Septiembre 21, 2024

La indignación crece con los excesos del mercado

protestas_chile1

protestas_chile1Para cualquier observador atento a los procesos políticos y sociales de los últimos diez a veinte años, la reciente explosión social en las calles no es un hecho sorpresivo: se esperaba desde hace tiempo. Hoy, cuando ha llegado, lo ha hecho para quedarse.

 

 

Porque si observamos los efectos sociales y económicos del modelo de mercado instalado desde la década de los 80 en Chile -y profundizado a partir de los 90 por los gobiernos de la Concertación-, lo que rescatamos es una concentración de la riqueza y del poder bajo una gran simulación de libertad, democracia y acceso al consumo. Tras el gran y fragmentado discurso publicitario del modelo económico de libre mercado desregulado, lo que hallamos es una pérdida histórica de poder de la sociedad civil, el que se ha traspasado -impulsado por el Estado y los gobernantes- hacia las grandes corporaciones y sus representantes políticos.

 

No son pocos los intelectuales y observadores que han venido anunciando desde hace años la actual explosión, que se expresa también en todo el mundo árabe, en España, Grecia y en muchos otros países. Es la tensión entre las grandes corporaciones y su afán por generar cada vez más ganancias, frente a una ciudadanía compuesta por trabajadores, estudiantes, consumidores y todo un amplio espectro de representantes de la sociedad civil. Ambos referentes luchan por apropiarse de la riqueza económica y presionan a los Estados y crean gobiernos para una legislación que les favorezca. En esta batalla, que la ha controlado durante los últimos veinte años le empresa privada transnacionalizada, la ciudadanía ha aparecido finalmente impulsada por la constatación de haber sido el objeto de la depredación y del engaño. El neoliberalismo, que tantos beneficios le entregó desde finales de los 80 a las corporaciones mundiales, ha funcionado sobre la base de la expoliación de la gran ciudadanía y los recursos naturales.

 

Esta lectura, levantada por la Izquierda, intelectuales y otros observadores, es también hoy asumida hasta por analistas políticos del establishment. Es el caso de Ascanio Cavallo, que escribió en La Tercera tras las multitudinarias manifestaciones contra HidroAysén: lo que ha ocurrido es que “la propia configuración del gobierno de Piñera parece haber ofrecido la plataforma para aglutinar el descontento, no con ese Poder Ejecutivo, sino con los poderosos, el modelo de mercado, el capitalismo e incluso la estrategia de desarrollo. Lo que se ha estado viendo en las manifestaciones callejeras no es la oposición -entendida como Concertación- sino un magma mucho más difuso, amplio e inquieto, y nadie debería extrañarse de que anden en él incluso gentes que votaron por Piñera”.

 

Se hunden el gobierno

y la oposición

 

La fuerte caída del apoyo a Piñera en mayo estuvo acompañada también por un descenso en la credibilidad de la Concertación. La gente, como en muchas otras latitudes, reprueba en Chile a toda la clase política y a los gobernantes. Ante este fenómeno, el analista Patricio Navia escribió que “las señales de alarma se encienden también en las dos coaliciones políticas. La gente está descontenta con el establishment”.

 

Aun cuando el politólogo no lo explicita, al hablar de establishment hablamos de toda la institucionalidad, la que va desde el sistema electoral binominal a las políticas económicas de mercado desregulado.  Por ello, dice Navia, “el descontento de la sociedad civil no es el resultado de la baja aprobación del gobierno, es su causa”, un malestar que difícilmente podrá contener con cambios cosméticos en sus políticas. Pensar que la indignación ciudadana está acotada al proyecto HidroAysén es mirar el escenario socioeconómico y político de manera reduccionista. El malestar, la indignación, es un síndrome cuyas causas trascienden a éste y otros gobiernos.

 

Qué errado estaba el actual gobierno al pensar que la derrota de la Concertación tenía como simple causa la corrupción. A partir de las actuales gigantescas manifestaciones, las causas de la indignación están en la continuidad de políticas económicas puestas en marcha desde hace décadas. El sociólogo Marcos Roitman escribía en marzo de 2010, tras el retorno de la derecha a La Moneda: “Por desgracia, el triunfo del candidato de la derecha natural, Sebastián Piñera, no ha generado un debate de fondo. La herida abierta se cierra en falso, mientras el cuerpo  se gangrena por dentro”.  Y agregaba: “Los ejes maestros de la política económica seguirán vigentes. Más aún cuando sus ideólogos y los padres de la Constitución se hallan en el poder y sus detractores de los años 80 se han transformado en sus máximos defensores”. Basta con recordar las palabras de Alejandro Foxley, señalando que “ Pinochet ha pasado el test de lo que significa hacer historia, pues terminó cambiando el modo de vida de todos los chilenos para bien, no para mal. Eso es lo que yo creo, y eso sitúa a Pinochet  en la historia de Chile en un alto lugar”.

 

El gobierno de Piñera ha sido la consolidación del modelo de mercado iniciado durante la dictadura y desarrollado hasta sus últimas consecuencias por los pasados gobiernos. Lo que no cambió la coalición democratacristiana-socialdemócrata durante veinte años, no lo hará el regreso de sus creadores a La Moneda. El modelo, a inicios de la presente década, ya estaba certificado por ambas coaliciones. Por tanto, la derecha cierra el círculo, es su coronación, hoy representada en su exceso, en la apoteosis y los extremos del libre mercado. Porque, ¿cómo profundizar aún más el globalizador y ubicuo modelo de mercado?

 

 

El exceso ha sido la búsqueda de nuevas fronteras para el libre mercado, para mantener las tasas de ganancias corporativas. Una máquina que no había conocido obstáculos durante treinta años, hoy comienza a hallarlos a partir de su propia exageración. Ya no es suficiente cavar un enorme cráter para extraer recursos naturales, sino es necesario remover un glaciar completo y dejar sin agua a miles de habitantes. Ya no es suficiente inundar con millones de litros de agua las tierras ancestrales de comunidades indígenas, como lo hicieron las represas del Alto Bío Bío durante el gobierno de Frei Ruiz-Tagle, sino que es necesario inundar tierras vírgenes en la Patagonia y herir el territorio nacional con dos mil kilómetros de cables eléctricos para entregar energía a las mineras del norte. Ya no es sólo necesario subsidiar al sector privado en sus inversiones universitarias, sino restarle recursos a las instituciones públicas.

 

El palo y la zanahoria

 

Cada una de estas nuevas fronteras hiere la sensibilidad ciudadana, que tiene décadas de acumulación de un creciente malestar por la política del palo y la zanahoria. Por un lado exceso de trabajo, tarifas y precios arbitrarios, monopólicos y salarios bajos; por otro, consumo, publicidad, industria de los deseos y las fantasías, que se pagan a golpes. Un sistema que presenta toda clase de errores y desequilibrios. Los palos son hoy más evidentes que los beneficios.

 

La globalizada sociedad civil apunta a los gobiernos como los agentes de primera línea de su malestar. Aun cuando es plenamente consciente que los verdaderos responsables están en el sector privado -desde los banqueros a toda clase de corporaciones- son los gobiernos y los Estados (representados por toda la clase política) los llamados a torcer la balanza del poder -escorada a favor del gran sector privado-. La movilización de masas, las asambleas abiertas, el colectivismo es hoy la gran herramienta de protesta y presión ciudadana.

 

De Santiago a Madrid, de El Cairo a Atenas, la lectura es más o menos la misma: indignación con la clase política por amparar y propugnar un modelo que degrada la vida de los ciudadanos y favorece a las elites. Nada más lejos hoy de los tradicionales partidos políticos que la gente en las calles. Porque es evidente que hay un abierto rechazo a todas las estrategias revolucionarias y de toma del poder que ha desarrollado la Izquierda durante los últimos cien años. Como escribió Raúl Zibechi en La Jornada de México, citando a Immanuel Wallerstein y Giovanni Arrighi, las actuales rebeliones están más cerca de 1871 (Comuna de París) y  Mayo de 1968 que de 1789 (Revolución Francesa) y 1917 (Revolución Rusa). Están más cerca de una revolución social y cultural de masas que de una revolución política para la toma del poder del Estado. Porque en este trance de inicios del siglo, el que avanza a la vanguardia es un nuevo sujeto colectivo que busca una democracia directa y una participación colectiva sin representantes (sin parlamentarios).

 

El caso chileno no dista de los movimientos internacionales. Los partidos políticos y sus representantes están ausentes en estas manifestaciones multitudinarias. Y si se presentan, su función es marginal y optimista, a contrapelo de las grandes corrientes de los indignados ciudadanos. Los nuevos referentes no surgirán de los viejos partidos y de sus herrumbrosas estructuras, emergerán de las asambleas de barrios.

 

Wallerstein en su análisis del sistema mundo ha venido anunciando este trance desde las últimas décadas del siglo pasado. El caos que caracteriza nuestra época probablemente se prolongará durante años, dice el sociólogo estadounidense. Se expresará violentamente como una erupción de las mayorías y unas instituciones -económicas, políticas, morales y el mismo Estado- que han perdido toda credibilidad. El proceso que hoy vivimos apenas ha comenzado

 

PAUL WALDER

 

 

 

Tres falacias del discurso económico

 

Pongamos simples ejemplos.

¿Qué significa el gran discurso oficial del “crecimiento económico”? Nada más claro: cuando crece la economía, quienes crecen son las grandes empresas. Porque tras las cifras de crecimiento del Producto Interno Bruto lo que hay son las enormes ganancias empresariales, las que han aumentado durante la última década en un 30 por ciento anual, si somos moderados. Periodo en que los sueldos y salarios aumentaron, siendo optimistas, en un tres por ciento anual. Ante estas y otras variables, el relato del crecimiento económico es un simple engaño.

 

¿Y cómo estamos con el empleo? Aquí la cosa es aún peor. Durante las últimas semanas el gobierno se ha felicitado por el bajo nivel de desempleo, que ronda un siete por ciento. Pero lo que no se dice es la calidad de estos empleos, que son casi todos precarios, inestables, al borde de la informalidad. Nadie puede planificar su vida con ese tipo de empleo. Un joven que trabaja en un call center, pasa a una empresa de limpieza para “ascender” a una de comida rápida, y en los tres casos no puede trazar un proyecto de vida, o formar una familia.

 

Hay algunos que sí han logrado conseguir un empleo más o menos estable. Son los que ingresan al mundo real, que significa familia, casa y consumo. La pregunta es si su salario le permite integrarse en el mundo de “comodidades y cariños” ofrecidos por la publicidad. Si no lo permite, allí está el generoso banco o la casa comercial que ofrecen afectuosamente créditos en “cómodas cuotas”. Pero aquí está la gran trampa. El crédito, que es una apuesta a una renta futura, trae consigo dependencia, tanto al banco como servilismo a los empleadores, por el terror a perder el trabajo, lo que redunda en más horas de trabajo y en una pérdida de calidad de vida. Por un auto cero kilómetros o por la hipoteca de una casa en condominio, se ha hipotecado no sólo la vivienda sino la vida completa.

 

Algo ha ocurrido en Chile y en el mundo: esta realidad, ocultada durante décadas por el discurso político-económico y por la publicidad corporativa, ha saltado hecha pedazos

 

P.W.

 

 

(Publicado en “Punto Final”, edición Nº 735, 10 de junio, 2011)

punto@tutopia.com

www.puntofinal.cl

www.pf-memoriahistorica.org

 

Agregar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos requeridos están marcados *