Una de las frases geniales de un antiguo jefe de mi antiguo partido, Izquierda Cristiana, Bosco Parra, decía que “el cristianismo es la utopía de la igualdad” y, el socialismo es la forma real para llevarla a cabo. Entre los 60 y 70, del siglo XX, la alianza entre cristianos y marxistas era el gran sueño de los sectores populares para cambiar a América Latina. La Teología de Liberación y las comunidades cristianas de base tenían un enorme poder transformador en todo este Continente: la doctrina del Concilio Vaticano II, con el Papa Juan XXIII, sumado al aporte de de las Conferencias Episcopales Latinoamericanas de Medellín y Puebla, permitieron “la irrupción de los pobres en la Iglesia” – frase pronunciada por el eximio teólogo, Ronaldo Muñoz, S.S.C.C. -.
En el período del Papa Juan Pablo II – hoy elevado a los altares – se intentó destruir el legado de la Teología de Liberación, esta vez, convirtiendo a los pobres de la iglesia en verdaderos monaguillos, que bebían seguir, cual caterva de vencejos, a los obispos de “mamón”, adoradores del dinero y profetas del neoliberalismo y de la desigualdad. Así, la iglesia se llenó de curas pedófilos y amantes de las comodidades materiales – entre otros bienes, del Banco Vaticano, el mejor camino para que los millonarios corruptos lavaran el dinero mal habido – y, de esta manera, convertir el evangelio de Cristo en un culto idolátrico al dinero y amparar una “moral ginecológica”, cada más brutal con respecto a la dignidad y libertad de las mujeres.
El actual Papa Francisco no la tiene fácil: la curia romana y los curas de “mamón” se resisten a todo cambio que signifique retornar a una iglesia sencilla y consagrada, fundamentalmente a los pobres – por cierto que en Chile, el ridículo Nuncio Apostólico, Ivo Scapolo, y el Cardenal, de Ricardo Ezzati, no tiene no tienen nada en común con la doctrina del Papa Francisco y, mucho menos, con el legado de Jesucristo < Es muy chocante, por ejemplo, que Juan Barros haya sido nombrado Obispo de Osorno, siendo monaguillo del pedófilo Fernando Karadima y que el Cardenal lo visite en su encierro dorado ¡y con chocolates! > -.
El mérito de Jorge Mario Bergoglio, el Papa Francisco, consiste en expresar con gran sencillez y claridad las mejores tradiciones de una opción cristiana por los pobres, siempre marginados y excluidos, una especie de pastoral de fronteras y la búsqueda de una Iglesia simple, muy cercana a aquella de las comunidades cristianas populares.
En pleno auge del neoliberalismo – que también involucra a la iglesia – la Encíclica Laudato si, sobre el cuidado del Señor, plantea claramente el rechazo al culto de “mamón”, como bien lo define el Papa, constituye la esencia del capitalismo neoliberal que muchos de los clérigos adoran, convirtiéndose en capellanes de los ricos y poderosos y que desprecian a los pobres, cuya única misión, según la prelatura del Opus Dei, es ser buenos y eficientes sirvientes y ofrecer a Dios la caca que les corresponde sacar a los ricos.
No en vano, Francisco ha elegido en América Latina el lugar donde se exprese esta nueva visión y misión evangélica, más cercana a San Francisco de Asís, que la de los banqueros Medici. En sus discursos tanto en Ecuador como en Bolivia, el Papa ha logrado llegar a la gente más pobre y sencilla con palabras directas y emotivas, que tienen la gracia de tocar muy directo los temas muy profundos y sentido del pueblo que lo escucha. Que un jefe de la iglesia, que estaba muy lejana de los hombres y sus sufrimientos, hable en Bolivia a las organizaciones populares y se haga parte viviente de sus luchas y padecimientos cotidianos y defina a sus integrantes como “los poetas de lo social” es algo que nos regresa a la auténtica iglesia liberadora, y que defina el legado neoliberal como “el estiércol del diablo” ya, de por sí, constituye una sorpresa, luego de largos años de reacción durante el pontificado de los Papas polaco y alemán.
Los encuentros con los indígenas en Ecuador y Bolivia y Paraguay recuerdan muy bien el primer párrafo de la Conferencia de Medellín cuando muy plásticamente las características de nuestros pueblos mestizos y la preferencia de la iglesia por los pobres y marginados de la sociedad que, en nuestra América Latina, que son la mayoría. Es muy notable el que el Papa hubiese abandonado esa idea ridícula del hombre como dominador de la tierra, que le permitía aniquilar “la casa donde vivía” para reemplazarla por la relación armónica y de respeto entre el hombre y la madre tierra.
Las famosas “tres tes” trabajo, techo y tierra, constituyen elementos fundamentales de las necesidades humanas – negadas por el neoliberalismo – y que el Papa Francisco resalta como un programa fundamental y liberador.
Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)
11/07/2015