Diciembre 26, 2024

Telescopio: Chile como “reality show”

Una de las ventajas de mirar a Chile desde la distancia, con mi “telescopio virtual” (i.e., el Internet, las emisiones de TV Chile y eventuales coberturas de canales y otros medios locales e internacionales), es poder objetivar lo que allí ocurre, y la imagen que inmediatamente me viene a la mente es la de un gigantesco “reality show”.

 

 

También puedo agregar como ventaja la de ver desde lejos las vicisitudes que se desencadenan sobre su pueblo sin tener que experimentarlas yo mismo (ventaja que hacía que un amigo—crítico del derecho a voto en el exterior—me dijera que para ejercer ese derecho, a los residentes del extranjero se nos pusiera como condición pasar un tiempo usando el Transantiago… Bueno, yo lo uso y extensamente cuando viajo por esos lados, por lo que creo que me gano el derecho a opinar).

 

Si Chile es una suerte de “reality show” habría que empezar por explicar lo que es este género televisivo: un tipo de programa que presenta situaciones de la vida real pero carente de un guión, muchas veces, pero no siempre, con un reparto de gente desconocida y que difiere del documental en el hecho que se centra sobre conflictos personales o drama, aunque también pueden entrar en esta categoría los shows de artistas aficionados (como “American Idol” en Estados Unidos). Básicamente y porque justamente se trata de presentar dramas supuestamente de la vida real con personajes también sacados de esa presunta vida real, los que allí actúan terminan pretendiendo ser lo que no son: héroes, bravos sobrevivientes, galanes conquistadores, románticas y sentimentales damas o caballeros, y así.

 

Veamos algunos de estos episodios de este paradojal reality show: el cambio de gabinete por ejemplo, en verdad un episodio al que se le puso mucho más dramatismo que el que tendría en cualquier otro país. En teoría la presidenta tiene las atribuciones para cambiar a su equipo cuando quiera, pero claro tratándose de un gobierno de coalición (aunque ahora más parece un gobierno DC con algunos compañeros de ruta), es obvio que en hacer la selección de sus colaboradores Michelle Bachelet tenía que estar atenta a las señales de los partidos de la Nueva Mayoría, y no sólo de las que provengan de sus directivas sino también de sus corrientes internas: las más progresistas o izquierdistas y las conservadoras o derechistas en la DC y en el PS especialmente, que es donde estas corrientes se expresan más claramente.

 

Naturalmente en este episodio la secuencia más típica de un “reality show” fue el anuncio del cambio mismo con pedido de renuncia a todo el gabinete hecho en un estudio televisivo en el programa de un animador que hasta entonces estaba más asociado con eventos de la farándula y de beneficencia que con sucesos políticos. Como los personajes de los “reality shows” que a menudo se ven envueltos en situaciones que los obligan a contradecirse de un programa a otro a fin de sobrevivir, la presidenta pareció olvidarse de una entrevista concedida a otro canal poco tiempo antes en la que textualmente había dicho que cuando tuviera que hacer un cambio de gabinete “no lo voy a anunciar en una entrevista por televisión…”

 

Pero como en esos programas en que cada vez hay que eliminar a uno de sus integrantes—sea por voto de la audiencia o por jurado—la tensión iba en aumento y los telespectadores del drama ya parecían condicionados a eliminar a uno de los protagonistas del show, el ahora ex integrante del “reality” Rodrigo Peñailillo. Compleja fue la situación que tuvo a Peñailillo como el “pato de la boda” como alguien lo describió en las redes sociales. Así de pronto se fue convirtiendo en el villano cuya cabeza la teleaudiencia demandaba aleonada desde diversos sectores: la derecha del PS porque el ministro había osado apuntar a que había quienes (los sectores conservadores operando transversalmente en los partidos principales de la Nueva Mayoría) querían frenar los cambios que el programa de Bachelet comprende; la izquierda, o al menos parte de ella, porque Peñailillo aparecía implicado en esta generalizada costumbre de emitir facturas a empresas por servicios que en verdad no se habían prestado, o como en el caso del defenestrado ministro, la ejecución de un servicio (un ensayo analítico) que en verdad se parecía a esos “copy and paste” trabajos de investigación que algunos de mis alumnos solían presentar como propios. En buenas cuentas, en el episodio en que la presidenta anuncia el cambio de gabinete ya nadie da un cinco por la sobrevivencia de Peñailillo en el show.

 

Como la política es un entramado de muchas complejidades donde habitualmente el abordar las cosas con una mirada de blanco o negro lleva a perder los numerosos matices, al final la remoción de Peñailillo fue una victoria para los sectores transversales opuestos al ritmo de las reformas. Tarde quizás la izquierda se dará cuenta que en un plano político práctico, al final es preferible un ministro que pudo haber levantado un “paper” del Internet como cualquier estudiante sorprendido sin haber hecho su tarea, que vérselas ahora con un ministro de antecedentes muy impecables en materia de entregar sus trabajos a tiempo pero que parece más dispuesto a negociar las reformas—que por lo demás ya son objeto de crítica por su ambigüedad—que a llevarlas adelante y mucho menos profundizarlas.

 

Pero este “reality show” no sólo ha tenido a Peñailillo (del PPD) como eliminado, sino también a dos otros ministros socialistas: Álvaro Elizalde y Alberto Arenas, en tanto que otra figura significativa, Ximena Rincón, del ala más progresista de la DC, fue desplazada desde la Secretaría General de la Presidencia al Ministerio del Trabajo. Ella es una figura incómoda para los sectores derechistas de la democracia cristiana y su traslado a Trabajo la coloca en una posición complicada en vistas a la reforma laboral hoy cuestionada tanto desde los sectores sindicales como los empresariales. Situada a la izquierda en la DC cualquiera movida que haga en Trabajo para introducir cambios a la reforma laboral que favorezcan a los trabajadores probablemente serán bloqueados por el nuevo Ministro de Hacienda, el tecnócrata Rodrigo Valdés. La movida puede también liquidar de modo terminal sus pretensiones de ser la abanderada de la DC en las primarias presidenciales. Por si fuera poco, durante los días en que abundaron las revelaciones y rumores sobre las facturas por trabajos a empresas no realizados, su nombre fue también mencionado en las redes sociales aunque sin ninguna prueba concreta y aparentemente por obra de una reportera de farándula sin mucha credibilidad. Pero en tiempos críticos como los que se viven en el “reality show” llamado Chile, cualquier rumor levanta más polvo del que debía ya que no hay tiempo—ni interés—en chequear todo lo que se dice. Como en un “reality show” al estilo de “Survivor” se trata sólo de sobrevivir y de hundir a los contrincantes.

 

Probablemente una de las imágenes más extrañas del episodio del cambio de gabinete ocurrió al final de la ceremonia de toma de posesión de los nuevos ministros y la correspondiente despedida de los removidos, me refiero a la escena en que el presidente saliente del Partido Socialista, Osvaldo Andrade, saludó efusivamente al despedido Peñailillo, le dio un largo y exagerado abrazo, le susurró algo al oído que nadie sabe lo que fue (hipótesis 1: “¡Eso te pasa CTM por c… a Escalona!” Hipótesis 2: “¡Pa’que no volvai con eso de que la ‘vieja guardia’ se opone a las reformas h…!”) Sólo le faltó darle un beso para que se pudiera hacer la analogía con la leyenda de Judas. Por cierto más allá de las conjeturas sobre qué fue lo que le dijo Andrade, la lectura de esa escena es la de un evidente afán de humillar al caído en desgracia. No una performance que hable muy bien del saliente jefe socialista.

 

Por último está el episodio que pudiéramos titular “Relaciones Exteriores, La Haya y la diplomacia chilena en general” probablemente uno de los más absurdos de este “reality show” y que por curiosa coincidencia tiene parte de sus escenas en La Haya, siendo Holanda el país donde este género televisivo se inventó, allá por 1991 con “Nummer 28” el primero que puso a extraños a interactuar sin libreto delante de las cámaras. La actuación del Ministro Heraldo Muñoz con un triunfalismo más propio de integrante de alguna barra futbolística que de un jefe de la diplomacia, ha sido en sí misma un espectáculo, en el sentido que muy poco importa lo que el ministro diga sino más bien como lo dice: con un aire de arrogancia, de autosuficiencia, que si por esas cosas de la jurisprudencia los jueces llegan a dar una sentencia que no sea la que su equipo diplomático espera, sólo cabrá parafrasear una expresión con la que el celebrado humorista argentino “Zorro” Iglesias finalizaba una de sus rutinas: “Y de Muñoz, nunca más se supo…”

 

Por si fuera poco en otro episodio la diplomacia chilena se mostró de un grado extremadamente provinciano. Me refiero a toda la movilización hecha para conseguir que el Papa Francisco visite Chile ya que parecía que para algunos no podía ser que el pontífice fuera a visitar Bolivia antes que nuestro país… En un gesto muy inusual hasta el propio canciller se trasladó al Vaticano a gestionar la visita de un modo ansioso. El papa efectivamente visitará Chile pero en 2016, es decir al año siguiente de haber estado en Bolivia. Lo más grotesco fue el comentario que alguien hizo por ahí (que espero que no haya sido un funcionario de la cancillería chilena ya que sólo añadiría a la mediocridad intelectual de su personal) en el sentido que el papa “iba a visitar primero a los países más pobres”. La típica reacción del tonto “picado” podría uno decir.

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