En los últimos días se ha querido ejemplificar en la figura del comunicador Tomás Mosciatti, el epítome del periodismo antigobiernista, y más aún, del periodismo antibacheletista, llevándolo a una cuestión personal entre la Presidenta y el aludido, asunto que desde luego reduce la discusión al aberrante simplismo del “le tiene mala, no le cree; no le da respiro”, o al paroxismo del “enemigo interno” dentro de la irracionalidad del complot permanente.
Tal vez la estrategia de los cerebros comunicaciones presidenciales, ha sido convencer a su jefa que en Mosciatti puede resumirse toda la oposición política y comunicacional, y que el penquista, más que ser la voz de los sin voz, es el comisionado de los poderes fácticos que se soban las manos a la espera de su colapso, para lo cual éste reuniría cierto perfil psiquiátrico utilitario a la derecha más perversa. Eso, señores asesores comunicacionales de la Presidenta, es no hacer la pega. El simplismo es el amigo inseparable de la flojera, y la flojera, es hermana de la mediocridad. De modo que aislar el disenso en un solo actor, y caricaturizarlo como un Orson Welles obsesionado desde el micrófono con el fin del mundo idealizado de la Nueva Mayoría, alucinando con una realidad amorfa y antojadiza, es minimalismo puro y de baja densidad.
Sin duda, Michelle Bachelet cae en la trampa de sus colaboradores, les compra sus naranjas fofas y desabridas, y acaba repitiendo como lorito: “hemos llegado a un periodismo del rumor”. Pobre de ella, ¿nadie le habrá explicado a Su Excelencia que el periodismo tiene géneros, siendo el interpretativo el que juega en favor del ejercicio intelectual de interpretar la realidad, de decodificar la información, de darle sentido al hecho a contar de nuevas fuentes, de extraer de él nuevos enfoques y conclusiones, de poner el objeto en circulación entre los lectores o auditores, como un producto enriquecido tras el respectivo análisis? Pobre de usted, S.E. Es de imaginar que ninguno de sus asesores duerme atormentado por el peso de la culpa que implica conducirla al ridículo, haciendo que usted redefina el periodismo interpretativo como ‘periodismo del rumor’, connotándolo de una maldad persecutora. Qué irresponsabilidad. Eso es confundir bacterias con virus.
Lo que hace Mosciatti cuando lleva a un callejón sin salida a Camilo Escalona en Mega, interrogándolo sobre la eventual renuncia de la Presidenta, como una posibilidad para salir de la crisis, es interpretar la anomia y la falta de liderazgo que él percibe por parte de la Mandataria. Mosciatti pone el dedo en la llaga, no causa la injuria. Sus entrevistas no son columnas de opinión, por mucho que se muestre implacable con su interlocutor; ellas responden a una dinámica de preguntas y respuestas; él no juzga el contenido de la conversación, no opina, sino que va hasta la frontera y le cede la opinión al entrevistado, como lo hizo con Escalona cuando éste, ante la pregunta al final del callejón, no confirmó ni desmintió la potencial renuncia de Bachelet; de modo que no es Mosciatti quien pone en circulación esa posibilidad en forma de rumor, sino su entrevistado, mediante su silencio intencional e interminable. Mosciatti interpreta, colige, en función de determinados antecedentes; explora en la realidad política y la zamarrea. Aunque ese afán le valga un lugar en el entrecejo del poder, y la descalificación como desprolijo y asiduo a la rumorología.
Resulta curioso que hoy se pretenda situar a ese periodismo siempre dispuesto a poner en tela de juicio a la autoridad, en la misma vereda del empresariado financista, o en la de la sedición, como si el propio gobierno –el mundo político– estuviese libre de todo pecado financiero o especulativo.
¿Acaso el equipo comunicacional (incluido su gabinete), quisiera que Bachelet jamás fuese escrutada por los medios, que nunca se le cuestionaran sus falencias, que ningún medio editorializara con el material que fluye de su accionar, que sólo pudiesen entrevistarla periodistas fanáticos de su historia e inteligencia; que ella sólo pudiese responder cuestionarios ultra pauteados, o que sólo pudiesen acceder a ella los periodistas incondicionales, los ganapanes, los noteros obsecuentes, los que se sienten parte del poder?
Señores asesores, la Presidencia de la República, no es un estado de gracias libre de críticas ni impoluto, ni La Moneda es un lugar típico como Pomaire, que sólo deba ser conocido por los chilenos a través de un publirreportaje, todo disfrazado de perfección silente. Ni su jefa es una gerenta de empresa o de una fundación, cuya gestión siempre dependa de las buenas relaciones públicas. Pensar que el gobierno es sagrado e infalible, es un error propio de fundamentalistas obcecados; el gobierno es una entidad pública que se debe a toda la ciudadanía, incluso a los opositores; perseverar en aquello es un error tan garrafal como proponerle a los medios de comunicación una Presidenta taimada, la que en una actitud de imperdonable inmadurez y seriedad políticas, asume el mutismo como su mejor blindaje.
Resulta curioso que hoy se pretenda situar a ese periodismo siempre dispuesto a poner en tela de juicio a la autoridad, en la misma vereda del empresariado financista, o en la de la sedición, como si el propio gobierno –el mundo político– estuviese libre de todo pecado financiero o especulativo. Cuando un gobierno entiende al periodismo punzante, intuitivo, ávido de respuestas, como un enemigo que se alimenta de rumores malintencionados, que conspira para derrocarlo, y no como un periodismo con capacidad interpretativa, cabe preguntarse qué tipo de prensa quisiera tener al frente ese gobierno, con tal de resultar indemne.
Los medios de comunicación jamás deben ponerse al servicio de una dictadura, ni de ningún gobierno que utilice a la prensa como arma propagandística en pos de defraudar la fe pública, y en el caso de que sus dueños lo hagan, los periodistas debieran buscar otras vías de subsistencia, para no tener que verse en la obligación de contar falsas historias que perjudiquen a otros. Por el contrario, “la labor periodística –señala Gaye Tuchman en ‘La producción de la noticia’– siempre debe estar en manos de profesionales con preocupaciones profesionales”. De no ser así –explica Tuchman, parafraseando al Presidente Thomas Jefferson– ‘es preferible tener un gobierno sin periódicos, que periódicos sin gobierno’. ¿Qué les acomoda más, señores asesores de Michelle Bachelet?