LA ÚLTIMA RONDA de negociaciones entre Cuba y Estados, desarrollada los días 21 y 22 de mayo, no concluyó con un acuerdo para el restablecimiento de relaciones diplomáticas entre los dos países.
Según declaraciones de ambas delegaciones, aunque se ha avanzado en este propósito y de hecho han sido eliminados dos de los principales obstáculos que antes lo impedían, dígase la eliminación de Cuba de la lista de países patrocinadores del terrorismo y la apertura de una cuenta bancaria para que opere la misión de Cuba en Estados Unidos, aún queda por resolver lo que Roberta Jacobson, jefe de la delegación norteamericana, denominó “temas delicados”, respecto al futuro funcionamiento de las embajadas.
Para Cuba, tal y como ha declarado el presidente Raúl Castro, la preocupación fundamental radica en que los diplomáticos norteamericanos continúen aprovechando esta condición, para realizar actividades consideradas subversivas e ilegales dentro del país.
Sin embargo, para Estados Unidos, intentar cambiar el régimen cubano o cualquier otro, ha terminado siendo un derecho supuestamente legítimo, que emana de su condición de “líder mundial”, por lo que ni siquiera se esconde para proclamar esta intención, ya sea en los discursos de sus dirigentes o en los documentos doctrinales que rigen su política exterior.
La propia Jacobson reconoció, como la cosa más natural del mundo, que recién su gobierno había solicitado fondos al Congreso para continuar con los programas destinados a promover el cambio de régimen en Cuba. Ella dijo “ayudar al pueblo cubano”, que “no es lo mismo pero es igual”, al decir de Silvio Rodríguez.
Vale apuntar que, en un comentario dicho al vuelo, Jacobson también aclaró que estos “programas” podían variar según el momento y las condiciones específicas, infiriendo que algunos –pienso yo que los más claramente injerencistas– podrían ser eliminados. Lo que no sería una mala noticia para Cuba, pero sí para algunos que viven de estos fondos.
Desde mi punto de vista, el derecho a actuar de esta manera es lo que en esencia se discute cuando se habla del “funcionamiento de las embajadas” y la “delicadeza” del asunto estriba en que no se trata de un problema relacionado solo con Cuba, sino que está incorporado a la lógica hegemónica de Estados Unidos.
Este debate otorga entonces una importancia adicional al proceso de restablecimiento de relaciones entre los dos países, ya que podría establecer límites a esta concepción hegemónica y convertirse en un precedente para una mejor interpretación de las normas establecidas por la Convención de Viena, supuestamente el marco legal aceptado por ambas partes.
Por otro lado, la manera en que se han conducido las negociaciones constituye un buen ejemplo de solución de conflictos, cuyo clima de igualdad y respeto mutuos, puede servir de pauta a Estados Unidos para enfrentar otras disputas, hasta ahora casi siempre asumidas mediante la imposición y la violencia.
Si es así, estaría más que justificado afirmar que el restablecimiento de relaciones diplomáticas con Cuba, al que parece se llegará más temprano que tarde, constituirá el principal legado del presidente Barack Obama a la política exterior norteamericana.
*Doctor en Ciencias Históricas; Investigador del Centro de Estudios sobre Asuntos de Seguridad Nacional.