Noviembre 18, 2024

El Bosque de Karadima

 

La película de Matías Lira, “El Bosque de Karadima, no sólo ostenta un récord de taquilla – más de cincuenta mil espectadores en menos de una semana – sino que también se ubica dentro de los mejores largometrajes de todos los tiempos, que obedece al impacto en la sociedad chilena que tuvieron los escándalos de abusos sexuales y de poder del sacerdote Fernando Karadima, párroco de la Iglesia de El Bosque e ícono de la plutocracia chilena, de extrema derecha – los beatos de mierda siempre apoyaron al dictador Augusto Pinochet, además de hacer profesión de odio a los curas progresistas que defendían los derechos humanos -.

 

 

El protagonista, encarnado por Luis Gnecco, es verdaderamente genial, pues muestra, al desnudo, cómo este pastor de los mercaderes elige con lupa entre sus discípulos a aquellos jóvenes que tenían mayores debilidades y carencias afectivas, a quienes dedica toda su atención, autodesignándose como su “director espiritual”. Con el correr de los días se va ganando la sumisión de estos muchachos elegidos y, paulatinamente, va ganando su confianza hasta que terminan doblegados a su poder omnímodo y, luego, también abusados sexualmente.

 

El tema de la pedofilia de algunos curas degenerados es, fundamentalmente, un asunto de abuso de poder que, a través de la película, se ve muy bien reflejado alcanzando niveles de alto dramatismo, así, en la personalidad de Karadima se dan, a grado heroico, las peores características de trastornos de la personalidad de estas “vacas gordas” de la iglesia católica: en primer lugar, la mitomanía, donde hace creer, por ejemplo, que fue discípulo del Padre Alberto Hurtado – es su antítesis – y se hace llamar “el Santito” por sus seguidores, haciéndoles creer que es, en verdad, un dechado de virtudes; en segundo lugar, la codicia donde se muestra cómo este cura creó y construyó una verdadera empresa inmobiliaria con las donaciones y aportes de familias y personas seniles, ofreciéndoles los dones de Dios, especialmente la vida eterna – los primeros favorecidos fueron miembros de su propia familia -.

 

Fernando Karadima fue adorado por la jerarquía católica, durante los años 60 y70, por su “gran aporte” a la iglesia, entregando muchos sacerdotes e, incluso, obispos, que aún continúan como miembros del episcopado chileno, entre ellos, el famoso Juan Barros, actual obispo de Osorno, rechazado por su comunidad por ser acusado como cómplice o encubridor de los abusos del Karadima.

 

Aún ingenuos que sostienen que la crisis actual generalizada y estructural es solamente de confianza, cuando lo es, fundamentalmente, de las instituciones – existen pero están corrompidas por dentro – y, claro, con la iglesia católica ha ocurrido otro tanto pues, por ejemplo, los arzobispos Errázuriz y Ezzati se negaron, permanentemente, a acoger oportunamente las denuncias de las víctimas de este cura degenerado – incluso, hasta hoy, el cardenal Ezzati visita con frecuencia a Karadima en su cárcel de oro, convento de monjitas a su servicio día y noche -.

 

 

Previendo el escándalo que iba a provocar la proyección del filme, en las salas de cine del país, la iglesia chilena publicó un instructivo, bastante sibilino, advirtiendo sobre el cuidado que se debería tener al visionar esta obra fílmica. Hasta hace algunas décadas la iglesia prohibía leer obras como Madame Bovary , La dama de las Camelias y el Diario El Siglo, del Partido Comunista, entre otras obras, afortunadamente, esta vez el instructivo no tiene el mismo estilo prepotente, autoritario y de censura que antaño.

 

Como lo he sostenido en otras oportunidades, en el mundo existen dos iglesias: la ramera de Babilonia, descreída, mafiosa y degenerada, que se ha apropiado de la curia romana, y la otra, la verdadera iglesia, que es la de los curas fieles al evangelio y a la doctrina de Jesucristo, al servicio de los pobres y desprotegidos de la sociedad.

 

Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)

27/04/2015

 

 

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