Noviembre 27, 2024

Judíos europeos ponen sus ojos en la tierra prometida

Dos soldados posan con sus fusiles de asalto Famas al frente de la estrella de David que adorna el edificio del número 42 de la calle des Saules, al norte de París. Entre las kipás sobresalen las boinas negras de los hombres camuflados que protegen esta sinagoga, renovada en 1994 en homenaje a las víctimas de Auschwitz por el fundador de la agencia Publicis, Marcel Bleustein. En este lugar de culto, como en otros cientos en Francia, el Estado se ha visto obligado a desplegar a sus mejores hombres para defender al pueblo judío de la amenaza yihadista, luego de los ataques terroristas del 7 y 9 de enero.
 

Ese clima, digno de un país en guerra, y los recientes actos violentos en Copenhague han suscitado una vez más preguntas sobre la seguridad y las condiciones de vida de la comunidad hebrea en el Viejo Continente. Pocas horas después del tiroteo en Dinamarca que dejó dos muertos, entre ellos un judío, el primer ministro israelí Benjamín Netanyahu hizo un llamado que no tomó a nadie por sorpresa: “A los judíos de Europa les digo: Israel los espera con los brazos abiertos”.

Miles de creyentes no esperaron las declaraciones de Netanyahu para abandonar el lugar donde nacieron y crecieron. Al menos eso es lo que muestran las cifras de 2014 de la Agencia Judía para Israel, una organización que ayuda a los miembros de esta religión a instalarse como residentes en el país de Oriente Medio. Según esa institución, 8.636 judíos abandonaron su hogar en Europa Occidental para vivir en Israel, lo que representa un aumento del 88 por ciento con respecto a 2013. La mayor parte, 7.086, proviene de Francia. En Italia, el número de salidas creció el doble en el mismo periodo, mientras que en Reino Unido se presentó un alza del 20 por ciento. El porcentaje de las personas originarias de Estados Unidos y Canadá también fue más importante que en el año anterior. En total, 26.500 judíos inmigraron provenientes de todo el mundo, un 32 por ciento más que en 2013.

Francia parece el país más expuesto. Desde 2012, cuando el islamista Mohammed Merah mató a cuatro judíos, entre ellos tres niños frente a su colegio, un ambiente de paranoia reina en las instituciones hebreas. Tras el asesinato el 9 de enero de cinco personas en un supermercado kósher en París, esta comunidad tiene la certitud que es un blanco de guerra para los yihadistas.

Pero Francia es solo una de las democracias en las que se han multiplicado los actos antisemitas en los últimos años. El 24 de mayo de 2014, el franco-argelino Mehdi Nemmouche mató en el Museo Judío de Bélgica a cuatro personas. En Reino Unido la violencia contra esta comunidad ha aumentado más del doble en el último lustro, y en Alemania se han presentado manifestaciones pro-Palestina en las que se les ha tratado de “cerdos”. En 2013, la Universidad de Tel Aviv contabilizó en el mundo un aumento del 30 por ciento de este tipo de violencias con respecto al año precedente.

El clima de inseguridad afecta directamente el derecho a la libertad de cultos que protegen todas las leyes occidentales, pues impide a los judíos practicar su religión plenamente. “La situación se ha vuelto tensa. Quienes llevan la kipá, van a las tiendas kósher y frecuentan las sinagogas son los que tienen mayores posibilidades de convertirse en los blancos de actos antisemitas, actos no violentos, como los insultos, o actos asesinos”, le dijo a SEMANA Jean-Marc Dreyfus, profesor especialista de la Shoah de la Universidad de Mánchester.

La violencia puede ser solo una de las causas del fenómeno. Las crisis financieras de 2008 y de la zona euro de 2010 han tenido un impacto importante en el aumento de las personas que emigran de los países afectados. En Israel, el crecimiento del PIB oscila entre 2,6 y 5,7 por ciento desde 2010 y el desempleo es de apenas el 5,6 por ciento. “Su economía sigue desarrollándose y ofrece varias oportunidades, incluso a los inmigrantes recientes. La diferencia de nivel de vida entre Europa Occidental e Israel se ha atenuado bastante desde hace unos 20 años. Partir significa entonces renunciar a menos cosas”, señala Dreyfus. La buena salud de la nación del rey David contrasta con los malos síntomas de Europa: un crecimiento del 0 por ciento y un desempleo superior al 10 por ciento en 2013.

Tampoco hay que olvidar que llegar a Israel es un acto que está en el corazón de la religión y que se denomina aliyá (ascenso), en oposición a la emigración, o yeridá (descenso). Desde la creación del Estado de Israel en 1948, más de 3 millones de judíos de todo el mundo se han instalado allí, según el Instituto de Economía Mundial de Hamburgo. En el Talmud, libro sagrado de la religión, se resalta la importancia de no abandonar este territorio: “Quien vive afuera puede ser visto como alguien que venera ídolos”.

Inmigrar significa participar del fortalecimiento de un Estado joven y entrar a un país donde las prácticas del judaísmo son respetadas y promovidas, en contraste con algunas naciones occidentales donde se limitan las manifestaciones espirituales en nombre del respeto de la laicidad. En Francia, por ejemplo, los símbolos religiosos ostensibles están prohibidos en los colegios públicos: los niños no pueden llevar puestos cruces visibles, velos o kipás.

El derecho a esta inmigración está protegido por la Ley del Retorno de 1950, en la que se indica que cualquier judío puede vivir en Israel y obtener la nacionalidad de este país. Además, existen ayudas importantes para aquellos que optan por este camino, como el pago del tiquete de avión, ayudas financieras mensuales, asistencia médica y cursos de hebreo. Netanyahu afirmó hace poco que su gobierno desbloqueará 45 millones de dólares para incitar aún más la inmigración, sobre todo de Europa y de Ucrania, otro país que ha visto las salidas dispararse en los últimos meses a causa del conflicto con Rusia.

Otras motivaciones pueden entrar en juego: Israel se ha vuelto un destino para quienes quieren escapar de la estricta política de impuestos de algunos Estados y para los pensionados que quieren pasar los últimos años de su vida observando desde Tierra Santa el mar Mediterráneo, el Muerto o el Rojo. Este país también representa una gran oportunidad para miles de jóvenes judíos que quieren ir a estudiar y a trabajar en la nación del Silicon Wadi, el segundo centro de empresas tecnológico del mundo, luego del Silicon Valley de California.

El vínculo directo entre la violencia antisemita y el aumento reciente de las llegadas a Israel puede ser menos importante de lo que se piensa. Las causas serían múltiples. Sin embargo, mientras los actos contra los judíos sigan presentándose, las preguntas de la comunidad hebrea sobre su lugar en Occidente pueden encontrar una respuesta en la tierra que Yahvé le prometió a Abraham y a sus descendientes.

 

 

 

 

 

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