LA CÁMARA DE Representantes de Estados Unidos, de mayoría republicana, votó ayer a favor de una cláusula sobre presupuestos al transporte urbano, que en los hechos mantiene las restricciones de viajes a Cuba. Días antes, la Casa Blanca manifestó disposición por vetar esta iniciativa no sólo porque obstaculiza el incipiente acercamiento entre Washington y La Habana, sino porque reduce inversiones críticas en materia de transporte y seguridad.
La aprobación legislativa de ayer representa un revés del Capitolio a la decisión estratégica del gobierno de Barack Obama de procurar el fin del largo conflicto entre su país y la isla caribeña, originado por el empecinamiento histórico de Washington de impedir la autodeterminación de los cubanos.
Pese a que puede interpretarse como una medida para salvar una presidencia que resultó decepcionante en muchos sentidos, es innegable que la Casa Blanca ha dado pasos hasta hace unos meses insospechados para revertir la política contraproducente y hostil hacia Cuba. Acaso el más significativo sea el retiro de la Isla de la lista de países patrocinadores del terrorismo, un documento cuya existencia es en sí misma ominosa y que ha servido como pretexto para la política hostil y beligerante de Washington contra gobiernos que no son de su agrado.
Fuera del ámbito estrictamente gubernamental –tanto estadounidense como cubano– el deshielo entre ambas naciones puede palparse en hechos tan sencillos y simbólicos como la celebración de un partido de fútbol entre el equipo Cosmos de Nueva York y la selección cubana, realizado el pasado martes, o bien en el interés que han manifestado empresas estadounidenses de diversos giros por explorar oportunidades de negocio en la Isla y en el incremento del consenso social entre los estadounidenses respecto de poner fin al embargo contra Cuba, que se ubica alrededor de 59 por ciento, según datos de la encuestadora Gallup.
Todas estas circunstancias hacen pensar que se asiste a un punto de inflexión histórico y que el acercamiento que se ha iniciado entre ambas naciones será un proceso sinuoso y tardado, pero irreversible.
En ese sentido, la votación de ayer en el Congreso, con todo y su trasfondo de cálculos político-electorales, exhibe a un Legislativo estadounidense aferrado a inercias propias de la Guerra Fría, que ya ni siquiera se corresponden con la opinión mayoritaria de la población de ese país.
Los avances obtenidos hasta ahora en la perspectiva de la normalización de relaciones entre Washington y La Habana resultan ciertamente insuficientes para revertir la injusticia histórica que se ha cometido contra el pueblo cubano en tanto no se deroguen las leyes estadounidenses en que se fundamenta el embargo comercial impuesto a la Isla hace más de medio siglo.
Es necesario que el clima de opinión favorable a la superación del conflicto entre Washington y La Habana avance también entre los legisladores de ese país; que éstos abandonen la postura anacrónica que manifestaron ayer y que deroguen cuanto antes los fundamentos legales de una política que desde hace tiempo es objeto de repudio internacional y que pudiera volverse un factor adicional de descrédito respecto a la clase política del vecino país del norte.