Después de un largo silencio, que a muchos pareció eterno, usted ha hablado para referirse al Caso Luksic-Dávalos. O Dávalos-Luksic.
Eso es positivo, para la centroizquierda y todos los que buscan correcciones de fondo al sistema que estamos viviendo y a la política neoliberal, que, como el propio Dávalos ha dicho a El Mercurio, un día después de su renuncia, cuando no se arrepintió de lo hecho, abre a los privados posibilidades de enriquecimiento relámpago con la especulación.
Ud. ha aclarado, entre otros, tres temas:
1. Ud. no conoció ni antes ni inmediatamente después el acuerdo entre su hijo (y su nuera) con el Sr. Andrónico Luksic, vicepresidente del Banco de Chile y uno de los empresarios más ricos e influyentes del país. Dice haber sabido de ese préstamo millonario, posteriormente, sólo por la prensa.
2. Ud. no está de acuerdo con el clima de privilegios e inequidades que vive Chile.
3. Ud. insiste en que seguirá adelante con su programa de reformas. Y que enfrentará cualquier hecho que obstaculice el objetivo de la igualdad.
Hasta ahí muy bien, señora Presidenta. Es una rendija de luz para sus partidarios y todos los que anhelan (y han luchado estos y muchos años) un país más justo y menos desigual. Y una sanción pública para su hijo y su nuera, al ser una sanción genérica.
Ahora habrá que ver cómo se desarrollan los hechos.
Deberemos estar atentos a la investigación sobre el desarrollo legal del Caso Luksic-Dávalos, que, por antecedentes, puede traer sorpresas que lamentar para el status.
Circunscribámonos al daño ético.
Reconocer el daño ético causado por el Caso Luksic-Dávalos es una cosa y, reparar el daño ético y político cometido, otra y mucho más importante.
Ha tomado Ud. distancia con su hijo y su nuera pero, fuera de dar a entender que le pareció bien la renuncia del primogénito (o que la forzó), usted no ha tenido, aun, públicamente, el rigor suficiente como para calificar y opinar sobre lo que podríamos llamar “la grave falta ética en sí” que envuelve este caso protagonizado por personajes públicos. Hay un discurso positivo pero genérico, nada aun que pudiere hacer retroceder en su accionar a personajes como Andrónico Luksic y Sebastián Dávalos.
Luksic no sólo corrió presuroso a afirmar el millonario crédito a su hijo sino que, ni siquiera puso en su conocimiento, señora, por deferencia con quien iba a ser Presidenta de la República, el cuantioso y excepcional hecho. ¿Se le olvidó? ¿Estimó que Ud. lo sabía? ¿No creyó que iba a ser conocido y condenado por la opinión pública? ¿O lo iba a comunicar después, en mejor ocasión?
Las faltas éticas, señora Presidenta, no se pagan sólo con confesiones, como los pecados en el confesionario clerical.
El dicho popular es muy sabio al respecto cuando critica como deleznable el “Perdonen la muerte del niño”.
Las faltas éticas de esta dimensión (aun no habiendo atropellado la ley) se pagan con claros hechos retributivos.
Si yo gano, atropellando la ética, 2.500 millones de pesos relámpagos o 3.000, no soluciono socialmente lo mal hecho arrepintiéndome del asunto sino reparando el daño ético cometido, en este caso a la sociedad, al movimiento político que integro y, por cierto, a mi familia.
Ud. debe exigir, en su entorno, el cumplimiento de esa retribución, sea cual sea el fallo judicial de la investigación ya iniciada sobre el caso.
Ud., Presidenta, puede perdonar, como madre, a su hijo, el daño cometido, pero el partido al que su hijo pertenece, no puede ni debe hacer lo mismo. Tampoco la sociedad, a la que por cierto dañó, más allá o más acá de la ley.
La reparación a la sociedad del daño ético debe ser tanto patrimonial como extrapatrimonial, y responder, no “en la medida de lo posible”, sino en lo que los juristas llaman “una justa medida”.
El que Ud. haya hablado al país, señora Presidenta, es más de lo que muchos, entre ellos la derecha que está acostumbrada a callar, esperaban. Pero no es aún solucionar el entuerto abierto por la operación Dávalos-Luksic.
Luksic le debe explicaciones, ojalá más claras que las que ha dado al personal del banco y, sin decirlo públicamente, a sus importantes socios, los del Citigroup de Nueva York.
Dávalos no sólo debía renunciar a su cargo en el gobierno, como lo hizo después de todo. Debe renunciar, también, a su militancia política, junto con otros que lo han antecedido en parecidas operaciones, y que a estas alturas están callados o, más, “sorprendidos”.
Y reparar a la sociedad.
Legalmente, si la investigación así lo establece, y éticamente, a todo evento.