Para desgracia de la iglesia de Santiago, su jefe máximo resultó ser el más reaccionario de la iglesia de “La Puta de Babilonia” – llamada así por los albigenses, que fueron perseguidos en el sur de Francia por la iglesia católica -. Siempre hay que tener presenta que hay dos formas de profesar la fe católica: la primera, al servicio del dinero, como único dios – no en vano la iglesia se ufana de ser heredera del emperador Constantino – y, la segunda, heredera legítima de Jesucristo, que vive entre los pobres como uno más de ellos. La iglesia de los ricos contiene en su seno cargos tan ridículos y absurdos como los capellanes militares, que bendicen a quienes van a asesinar a su prójimo, y como es un poder temporal la instaurado embajadores del Vaticano, como los nuncios apostólicos, unos curitas amantes de los cócteles y, sobre todo, “chupamedias” de los poderosos, aun cuando sean monstruosos tiranos – en Chile tuvimos, nada menos, que a Monseñor Ángelo Sodano, íntimo amigo del tirano Augusto Pinochet y de su pérfida señora, Lucía Hiriart -.
El mentado cardenal no ha dejado barrabasadas por hacer: en “colusión” con el nuncio, como buenos viejos y viejas peladores, acusaron ante el Papa, por ejemplo, a cuatro buenos sacerdotes de la iglesia de Dios, según ellos, predicando la herejía de “bienaventurados los pobres…, o la parábola de de “es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que un rico entre al reino de los cielos”, aunque según la “ramera de Babilonia, el cielo esté lleno de estos especímenes y los pobres y rotos van al infierno por “hediondos y comunistas”.
Al perecer, el Papa Francisco es mucho “más ruido que nueces”, pues se nos hace inexplicable que haya confirmado a Juan Barros Madrid como obispo de Osorno, ante la oposición de más del 70% de sacerdotes y feligreses, que no desean tener como pastor a un cómplice del abusador y pedófilo Fernando Karadima. Personalmente, no me trago el cuento de que los viejos peladores del cardenal y nuncio hayan engañado al Papa, pues hasta un obispo lo visitó en el Vaticano y le contó en detalle sobre el actuar de Barros Madrid, gestión que se sumó a la de varias cartas de diputados y de feligreses, con el fin de revertir tan desafortunada decisión.
Por otra parte, la Pontificia Universidad Católica se había caracterizado, durante la década de los sesenta, durante el gobierno de Eduardo Frei Montalva, por estar a la vanguardia de las universidades chilenas, pues en una de sus sedes, la de Valparaíso, se gestó la famosa reforma que sacó a claustros clericales de la torre de marfil, abriendo sus puertas al mundo de los movimientos sociales.
Ricardo Ezzati pretende devolverla a la época en que reinaba como “gran canciller” Monseñor Alfredo Silva Santiago, que los estudiantes llamaban “el pomposo”, por su presencia soberbia y engolada y su lenguaje amanerado, período en el cual era muy fácil expulsar a los profesores que se alejaran del pensamiento conservador del gran canciller.
Después de tantos años de logros -y retrocesos cuando fue ocupada por la dictadura de Pinochet – volvemos a los tiempos de la pre reforma, “gracias” al retrógrado cardenal Ezzati, que se da el lujo de expulsar al sacerdote y teólogo jesuita Jorge Costadoat, uno de los mejores profesores de teología de la Universidad Católica, a causa, según Ezzati, de una supuesta tensión entre la libertad con que enseñaba y la del establecimiento.
Está claro que el cardenal pone en cuestión la libertad de cátedra ¡y en pleno siglo XXI, y sabemos que sin este valor fundamental, la Universidad se convierte en un antiguo colegio de señoritas. Ezzati está convencido de que seminaristas mayores de edad son como niños que no saben discernir entre lo verdadero y lo falso, lo malo y lo bueno, lo racional y lo irracional…, razón por la cual necesitan “la sapiencia y doctrina” de su gran canciller.
No estamos en épocas arcaicas en que no se podía cuestionar la autoridad establecida, ahora, en que los tiempos han cambiado, unos sesenta profesores de esta Universidad han levantado su voz para exigir libertad de cátedra y, de esta manera, defender la Universidad como lugar de búsqueda de la verdad.
Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)
28/03/2015