto, siempre dirán – quienes dirigen el actual gobierno – que “las reformas sólo se postergan y que se trata de priorizar las que creen son las más importantes y que la actual coyuntura económica a la baja no permite avanzar y que las reformas carecen de financiamiento. Todas estas excusas las conocemos de memoria: en tiempos de la Concertación de Partidos por la Democracia la justificación para no avanzar y “transar sin parar” era que tenía minoría en el Parlamento o que las reformas podrían detener el crecimiento y desarrollo del país y que se hacía necesario entenderse con los poderes fácticos para avanzar en forma minimalista, es decir, “en la medida de lo posible”; hoy, los malos datos económicos , sumado al derrumbe de los políticos debido a la corrupción, que actuaban como lacayos de los poderes fácticos, se ha convertido en un perfecto alibi para permitir al gobierno, “en nombre de lo razonable” detener las reformas y congeniar con la reacción y el gran empresariado convirtiéndose el gobierno como don Quijote, quien de loco e iluso, termina sus días en la cordura.
A la Presidenta, en pleno resquebrajamiento de su nave, con sus “hijos” en los tribunales, con la casta política por los suelos y con unos proyectos de reforma redactados entre gallos y media noche, no le que más que administrar el Estado en el tiempo que resta de su mandato, y reconocer – como nos tiene acostumbrados – que los tecnócratas y burócratas de la Concertación han sido señalados con el dedo de Dios para ejercer el poder en el reinado de la desigualdad y del clasismo. “El todo por Chile”, un eslogan bastante ridículo y sin sentido, viene a esconder los nuevos del segundo tiempo de gobierno, que no es más que “transar sin parar” y “en la medida de lo posible”. Tanta vuelta para terminar siempre en el naufragio de los sueños y esperanzas de la mayoría de los chilenos. ¡Preparémonos para vivir tiempos de mierda!
Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)
15/07/2015