Diciembre 27, 2024

Telescopio: Los vendedores del sofá

 

Ya en un artículo anterior en 2013 había tocado este tema cuando a propósito del entonces alto grado de abstención electoral, se alzaban voces pidiendo la restauración del voto obligatorio. Ahora nuevamente se empieza a hablar de lo mismo, se trata de los que buscan soluciones al estilo de ese viejo chiste de Don Otto, quien luego de sorprender a su mujer engañándolo en el sofá de la casa decide vender ese mueble… Sólo que esta vez el número de vendedores del sofá parece aumentar incluyendo a algunos prominentes representantes de la Izquierda.

 

 

 

Más sorprendente aun, en la última edición del programa televisivo El Informante, nada menos que la joven diputada comunista Camila Vallejo sacó a relucir un inesperado rasgo autoritario de su personalidad afirmando que ella siempre estuvo por el voto obligatorio. Digo inesperado porque ella junto a los otros diputados asistentes allí eran todos jóvenes y se supone, portaestandartes de un nuevo modo de hacer política. Paradojalmente, fue un diputado liberal (aliado del Partido Progresista de ME-O) y los jóvenes de la Derecha los que en esa ocasión asumieron el discurso que le correspondería a la Izquierda: son los partidos políticos los llamados a motivar a la gente para que vaya a votar, obligar a la ciudadanía bajo amenazas de multa o prisión para que concurran a las urnas es anti-democrático. Precisamente el argumento que los partidos de centro e izquierda dieron cuando aprobaron el voto voluntario. ¿Por qué algunos hablan de cambiar esa posición que entonces fue correcta y que continúa siendo la correcta?

 

Es aun más desconcertante que la propia presidenta de la república en una entrevista haya admitido que si bien ella apoyó el voto voluntario, ahora estaría cambiando de opinión en vista de lo que ella llamó “bajo espíritu cívico de los chilenos”. Es decir el mensaje que se empieza a dar desde diversos sectores es que en lugar de promover ese “espíritu cívico” del que habló la presidenta lo que habría que hacer es darles con el mazo a los que no participan del proceso político, una reedición de esa vieja fórmula pedagógica de que “la letra con sangre entra”, pero sin examinar para nada que gran parte de las causas por las que la gente no vota puede venir de la baja calidad de las alternativas políticas que se ofrecen a la gente, eso sin contar el desprestigio que los actuales participantes de la política se han ganado debido a los recientes escándalos de todos conocidos (y por cierto haciendo la salvedad que hay una cantidad de personas que actúan en política, en todos los sectores, que efectivamente lo hacen honestamente, pero en esto basta unos pocos para enlodar a la generalidad y lo que es peor, no sólo a los políticos actuales sino a la actividad política misma).

 

Es por lo demás una muestra más de ineficacia y de superficialidad en los análisis que la clase política chilena hace cuando se sugiere con tanta fuerza que habría que restaurar el voto obligatorio. Eso mientras hace ya años que se eliminó la educación cívica en las escuelas, que los partidos políticos no hacen gran trabajo en materia de educar a sus militantes y que tampoco el estado como tal promueve la participación consciente de los ciudadanos. Eso para decir nada de aquellos caudillos políticos que le tienen un terror a formas de participación de la ciudadanía como las primarias como manera que los partidos designen a sus candidatos y la convocación a una asamblea constituyente para elaborar una nueva constitución. ¿Qué esperan entonces? Por supuesto que la mayoría de la gente se empieza a sentir ajena a las decisiones políticas, que no ve las elecciones como relevantes en sus vidas y que ni siquiera entiende bien de qué se trata cuando se discuten plataformas electorales y programas políticos. La gente está en otra. ¿En cuál? Vaya uno a saber, pero se puede intuir: las tonterías de la farándula, el fútbol, o por último sin siquiera tiempo para esas diversiones, simplemente trabajando tiempo extra para poder pagar las deudas en que ha incurrido.

 

Por supuesto hacer que el voto sea obligatorio es el camino más fácil para abordar el tema de la alta abstención, pero es a la vez el más ineficaz si se trata de elevar el llamado espíritu cívico mencionado por la presidenta. Por el contrario, ello sólo exacerbaría el rechazo que los políticos y la actividad política despiertan en muchos sectores de la ciudadanía. De ninguna manera aumentaría la conciencia política de la gente ya que muchos anularían el voto escribiendo alguna grosería en la papeleta o depositándolo en blanco en la urna. Pensar en el voto obligatorio como una solución al problema de la abstención electoral sólo retrata el bajo nivel de análisis de las elites políticas chilenas.

 

Al respecto parece que los que piensan en tal simplista solución ni siquiera tienen clara la distinción que existe entre deberes y derechos en una sociedad. Los deberes son efectivamente obligatorios, el más básico y más antiguo, el de pagar impuestos (que por cierto algunos también eluden, pero ese es otro tema). Los derechos en cambio son una acción positiva que el titular podrá activar o no según las circunstancias. Por ejemplo, uno tiene el derecho a casarse, tener hijos y formar una familia, pero no la obligación de hacerlo ya que mucha gente prefiere una vida de soltería, o no le interesa tener hijos, o se inclina más bien por hacerse sacerdote o monja en la Iglesia Católica. Uno tiene derecho a la educación universitaria, pero—dejando de lado a aquellos que no pueden costearla—incluso entre aquellos que pueden pagarla habrá quienes no les guste estudiar, o que prefieran empezar a ganar dinero trabajando desde jóvenes, o que simplemente no tengan la inteligencia necesaria para los estudios superiores. En palabras sencillas: los derechos no son deberes, los derechos se pueden ejercer o no. Es de la esencia de una sociedad democrática el permitir entonces que los sujetos de derechos quieran ejercerlos o no. Y por cierto, en el caso del derecho a voto en un marco de voluntariedad, corresponde a los partidos políticos el entusiasmar a los potenciales votantes con propuestas que sean interesantes. Por lo demás si hay una crisis política de la cual la indiferencia de los votantes es un síntoma, mal se podría culpar de ella a los electores que no votan.

 

Hacer el voto obligatorio tampoco resultará en una súbita toma de conciencia política o en una reflexión racional por parte de los que se vean forzados a ir a las urnas, lo más probable es que ello sólo despierte una reacción emocional de rechazo.

 

Por último y dado que las elites chilenas son muy inclinadas a tener en cuenta modelos ajenos, si adoptaran el voto obligatorio se alejarían de ese modelo ya que ni Estados Unidos, ni los países de Europa Occidental, ni Canadá—donde yo resido—tienen voto obligatorio. Tanto en Canadá como en Estados Unidos (donde el porcentaje de abstención en elecciones nacionales es aun mayor que en cualquier otro país occidental) la idea de obligar a la gente a votar se desestimaría de inmediato como contraria a principios democráticos. Se tiene claro que el camino para resolver el problema de la abstención electoral pasa por vías más racionales que aplicar el garrote.

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