Sólo hace unos días me enteré por una carta en El Mercurio, de la muerte en Suecia este 16 de abril de quien fuera profesor en el Departamento de Filosofía de la Universidad de Chile, y ciertamente un controvertido personaje dentro y fuera de las aulas: Juan Rivano, o como sus incondicionales discípulos de esos años gustaban llamarlo, el Maestro Rivano.
Controvertida figura la de este académico: por un lado se lo presenta como precursor de los estudios de filosofía marxista y él mismo se hizo llamar marxista un tiempo, por otro lado su obstinada y visceral oposición al gobierno de la UP lo hace tomar, lo que de manera suave, pudiéramos llamar una actitud ambigua frente al golpe militar de 1973. Rivano continuaría dando clases por dos años más hasta que en 1975 fue detenido y debió salir al exilio.
La Facultad de Filosofía y Educación de la Universidad de Chile—más conocida simplemente como el Pedagógico—era hacia el último cuarto de la década de los 60 un hervidero de activismo estudiantil y académico. Era en ese ambiente que las clases—especialmente en el Departamento de Filosofía, autodenominado como “el Departamento Rojo”—cobraban de manera creciente un rumbo rupturista tanto con las convenciones curriculares como con las académicas. De algún modo el activismo social y revolucionario se incorporaba en el quehacer de la sala de clase, en tanto que también se quería llevar ese aprendizaje desde las aulas a las masas que no tenían acceso a la educación.
Algunas de las clases, entre ellas un curso dado como seminario por el profesor Rivano, tenían lugar en las tardes a eso de las 7 para terminar alrededor de las 9 de la noche (otro profesor de esos tiempos que también gustaba dar sus cursos en ese horario, Francisco “Paco” Soler nos decía que “la filosofía, como el amor, es mejor hacerla de noche”). No hay duda que ese filosofar vespertino guardaba ciertos encantos: era común que al término de la clase siguiéramos debatiendo en los jardines de la facultad hasta que la cerraban, en otras ocasiones la conversación se trasladaba al frente, al emblemático restaurante “Los Cisnes” de Macul, a “Las Lanzas” en Plaza Ñuñoa o disfrutando de las sabrosas empanaditas fritas en la “Fuente Suiza” en Irarrázaval. Por cierto esas lecciones vespertinas eran agradables cuando hacía buen tiempo, pero en pleno invierno nos obligaban a estudiantes y profesores a estar arropados con abrigos y bufandas; la Facultad—probablemente la más pobre de toda la Universidad—había tenido alguna vez calefacción central, pero en ese tiempo los radiadores en las salas eran sólo un aditamento decorativo.
Rivano era dado a tirar algunas de esas frases que tenían tal impacto que uno las grababa para siempre en su memoria, de ese seminario ya mencionado de cuyo contenido él luego escribiría el libro “Cultura de la servidumbre” recuerdo una irónica frase que retrataba muy bien al blanco de su invectiva: “Ah, nuestras elites…¡Esa caterva de monos amanerados y ridículos!”
El Maestro era entonces un ícono del pensamiento izquierdista más revolucionario. Su biógrafo (y supongo que discípulo en la Universidad de Lund, Suecia) Eduardo Naranjo lo presenta como el primero que introduce el estudio de la filosofía de Marx en la Universidad de Chile, lo que creo que es un poco difícil de determinar. En todo caso Rivano escribió un libro sobre la dialéctica, “Entre Hegel y Marx” publicado por Ediciones de la Universidad de Chile en 1962. Luego de dar clases en la Universidad de Concepción se instala definitivamente en el Pedagógico y precisamente su fama de iconoclasta maestro va abriéndole caminos no sólo como académico sino también como un influyente protagonista político en medio del profundo proceso de cambios que se desenlazaba en la Universidad de Chile entre 1968 y 1969. Encaramado sobre esa ola que rompe las viejas estructuras universitarias no es sorprendente que el profesor Rivano fuera elegido en 1968 como director del Departamento de Filosofía. Detrás suyo hay un amplio apoyo estudiantil (el Centro de Alumnos del Departamento era un bastión del MIR, de hecho se asimilaba la figura de Rivano al MIR aunque en realidad éste nunca militó ni allí ni en ningún otro partido, su personalidad era ciertamente incompatible con cualquier militancia, o para ponerlo quizás en términos más crudos, él era sólo militante de su propia persona, como lo demostraría cuando al año siguiente se produce una crisis que de hecho quiebra y desplaza al MIR de la conducción del Departamento y de su Centro de Alumnos).
Rivano llegó a la dirección del Departamento no sólo con el apoyo estudiantil sino del de la mayoría de los demás académicos y especialmente del cuerpo de jóvenes ayudantes, en general altamente influenciados por el Maestro. Los discípulos de Rivano abundaban, no sólo entre los alumnos sino también entre los docentes y ayudantes. Era curioso y casi cómico observar cómo los más “dedicados” de sus discípulos llegaban incluso a imitar los gestos y muletillas del profesor: la expresión “¿No cierto?” al final de casi cada frase era como la rúbrica de esa influencia que eventualmente terminaría mal para todos.
Lo que sucede es como en el diálogo “Menón” de Platón, uno puede discurrir en gran detalle sobre la virtud, y a lo mejor puede encontrar razonables las objeciones socráticas a la democracia ateniense en el sentido que puede llevar a que “hombres no virtuosos” puedan acceder a posiciones de poder. La aristocracia entendida de un modo diferente al sentido que se le da hoy (“aristos” mejor) sería el gobierno de los mejores, y esos mejores no eran otros sino los filósofos. Pues bien, en esos años y en pequeña escala, por así decirlo, se ponía a prueba el concepto: nada menos que en el nido mismo donde se estaban formando los futuros filósofos, teniendo como mentores a su vez a los filósofos de mayor experiencia.
Ciertamente la biografía de Naranjo (más en una tradición de Apología) no toca mayormente el período en que Rivano dirigió el Departamento de Filosofía y que—lamentablemente para su memoria, pero estas cosas hay que decirlas—no estuvo a la altura, así de simple. Esto al punto que en 1969 un movimiento de protesta desde las bases estudiantiles y del cuerpo académico prácticamente paralizó al Departamento exigiendo la renuncia de Rivano. Una serie de hechos arbitrarios se habían sucedido especialmente en algunos nombramientos y en general en una conducción que se había hecho crecientemente autoritaria. El caso más absurdo se había producido cuando en 1969 un individuo que asistía a clases como oyente porque su puntaje en la Prueba de Aptitud Académica no le había dado lo suficiente para ser admitido, fue nombrado ayudante ad honorem en una de las cátedras de Rivano. Una notable contradicción con lo que el propio Rivano pensaba en relación al rigor en el estudio de la filosofía. Según su biógrafo Naranjo, Rivano era un fuerte crítico de cualquiera falta de rigor incluso cuando caracteriza a sus propios maestros en la universidad de comienzos de los 50: “Cuando Rivano estudió en el Departamento de Filosofía de la Universidad de Chile, ahí sólo enseñaban ‘aficionados a la filosofía’. Según él, los profesores no eran filósofos, eran únicamente entusiastas, personas a quienes les fascinaba la filosofía.”
El MIR que en 1969 había perdido a militantes prestigiados como Sergio Zorrilla que estaba en la clandestinidad, quedó en manos de dirigentes que deciden jugarse por Rivano hasta el final, aun al costo de romper con la dirección de esa organización que a esa altura ya no respalda al cuestionado catedrático. Se conforma un nuevo grupo disidente del MIR, la Izquierda Revolucionaria Independiente (IRI) que se mantiene “rivanista” hasta el final. (En tiempos de la dictadura algunos de los miembros del IRI alcanzarían cargos importantes en la Universidad).
Los tiempos que se viven en ese momento son complejos, es el último año del gobierno de Frei, ha ocurrido el levantamiento de Viaux y rumores de golpe abundaban. En forma interina asume la dirección del Departamento de Filosofía el profesor Jorge Palacios—entonces dirigente del Partido Comunista Revolucionario, PCR, pro-chino, quien después del golpe saliera exiliado y falleciera el año pasado—para luego ser elegido el socialista Rubén González en 1970. Rivano sin embargo parece que nunca olvidó su caída y culpó de ella a la gente de la UP y por extensión volcó un sentimiento de odio contra el gobierno de Allende (en verdad su salida fue exigida por un movimiento mucho más amplio de todo el departamento, tanto estudiantes como académicos). Esto lleva incluso a que cuando se produce el golpe de estado en 1973 y la universidad es intervenida por los militares, se rumorea que Rivano volvería a ser director del Departamento de Filosofía. Otro cercano a Rivano en la Facultad, Nicanor Parra, había sido designado por los militares como director del Departamento de Física (aunque para ser justo ejerce ese cargo por breve tiempo). Por cierto ese retorno de Rivano a la dirección del Departamento nunca pasó de ser un rumor quizás levantado por sus propios seguidores del IRI que en los días posteriores al golpe vuelven al Pedagógico sin ser molestados. Los militares designaron a Renato Espoz como director. Rivano continuó dando clases y cuando fue detenido en 1975 se le acusa junto al profesor Mario Orellana del Departamento de Antropología, de desarrollar actividades políticas, ambos son detenidos y expulsados de la Facultad.
En la carta aparecida en El Mercurio, que aludí al comienzo de esta nota, su autor el Licenciado en Filosofía Rogelio Rodríguez, señala que en torno al fallecimiento de Rivano “un extraño silencio se ha desplegado desde nuestros ambientes intelectuales y periodístico-culturales”. Puede ser, yo no vivo en Chile y me imagino que la muerte de un académico no es un hecho de primera plana. En todo caso—y muy modestamente—en mi condición de ex alumno de Rivano, yo mismo también un exiliado y luego profesor de cursos de filosofía en las áreas de Ética y Visiones del Mundo en una institución de educación superior de Montreal (ahora jubilado) además de ocasionalmente incursionar en el periodismo, me permito romper en parte ese silencio. Rivano fue una figura académica importante en esos años de grandes expectativas y cambios sustanciales en la sociedad chilena, no hay duda que influenció a mucha gente especialmente en el campo intelectual de la izquierda de entonces; pero al mismo tiempo como personalidad recalcitrantemente independiente y egocéntrica que fue también, tuvo sus virajes: “Nosotros, marxistas, enjuiciamos desde un humanismo impedido todavía por la furia materialista de la sociedad de clases. Entendemos, es cierto, que no podemos meramente ceñirnos a un canon humano, sino entrar con todas las armas en territorio de bandoleros; pero, medimos nuestra acción y enderezamos nuestra actitud a partir de un concepto de lo humano”, escribió Rivano en un artículo titulado “El Marxismo es un humanismo” publicado en la revista Punto Final Nº 19 de 1967. Según lo reseña Naranjo en su obra “Largo contrapunto: Para una biografía sobre Juan Rivano”, el filósofo tiene otra visión en 1995: “La conclusión de Rivano fue de que la visión histórica de Marx era un panteísmo histórico, de allí su determinismo; en cambio, el de Lenin era un ateísmo ‘–es decir, una versión extrema del teísmo– de allí la prevalencia de la voluntad en su visión histórica y su acción revolucionaria’. Por lo tanto, el marxismo–leninismo era ‘un disparate nocional, uno de esos artefactos de doble filo que usan los demagogos para acomodar el barco según de qué lado sople el viento’”.
Hace unos años algunos promovieron la idea que Rivano recibiera el Premio Nacional de Humanidades, lo que nunca se concretó. Quizás—y con las reservas del caso—lo merecía. Por de pronto y en cuanto a mi personal recolección puedo decir que era un excelente profesor de lógica y su texto “Lógica elemental” una lectura esencial para quien quiera aventurarse en la “ciencia del correcto razonamiento” como la caracteriza Aristóteles. Sus seminarios como ya señalé eran muy entretenidos al incursionar en el análisis de la sociedad chilena utilizando su personal entendimiento de la dialéctica; su curso de teoría del conocimiento en cambio (centrado en John Locke) me pareció más bien aburrido.
Sin duda Rivano fue producto de un tiempo complejo y a la vez fascinante en la historia universitaria del país, con un momento de gloria y auge en que parecía que las utopías estaban al alcance de la mano para luego terminar todo en tragedia, incluso para la propia Universidad de Chile que hasta hoy nunca pudo recuperar el rol que alguna vez desempeñara en la vida intelectual del país. Rivano quiso llevar el rol socrático de tábano de las conciencias hasta probar los límites y tuvo éxito en esa tarea gracias a un indudable talento en la formulación de sus argumentos, pero no pudo escapar al juicio de los ciudadanos de su Departamento que si bien pudieron admirar sus cualidades argumentales en el discurso lógico, se vieron decepcionados por su práctica concreta. Su actitud respecto del gobierno de la UP y del golpe de estado será probablemente el punto más cuestionado en su trayectoria pública, no creo que haya sido de traición como algunos que gustan de colgar descalificativos con mucha facilidad quisieran tildarla, sino más bien del irracional odio a la UP acompañado de un injustificable oportunismo.