El presidente saliente del Partido Socialista Osvaldo Andrade ha abandonado su previo silencio durante el desarrollo del caso Dávalos (o Compagnon o Caval o Dávalos-Compagnon o Nueragate, según la intención y estado de ánimo de nuestros comunicadores más insignes), con declaraciones cada vez más voluntaristas y desafortunadas.
Ha terminado manifestando su rechazo a toda crítica o mayor abundamiento de opiniones sobre esta situación y demás escándalos políticos actuales de toda entidad, censurando especialmente a quienes lo hacen desde fuera de Chile, como si no viniésemos todos de experimentar el je suis Charlie en apoyo a la publicación francesa objeto de sangriento atentado.
También afirma Andrade angustiado que el ser político en Chile ha devenido en una degradación, sin advertir que él forma parte de los autocomplacientes protagonistas de aquella degradación de nuestra política y así lo percibe la ciudadanía, cada vez más activa, empoderada y exigente, pero para nada desinteresada de la política.
Finalmente, acaba atacando a los humoristas que en el Festival de Viña se mofan de la clase política provocando la hilaridad del público, como si hubiésemos de sentir nostalgia por aquellos tiempos en que el siempre presente Jaime Guzmán se sentaba en las primeras filas cercano al dictador y misia Lucía y de los señores políticos nadie oía hablar.