A los marxistas se nos califica como amantes del Estado, pero ello es un error, lo rechazamos por ser “el poder organizado de una clase para la opresión de otra”, según el Manifiesto Comunista. Nuestra utopía fue construir una sociedad sin clases, sin Estado, sin antagonismos, una asociación en que el libre desarrollo de cada uno condicionara el libre desarrollo de todos.
En nuestra sociedad, el Estado se extinguiría después de haber cumplido su papel en la Revolución. También el proletariado cumplía un rol transitorio, porque si bien en su lucha contra la burguesía debía conquistar el poder político, luego, una vez que hubiesen desaparecido las diferencias de clase y que la producción estuviese en manos de toda la sociedad, la hegemonía política de la clase obrera dejaba de ser necesaria. La dictadura del proletariado, después de derribar por la fuerza el régimen vigente de producción, hacía desaparecer las condiciones que determinaban el antagonismo de clases, las clases mismas y, por tanto, su propia soberanía como tal. La utopía no pudo cumplirse, las dictaduras se perpetuaron en los países que pretendían ser socialistas o comunistas y en ellas el Estado se convirtió en una institución más opresora que lo que lo había sido en el capitalismo democrático. Pero los que nos identificábamos con la utopía, quedamos catalogados para siempre como admiradores de esta institución, que, como bien lo hemos visto en Chile, puede llegar a ser muy perversa cuando actúa en dictadura.
Sin gustarnos el Estado y sin saber que la utopía fracasaría, los sectores progresistas y de izquierda de nuestro país, en los años 30, en el interés por desarrollar Chile, fomentamos la injerencia del Estado en la economía. No había otra forma de lograrlo sin un empresariado fuerte, por tanto nace la CORFO que impulsa la creación de empresas estatales que fueron grandes y eficientes hasta el momento de su privatización, tales como la Empresa de Agua Potable, ENDESA, CHILECTRA, ENAP, CAP y muchas otras. Si no invertía el Estado en los servicios públicos, no lo hacía nadie. Y todos preferíamos que el Estado manejara los servicios públicos. Nadie hubiera imaginado que era mejor que lo hicieran grupos económicos extranjeros o los chilenos que hoy aparecen entre los más ricos del mundo, como los ocho grupos, dueños de todo en Chile, con una fortuna en conjunto, de casi 22 billones de dólares.
LUGAR EN FORBES 2015 |
NOMBRE |
BILLONES US$ |
GIRO |
83 |
Grupo Luksic |
13,5 billones |
Minería, banca, comunicaciones, agua |
369 |
Horst Paulmann |
4,4 billones |
Retail y crédito |
663 |
Grupo Matte |
8,4 billones |
Papel, forestal, electricidad |
737 |
Sebastián Piñera |
2,5 billones |
Negocios |
737 |
Alvaro Saieh |
2,5 billones |
Banca, medios de comunicación, retail |
782 |
María Luisa Solari |
2,4 billones |
Retail, crédito, agua |
894 |
Julio Ponce Lerou |
2,1 billones |
Soquimich, minería agricultura |
1226 |
Roberto Angelini |
1,55 billones |
Pesca, Papel, AFP, electricidad, petróleo |
TOTAL |
8 grupos |
21,78 billones |
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Pero, en esa época, el Estado chileno tenía prestigio. Desde Diego Portales, que revisaba el orden de las oficinas públicas a diario, hasta el Presidente de la República, Jorge Alessandri, uno de los más ricos de Chile, que caminaba solo desde la Moneda hasta su casa en la Plaza de Armas. Incluso, Salvador Allende, afectado por el sabotaje empresarial a su Gobierno, contó con un Estado eficiente y con funcionarios que nos entregábamos a nuestro trabajo con la misma fuerza con que intentábamos construir nuestra utopía. Es por eso que Allende repetía con plena confianza que su Gobierno “podía meter la pata, pero jamás las manos.” Pero la avidez del empresariado, desplegada y apoyada desde el mismo Estado, no podía permitir que las reivindicaciones de los trabajadores siguieran desarrollándose como lo prometía Allende, a un ritmo mayor al que ya lo hacía desde los años 30. Además, pese a que la Unidad Popular ofrecía una vía pacífica hacia el socialismo y debía dejar el poder en las elecciones siguientes, un porcentaje alto de la población temía al comunismo o socialismo realmente existente. Es así como los chilenos, en 1973, nos enfrentamos a lo peor del Estado: su capacidad represiva. Y la clase dominante, en vez de devolvernos a un gobierno similar a los que hubo antes de Salvador Allende, decidió cambiar la estrategia de dominación, liquidar por la fuerza a los opositores y a todo lo construido hasta ese momento por las fuerzas progresistas.
Y el neoliberalismo llegó a Chile precursoramente con un discurso anti estatista, no hacia las instancias represivas del Estado, sino a aquellas vinculadas a la economía, a su capacidad de fiscalización y control y a su rol de protector de las grandes mayorías más débiles del país. Se decidió que empresas estatales eficientes, pertenecientes a todo el pueblo chileno, debían prácticamente regalarse a empresarios privados, que, como se ha visto, luego de 40 años no son mejores, más eficientes, ni nos cobran tarifas menores. El discurso anti estatista empequeñeció al Estado en funciones, recursos y capacidades, pero no en las referentes a la guerra y la represión interna. Por el contrario hasta hoy las FFAA reciben un 10% de las ventas de CODELCO para comprar armamento, según la Ley Reservada del Cobre, tienen un sistema de pensiones justo, de reparto solidario y a las FFAA y a Carabineros se les compran equipos para la represión o la guerra sin fijarse en gastos. Por tanto, el neoliberalismo no propone empequeñecer todo al Estado, necesita partes de este para controlar la delincuencia o fomentar la guerra con los vecinos, porque la fraternidad incomoda a la clase dominante y para tener buenas relaciones diplomáticas siempre hay que ceder algo. Tampoco rechazan la guerra, porque al final los que morimos en ellas siempre somos los Moya del mundo.
A los que no somos de derecha, la parte represiva del Estado no nos gusta. Abandonamos las utopías por lo que ya no aspiramos a extinguir el Estado. En el siglo XXI, la toma del poder por el proletariado es inimaginable, tanto porque cada vez es más débil, cuantitativa y cualitativamente, como porque la toma del poder por la violencia trae consigo secuelas conocidas y rechazadas por todos. Por tanto, solo podemos acudir al Estado, para fiscalizar, impedir abusos, dirimir conflictos y proteger a los más débiles. Tenemos que tratar de volver a un Estado como el que el neoliberalismo liquidó. Pero ¿es eso posible? Para ello debemos triunfar sobre los neoliberales que seguirán destruyendo lo que queda de protección estatal y los grandes grupos continuarán comprándolo todo, embarcando en sus marañas hasta a sus enemigos políticos que se han convertido en sus empleados. El neoliberalismo no solo destruyó la propiedad estatal, sino que redujo al Estado en tamaño y en altura de miras. Consiguió llevarlo a la actual situación de desprestigio y vergüenza. Nos dejaron sin líderes a los cuales admirar y respetar, con instituciones corruptas, débiles o profesionalmente ineptas.
¿Cómo podemos volver a un Estado fuerte, prestigioso y respetable? Carecemos de utopía, nos envolvieron en una pequeñez vergonzante, en un sistema no sustentable, tanto porque se basa en la avidez de unos pocos y en la expoliación de nuestros recursos no renovables, como se caracteriza por el abandono, la soledad, el desecho y la precariedad.
ALICIA GARIAZZO
Directora de CONADECUS