La ambición por el poder político es inhumana, pues a veces exige, incluso, abandonar a los más “entrañables amigos y dilectos discípulos”. Es el caso del ex Presidente Sebastián Piñera, que prefiere defender al venezolano golpista Leopoldo López, que hacerlo con sus “amigos” y colaboradores, Carlos Alberto Délano, Carlos Eugenio Lavín y, sobre todo, su ex subsecretario de Minería, Pablo Wagner.
El ex Presidente de la República merece el título de “doctor excelso” en la relación morganática entre dinero y política. Durante su vida política, a partir de 1990, nos ha sido imposible discernir si utilizaba la política para sus negocios personales o, viceversa, los negocios para escalar en la política. Nadie puede acusar al ex Presidente Piñera desde el punto de vista de la “moralidad”, pues la ideología neoliberal, de la cual es el líder máximo, tiene su base en limitar al Estado al rol de gendarme para “cazar” y reprimir a pobladores y estudiantes y, en consecuencia, utilizar su autoridad para aumentar la rentabilidad y la de su grupo de amigos que, lejos de ser reprochable, sería muy laudable – la moral, vista de esta manera, sitúa como el valor principal, acrecentar el patrimonio personal y familiar -.
Nadie puede extrañarse de que Pablo Wagner haya sido subsecretario del gobierno de Piñera, pues el gabinete inicial lo integraban sólo empresarios o gerentes, todos amigos del primer mandatario, así, la mezcla entre dinero y política era completa y virginal y, claro, lo único malo fue que la codicia desmedida de Wagner radicalizó, a la grado, la doctrina neoliberal que lo llevó a traspasar el límite, hasta llegar a graves delitos, que hoy lo tienen en la cárcel.
Nadie puede negar que los dos controladores del holding Penta fueran condiscípulos de Sebastián Piñera, y que el maestro de ellos y su grupo fuera Manuel Cruzat y a todos ellos los une el culto a la codicia, a rentabilidad ilimitada y a la admiración por los que especulan en el mercado financiero. Por cierto, Carlos Eugenio Lavín declaró que el era “un Chicago Boy”, por consiguiente, se supone adhería a la concepción de la “valoración” del fraude al fisco como una tarea del más alto nivel social y fuente de progreso para el país.
En Chile no sólo los presidentes de las república en ejercicio cuentan con poderes monárquicos, sino también quienes han cesado en sus funciones quienes, además de jubilar con sueldos millonarios – equivalentes al ex monarca de España, por ejemplo – se creen investidos de un poder moral que les hacer hablar de “esto y aquello” con propiedad – incluso, como Ricardo Lagos y Sebastián Piñera, se dan el lujo de dar cátedras de moral y de proyecto-país -, pero cuando llega la ocasión de jugarse por sus convicciones – si las tienen – se hacen los desentendidos y, lo que es más grave, guardan un silencio sepulcral, que es lo que actualmente ocurre con Piñera respecto a sus amigos, ahora presos por el caso Penta.
Pienso que mientras tengamos una monarquía electiva, que destruye toda concepción de separación de poderes, este país marcha irremediablemente a la cúspide de la podredumbre moral. Es sintomático que la Presidenta actual y el anterior mandatario se hayan mantenido hasta ahora en silencio ante casos tan importantes como Penta, Soquimich, Luksic, Caval, Cascadas, y otros, limitándose al lugar común de que son sólo asuntos judiciales, sobre los cuales no se puede opinar – es tan insensato cono el ejemplo “del jarrón chino” del ex Presidente Lagos, el “me enteré por los Diarios”, de la Presidenta Michelle Bachelet, o “no voy a comentar fallos judiciales”, del ex Presidente Piñera -.
El Presidente Sebastián Piñera, en medio su narcisismo, no da un peso por nadie, tampoco está dispuesto a seguir la estulticia del Nazareno “dar la vida por los amigos”, pues cada debe arreglárselas con sus propias uñas, y si lo sorprenden delinquiendo, paga y, si pasa desapercibido, tanto mejor demostrando inteligencia para engañar al maldito Leviatán, el Estado.
Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)
11/03/2015