Diciembre 26, 2024

La lucha por ideales requiere seguridad

Más de algún amigo de mis épocas de juventud ha caído en la tentación de afirmar que los jóvenes de hoy no tienen interés en nada. Incluso, alguna vez, se acuñó el poco feliz término: “los jóvenes no están ni ahí”. Me imagino que estas aseveraciones provienen de una comparación implícita con los jóvenes de los años 60, los que impulsamos el poder joven, sintiéndonos dueños del mundo y predestinados a cambiarlo.

 

 

Sin embargo, sin subestimar la opinión de nadie, estos comentarios no han tenido en cuenta los entornos de ambos momentos históricos.

 

En los años 60, los jóvenes universitarios contábamos con:

 

Educación universitaria gratuita y un Estado protector.

 

Salud gratuita, fuera por el servicio de salud con que contaban nuestros padres, aún cuando fueran obreros o empleados públicos administrativos, o por el servicio de salud gratuito que, al menos los estudiantes de la U de Chile, teníamos en el Hospital Joaquín Aguirre.

 

La mayoría no teníamos abuelos, lo que si bien nos quitaba una parte de amor incondicional, también disminuía nuestras preocupaciones. Si los teníamos, ellos contaban con pensiones de retiro correspondientes a sus últimos salarios con las cuales podían mantenerse.

 

El matrimonio patriarcal aún era firme, por lo tanto la mayoría tenía padres que vivían juntos y se cuidaban entre sí en la vejez, aún cuando ya no los uniera un amor erótico.

 

Los padres que no habían podido comprar casa, lo que en gran parte de los casos se lograba gracias a la Caja de Previsión que los protegían, eran perfectamente felices alquilando su vivienda toda la vida.

 

Podíamos movilizarnos pagando un transporte muy barato y las distancias que recorríamos eran relativamente cortas.

 

No estábamos endeudados, no teníamos la opción. No existían las tarjetas de crédito, ni nadie nos conminaba a endeudarnos y a comprar. Éramos perfectamente felices con dos pares de zapatos al año y las jóvenes nos vestíamos con lo que nos cosía “la modista”.

 

Todos sabíamos que terminando cualquiera de las carreras elegidas, habría un trabajo asegurado, con contrato indefinido y con un salario que nos permitiría vivir.

 

En otras palabras, vivíamos en un entorno que nos brindaba toda la seguridad necesaria para dedicarnos a estudiar y a cambiar el mundo. Teníamos mucho tiempo a nuestra disposición para leer, estudiar y discutir de lo humano y lo divino. Los jóvenes que no habían ingresado a la universidad, podían trabajar y muchas veces ir ascendiendo en sus trabajos por su práctica o la capacitación que allí recibieran.

 

La vida de los jóvenes de hoy se caracteriza por la inseguridad y la comienzan a vivir desde el último año del colegio, hasta quizás el medio siglo de edad, especialmente si tienen vocación pública y trabajan para el Estado, sin haber abordado una carrera política.

 

Tienen que financiar sus carreras universitarias de alto costo, imprescindible para encontrar un trabajo, sea con crédito personal, cuyo pago les persigue gran parte de su vida, o con el apoyo de sus padres que a su vez están preocupados por su presupuesto y su inestabilidad laboral. Si trabajan para el Estado deben convivir con el hecho de que los gobiernos cambian cada cuatro años y, por tanto, muchas veces cambian a los funcionarios de la administración pública que no son de planta. Las fuentes de trabajo en general se caracterizan por su precariedad.

 

Carecen de salud gratuita y solo tienen acceso al sistema público, con todas sus ineficiencias, ya que no hay servicio de salud gratuito para estudiantes.

 

Sus padres no solo sufren la inestabilidad laboral, sino ya están pensando en el tamaño que tendrán sus jubilaciones, mientras, a su vez, dado el aumento de la longevidad, cuidan de los padres que ya han jubilado, sea, porque no les alcanza para vivir, porque se han separado, desahogando en hijos y nietos sus tristezas, o están discapacitados o enfermos. El 93,1% de las pensiones Vejez Edad que pagan las AFP a las mujeres chilenas son menores a $147.270, es decir inferiores al salario mínimo (Fundación Sol, 2015).

 

Un alto porcentaje de ellos vienen de hogares disfuncionales donde la separación de padres, y aún abuelos, aumenta en forma acelerada, dada la crisis que sufre el matrimonio patriarcal.

 

El derecho a la casa propia se ha convertido en sagrado y sus padres se endeudan con créditos hipotecarios cada vez más altos dado que la industria inmobiliaria aumenta precios sin explicación, mostrando grandes inversiones de dudoso origen.

Pasan horas en el transporte público recorriendo cada vez distancias mayores entre hogares y centros de estudio.

 

Están endeudados, asediados por el consumismo y las exigencias de la sociedad, al igual que padres y probablemente abuelos. Las casas comerciales ofrecen tarjetas a sola firma, ofreciendo dinero en efectivo y esto también ocurre, especialmente con los ancianos, en las cadenas farmacéuticas y Cajas de Compensación.

 

No saben si tendrán trabajo al egresar y carecen de información sobre las necesidades de profesionales del país. Muchos de ellos han emprendido carreras inventadas por las universidades, cuyo interés superior es el lucro, como ocurrió con el caso de los “peritos forenses”, oficio inexistente en el país. Los más informados saben que lo que abunda es el trabajo polifuncional mal pagado y que para postular a las cúpulas técnicas hay que tener muchos títulos y apellidos.

 

No saben en quien confiar, ya que ideas, ideales y líderes son cuestionados cotidianamente por la realidad, la prensa o la denuncia. Las utopías han muerto y no existe una autocrítica de las generaciones más antiguas, inclusive de los jóvenes de los 60, por los errores cometidos. Finalmente, no se ve nada nuevo bajo el sol, no hay intención de cambiar los estilos de hacer política, ni de los políticos de descubrir los caminos a seguir.

 

Sin embargo, pese a todas las dificultades que nuestra sociedad impone a nuestros jóvenes, aún existen los que luchan y no me cabe duda que serán todos ellos los que finalmente lograrán cambiar este mundo por uno mucho mejor.

 

Alicia Gariazzo

Directora de CONADECUS

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