Diciembre 27, 2024

Jurando sobre el Código Penal (O mejor aún: que se vayan todos)

El Presidente del Partido Socialista, listo como él solo, nos ofrece una intempestiva subida por el chorro. A propósito de lo resuelto por el Juez del Octavo Tribunal de Garantía que dejó en prisión preventiva a cinco delincuentes, avisa que todos somos iguales ante la ley. Más raro aún que esta declaración, es que no se haya escuchado una monumental carcajada a lo largo del país.

 

 

Semejante extrapolación del todo falsa, es posible solo en un contexto en el que quienes deberían decir algo más que esta boca es mía, se encuentran esperando que los jueces y fiscales le hagan la pega.

 

El sistema político se encuentra atenazado por sus propios excesos y por sus propias leyes, y algunos de sus más prominentes sostenedores deben ahora dormir en una cárcel. Pero no significa que estemos en los estertores finales de nada.

 

Es cierto que en el último tiempo arrecian situaciones que han dejado a los poderosos en una exposición mediática bastante incómoda: acusados de ladrones, de corruptos, de sinvergüenzas y delincuentes. También resulta notable que deban dormir en la Capitán Yáber, y que el caso estimule una anidada sed de venganza, pero todo aún es muy poco.

 

Sobre todo si quienes se sientan hoy en el banquillo de los acusados sean con certeza, no más que una fracción mínima de todos los de su calaña. No hay, no podría haber, una mega fortuna inocente.

 

El traspié sufrido por PENTA no tiene relación con la existencia de un sistema político que denuncie sistemáticamente estos abusos. Ni con policías expertas que se abocan a cazar este tipo de delincuentes, ni con un ordenamiento jurídico que se haga cargo de que las cosas corran por carriles legales.

 

No. Los casos conocidos, todos, son solo producto de casualidades, accidentes o venganzas.

 

Veamos por qué estalla el caso más patético, aún cuando no el más millonario que ha afectado precisamente al ícono impoluto de la presidenta de la república, que hasta hace poco aparecía elevada por sobre las contingencias terrenales, impoluta, creíble y justiciera.

 

Su retoño montado en el aparato de los poderosos no por sus luces que no parecen tantas, sino por el amor de madre ese indiscutible abismo sin medida capaz de todo por sus cachorros, utilizó su tarjeta de presentación para un negocio inalcanzable para quienes no militan en la casta del poder. Una costumbre de las más normales, de pronto irrumpe como pecado por la gestión anónima de quien estimó el momento preciso para pasar su cuenta.

 

No hay frescuras nuevas. Solo hay nuevas torpezas.

 

Los casos delictivos y de corrupción ofrecen suficiente material para que los críticos del modelo sustenten aún con mayores razones la necesidad de un cambio en las condiciones que permiten que estos robos y negociados se reproduzcan con abismante normalidad.

 

Como era de esperar, las exigencias de una Asamblea Constituyente como vehículo para superar la podredumbre del modelo, se han dejado escuchar con insistencia. Sin embargo, mucho antes de pensar una Asamblea Constituyente, lo que no necesariamente predice nada democrático, se levanta la necesidad de relevar la decencia como consigna que denuncie, proteste y subleve.

 

¿Por qué no exigir que se vayan todos como una condición refundacional y desestabilizadora? ¿Por qué no la encarcelación de todos los corruptos se instala como una exigencia propia de insurgentes y rebeldes?

 

No robar, que sea el eslogan más audaz. Y pagarás tus impuestos con devoción religiosa, un dictum agregado a los decálogos.

 

De ahora en más los ministros, parlamentarios, empresarios y funcionarios públicos, deberían jurar con la mano sobre el Código Penal: “Juro solemnemente que observaré con rigor lo dispuesto en el Libro segundo, Titulo IX, ….”

 

La palabra crisis retumba con un eco de cosa definitiva.

 

Sin embargo, a la cultura que permite, prohíja y reproduce conductas como las que han sido, casi por casualidad, sorprendidas en falta, le queda vida para rato.

 

Ni los más ardientes enemigos del neoliberalismo, ni la izquierda más revolucionaria, ni siquiera los estudiantes rebeldes y sus movilizaciones campeonas tienen algo que ver con esta crisis.

 

No. Lo del sistema y sus manifestaciones de amor inconmensurable por el dinero, cuyos resultados son esos escándalos con los que hemos gozado en vivo y en directo, son más bien fallas internas, autogoles de media cancha, errores producto de la estulticia de un gordito tirado a vivo o de un contador poco prolijo.

 

Los movimientos sociales y colectivos de izquierda que tuvieron a bien jaquear al sistema desde las calles, deben mostrar algo más que su alegría ante estos hallazgos y salir del silencio del que no tiene nada que decir, habiendo tanto.

 

Se echa de menos que desde el lado de los intransigentes enemigos del modelo, salga algo más que aplausos y palabras de esperanza por lo que pueden hacer fiscales y jueces. Y resulta tan patético como absurdo esperar ellos sean los que desmoronen el sistema.

 

Todos sabemos que esos funcionarios públicos tienen sus meses contados. Meterse con los poderosos que financian a la más sanguinaria de las ultraderechas del mundo no es algo que en el balance final, salga gratis. Por lo menos, barato no les será.

 

Los cazadores de las condiciones objetivas, sin las cuales no mueven un dedo, podrían hacer su agosto en otoño. Pocas veces el sistema ha mostrado mayor debilidad como ahora en que sus bastiones inexpugnables ofrecen flancos del todo abordables.

 

Pero parece que el asombro tiene efectos narcóticos si se tiene en cuenta el silencio y la inactividad de los anti sistémicos, enemigos jurados de la cultura corrupta del neoliberalismo.

 

Resulta evidente como el modelo, a los más revolucionarios de los anti neoliberales, los hace pender del calendario electoral, y a los más revoltosos, del escolar.

 

Se alza como necesaria una palabra que aclare y proponga. Y que desplace el silencio propio del asombro estéril.

 

Mucho se especula sobre qué pasaría de haber elecciones en este clima político sumido en un olor propio de un vertedero Si las anteriores elecciones dejaron a un sesenta por ciento de gente en casa, ¿qué pasaría hoy conminada a la chusma a votar?

 

No faltan los ingenuos que aseguran que ahora sí, la gente se volcaría a codazos a votar por la izquierda, inscrita ahora como fuerza beligerante en la justa electoral.

 

La cosa parece ser más simple. Las consignas de la izquierda normalmente alambicadas y alejadas de la compresión del la gente llana, tienen una opción ahora para imponer toda la fuerza del sentido común: la honradez, la honestidad y la transparencia en esta trifulca de ladrones y frescos de raja, alcanzan rasgos revolucionarios. Sea normal: pague sus impuestos y no estafe a nadie.

 

¿Por qué nadie aún ha llamado a la gran marcha contra los ladrones de cuello y corbata, contra los corruptos de toda laya, contras los negociados y los arreglines de la casta política antes que las oficinas secretas se encarguen de arreglarlo todo y que vuelva por sus fueros la impunidad de siempre?

 

¿Qué se espera para generar un movimiento popular que exija la salida de todo corrupto, sinvergüenza, ladrón, mentiroso, aprovechador, vendido o arrendado?

 

 

 

 

 

 

 

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