Confieso que, cuando fui a votar, cerca del mediodía del domingo, a la sede de París, sólo una pequeña luz de linterna desvencijada, con falla de baterías, me alumbraba en un oscuro horizonte político.
Dudé en ir a votar pero al fin decidí hacerlo no sé bien porqué. Para ayudar a que Camilo, a quien he criticado por su profunda desviación centro-derechista, tuviere otra derrota política; para no colaborar en el hundimiento de una posible pre candidatura de Isabel Allende a la Presidencia de la República; para no reelegir una dirección de la Nueva Izquierda que se ha transformado en una Vieja Derecha malhumorada, que se diferencia muy poco de la de Velasco y Brunner.
Mi pesimismo se acentuó cuando vi a Camilo en la vereda del empedrado local del Partido, casi en la puerta, muy tranquilo haciendo cálculos en un papelito, y ya en el interior nada menos que al empresario de derechas Oscar Guillermo Garretón (el enemigo de la Reforma Laboral) que recién había votado y que, al parecer no me vio. Yo tampoco. Lo vi pero no lo vi.
Está bien la renovación, me dije, pero ¿este es el partido de Salvador Allende?
Y la idea de que Camilo nunca ha perdido una elección de este tipo en el PS me angustió por un minuto.
Adentro, en ordenadas colas para votar, una mayoría de viejos como yo. Me saludé de abrazos con gente querida como Marcia Pineda (que de viejita no tiene nada, está igual que en La Habana de los 80) Antonio Ramos, un par de amigos dirigentes de Santiago Centro, Eduardo Trabuco, con quien hicimos recuerdos del Fortín Mapocho de hace 30 años y de Carlos Altamirano, que según Eduardo está muy bien para sus 94. Altamirano fue campeón sudamericano de salto alto hace 69 años, pienso.
La plácida modorra del deber cumplido y el buen tiempo en Santiago me hicieron esperar en casa con cierta tranquilidad los primeros escrutinios.
Y vinieron las gratas sorpresas, que no van a cambiar la historia pero al menos van a impedir (no sé hasta cuándo) que la dirección centrista se consolide, que la alianza DC-PS se afirme como un dogma que lo supera todo, que el desprecio por lo nuevo se solidifique, que ganen los que han trabajado seriamente aliados al capital financiero, a Soquimich, a los grandes empresarios, hoy contrarios a las reformas, y que constituyen una especie de tumor anti-PS al interior del PS.
La lista de Camilo era del orden del 30 por ciento, poco más, y este nuevo “hombre de Estado”, calificado así por la DC y El Mercurio, era remitido a lo más a un cargo secundario en la Comisión Política. Su nuevo cargo no depende de él, como insiste la prensa de derecha, sino de la mayoría del nuevo Comité Central.
El PS se resistía a ser, a lo más, un nuevo PSOE chileno, al que le nacen nuevas izquierdas, despedido ya no sólo de las utopías revolucionarias sino del reformismo duro que deben adoptar los progresistas que viven en un sistema de capitalismo feroz, como el nuestro.
La derrota de Camilo pone, antes que nazca, en absoluto entredicho, la pre candidatura presidencial de José Miguel y golpea con dureza democrática a José Antonio, que se había transformado ahora en un sorpresivo admirador de Camilo.
Oscar Guillermo, vociferante adversario de las moderadas reformas después de haber sido, hace unos años, líder revolucionario que se paseaba en el desértico Sahara Español saludado con sus banderas por las fuerzas armadas saharauíes, tendrá que comprender, espero, que en el PS ya no tiene cabida y que él allí, a estas alturas, es tan extraño como lo sería, por ejemplo, el presidente de la UC, Sr. Luis Larraín, en la IC o en el MAS.
Y de carambola la elección del PS fue un revés para Gutenberg y su gente. Fue nuevamente derrotado su ex candidato fallido en Concepción.
Ganó Allende.