Cuando la presidenta dice que disfrazarse de médico en este país es grito y plata, está falsificando un instrumento propagandístico destinado a manipular un hecho por demás sensible en una población castigada y humillada cada vez que debe asistir a un centro de salud a medio morirse.
Resultan falsas sus alocuciones que se refieren a buscar un cierto sentido ético en la actuación suya y de su gobierno. Llega atrasada esa definición forzada solo por que se descubrió algo que bien pudiera haber quedado al amparo fresco y saludable del secreto más profundo. Como casi todo.
Del mismo modo, es imposible creerle a la presidenta cuando dice no saber en qué anda su hijo, con el que veranea en la misma casa y de seguro comparte desayuno, almuerzo, once y las canciones de la fogata de la noche. ¿De qué se hablará en la intimidad de esa familia?
Pero no es sólo su hijo, que llegó por decisión presidencial/maternal a ocupar un puesto criticado desde el día uno, sino que es toda una comparsa de sinvergüenzas la que ha hecho fortuna cobrando por sus gestiones políticas. Es una cultura enquistada.
Queda claro ahora que jamás se ha actuado con la ética de la que habla la presidenta que ha dado muestras vergonzosas de falta de liderazgo, incluso en su propia casa. Que esperar entonces de sus equipos de gobierno y del cártel de frescos que hace y deshace supuestamente a sus espaldas. O a la presidenta se le arrancaron los bueyes o ella los arrea, pero para el caso, es lo mismo.
Michelle Bachelet ya no convence sino a aquellos que apuestan a tocar alguna vez un poquito de lo que han tocado esos operadores de boletas y facturas falsas. Y por más que insista en que es ella la que manda, queda en muchos la sensación de que su persona no es otra cosa que un títere en manos de los que sí lo hacen.
De sobra queda en evidencia su falta de liderazgo al no ser capaz de enfrentar con una autocrítica, que no resolverá nada pero al menos dejaría la sensación de escuchar a alguien que se hace cargo, que lidera, que manda y es obedecida, que asume su responsabilidad.
Luego, aparece en escena la operación para sacar de escena al Fiscal que ha llevado la investigación que roza la esencia misma de la Nueva Mayoría: en el poder las trenzas que toman las decisiones se vinculan orgánicamente en las sombras. Torpemente, pero se cruzan.
La técnica de detener un escándalo con otro de mayor envergadura parece más bien una torpeza que solo aparece en las condiciones desorientadoras de un naufragio.
Lo cierto, lo dramáticamente cierto, es que en la gestión de la mandataria no ha habido ni más igualdad, ni más sentido de lo justo. Quizás como nunca antes las cifras que demuestran que este país viene siendo cada día más desigual e inequitativo, han aumentado durante su gestión. Para qué decir del robo y la sinvergüenzura.
Sus caras de circunstancias, sus tarjetitas con apuntes, su discurso maternal, sus inflexiones, ya no van a convencer sino a los ya convencidos.
Y la garnacha puesta en el escenario hasta hoy, deberá revisar muy bien el siguiente pasó de su tinglado.
En estas instancias es cuando se echa de menos una voz distinta que ofrezca un camino. Es cuando resulta trágica la inexistencia de una izquierda que levante la voz para decir algo que no sea lo mismo de siempre.
Como pocas veces están dadas las condiciones como para impulsar un movimiento de gentes decentes que se propongan sacar la cáfila de sinvergüenzas que han construido sus fortunas sobre las espaldas de la tontera congénita de quienes aún les creen.
Algunos recordarán como la indignación se mostró con gran ímpetu hace unos años. Y como no sirvió de mucho cuando los estudiantes más lúcidos no fueron capaces de tomar decisiones.
De triste y patético recuerdo son también esas candidaturas que se proponían cambiarlo todo y cuyos resultados los dejaron aún más atrás hasta de sus más pesimistas predicciones.
Y no deja de asombrar que grupos de gente de izquierda insista en la creación de partidos para ocupar, ahora sí, los entresijos que dejaría sin cubrir el sistema en la nueva institucionalidad electoral. Rara cosa la del apostar por el fracaso.
Bastaría levantar la bandera de la decencia y de la honestidad para corretear a todo el cártel de frescos, sinvergüenzas, ladrones, mentirosos. Sería suficiente con urdir un discurso que haga sentido en la gente a nivel de la cosa tan básica como alejar del poder a la corrupción generalizada, al robo como práctica común, a la sinvergüenzura basada en la impunidad.
Y una nueva manera de entender la política en la cual no quede espacio para la manipulación, ni para la mentira ni para la falsificación de ideas que buscan engañar y volver a engañar a la gente que insiste en creer.