Hace unos días afirmó en tono seguro que de haber un cambio de gabinete no lo avisaría mediante un programa de TV. Pero lo hizo.
Obviando la crisis política, el escenario más sensible es el frente externo y los alegatos ante la Corte Internacional de Justicia de La Haya en la que se corre el riesgo que Bolivia gane la mano. Y en un momento en el que se supone la mayor unidad nacional y cohesión gubernamental, decide tomarse nada menos que setenta y dos horas para hacer un cambio de gabinete. Más allá de haber corregido la mantención del Canciller en su puesto, esa declaración fue a todas luces un error de proporciones
El caso es que la presidenta Bachelet, ya despojada de su aureola infalible, no encuentra norte. Aún es pertinente preguntarse dónde está el piloto, porque de liderazgo, más allá de las declaraciones de sus más fieles partidarios dentro de la NM, ni hablar.
Las noticias comentan un evento que en el tráfago de reacciones que deja la presidenta en su conversación transformada de pronto en el foco de la crisis, pasa un poco inadvertida: un ciclón pasó muy cerca de Isla de Pascua.
Una sucesión de hechos, desde hace un año hasta esta madrugada, nos hace preguntarnos si este país está recién naciendo o se está muriendo. Porque normal, no es.
Con todo, visto nuestro país desde la perspectiva del pesimista y resentido, no se puede sino concluir que el nuestro es una fiesta para los sentidos, un placer para el teclado y un aporte significativo de las endorfinas necesarias.
Quizás sea amargo para el poderoso nuevo que se alzaba haciendo pinitos intentando figuraciones y estrellatos y que fue anclado a la realidad por el abuso de una costumbre inveterada y quizás por qué fuerzas malignas que los echaron para adelante.
¿No será todo esto una gran operación de venganza digitada por los desplazados veteranos de la Concertación?
¿O simplemente la razón de los imberbes en roles de prepotentes con menos kilos y carrete que los originales, los que crearon el modo altanero y soberbio con el peliento y sumiso y laxo con el rico?
El caso es que estamos en presencia de una crisis que no termina de buscar su máximo. Las adecuaciones ministeriales solo intentarán desinflar el flanco absurdo que dejó abierto el Ministro del Interior al creer, quizás con alguna razón, que sus conciudadanos son huevones a tiempo completo.
País de vivos, hasta el más inadvertido de nuestros paisanos reconoce a un mentiroso desde lejos. En este país de chamullentos, cuesta sostener el chamullo. Será que somos muy pocos, o será que el territorio es muy chico, o que ya hemos abusado mucho del engrupir.
Un nuevo gabinete cambiará el eje de la discusión aún cuando quedará la crisis de sustrato que seguirá cobrando víctimas y obligando a parchar cada vez que haya una rotura. Porque el asunto aunque se expresa en lo inmediato como una cosa que cursa en la superficie, la verdad es que sus raíces ya abarcan la componente madre del sistema: la contradicción entre un modelo económico y las mayorías a las que afecta.
La pregunta es cómo se sale del pantano en que parece hundirse irremediablemente esta forma de hacer política. ¿Se puede salir?
Es la hora de las decisiones que involucran una estrategia que no puede medirse en cuentas de corto plazo. Eso lo sabe el instinto de la presidenta bordado por sus desatinos, más que por sus aciertos.
Y deberá estar cavilando en una decisión radical que involucre de los más reclamantes a los más asibles, para decidir un empeño de unidad nacional por la vía de un cambio constitucional algo exótico, o por la vía de acudir a la experiencia y el cuero duro para administrar la crisis hasta dejarla en cero o algo parecido.
En muy poco tiempo vendrán elecciones. Y esa inminencia impone apurar las cosas en uno u otro sentido. Sabe la presidenta que casi todo, lo que ya es mucho, pasa por su capacidad de reconstruir su liderazgo.
Y ahí radica el problema. Ella, más que todos nosotros sabe que eso nunca existió. Que fue una construcción de sus adláteres, una entelequia que jugó su rol preciso pero que ya no es.
Tendrá harto tiempo en su retiro para arrepentirse de haber aceptado volver a jugar cuando ya no necesitaba volver a ganar.