Contemplamos con estupor una escalada bélica en Ucrania. Debe entenderse que los conflictos allí eran inicialmente los correspondientes a pugnas entre oligarquías corruptas por hacerse con el poder, en un país de una calidad democrática muy deficiente. Mientras Yanukovich, apoyado por una minoría rusófona (establecida especialmente en la zona oriental del país), defendía sus relaciones comerciales privilegiadas con su vecina Rusia, principal cliente comercial y suministrador de gas natural, la oposición había presionado hasta el estertor en favor de un acuerdo de asociación con la Unión Europea.
Fue la negativa de Yanukovich a la firma de ese tratado de asociación, preocupado por las consecuencias en sus relaciones con Rusia, la que precipitó la escalada de protestas conocidas como de la Plaza Maidán. Estas protestas, trufadas de actos de provocación por parte de la extrema derecha, fueron reprimidas con violencia inicialmente, aunque deben ser recordadas por el público español por la inusitada tolerancia mostrada por la policía posteriormente.
Las protestas habían sido deliberadamente alimentadas por los EEUU y la UE, que movilizaron todos sus recursos diplomáticos y mediáticos en un esfuerzo conjunto por hacer caer el gobierno. Para ello no dudaron en colaborar con los seguidores de la derecha más extrema, heredera del partido de Stepan Bandera, que había colaborado con la ocupación nazi.
En medio de unas conversaciones para poner fin al conflicto, en el que se habían alcanzado ya acuerdos, los sectores más radicales dan un golpe de Estado y obligan a salir del país aYanukovich y se hacen con el poder. Se convocan elecciones, pero previamente son ilegalizadas las formaciones políticas que apoyaban un mantenimiento del estatus previo de colaboración con Rusia. Los partidos más decididamente orientados a su alianza con la UE y, sobre todo, con EEUU, copan todos los resortes del poder.
Mientras tanto, Rusia, que ve con preocupación sus instalaciones militares en la península de Crimea, apoya en una maniobra relámpago la celebración de un referéndum, en el que su población opta mayoritariamente por su integración en la Federación Rusa.
Gran parte de la población de Crimea es de origen ruso, como así también lo es la de las regiones orientales de Ucrania, la cuenca del Donbass. Además, Crimea había sido traspasada de Rusia a Ucrania durante la era soviética, de manera que puede decirse que su vinculación con Rusia venía de antiguo.
Lo que aquí (en España) se ha divulgado como una “anexión” de Crimea por Rusia debe entenderse, en realidad, como la legítima huida de su población del régimen impuesto por la fuerza en Ucrania.
Paralelamente, las poblaciones de la cuenca del Donbass, que no aceptan el régimen surgido del golpe de Estado, organizan su resistencia en las Repúblicas Populares de Donesk yLugansk. Los que la propaganda tilda hasta la saciedad de “separatistas prorrusos”, son en realidad heroicos resistentes frente a la imposición del modelo neoliberal.
El Donbass, que había sido una de las zonas industriales y mineras más importantes de la extinta URSS, no quiere ni oír hablar de las estrategias de desmantelamiento industrial, privatizaciones y laminado de derechos que son hoy moneda corriente en el resto de Europa. Buena parte de su población conserva la moral de lucha de una clase obrera siempre en riesgo de perderlo todo. Y es esta moral de lucha la que les permite mantener en jaque al ejército de Ucrania, incapaz de hacerse con el control de la zona.
La crisis del mundo unipolar
Estados Unidos, que tras la caída del telón de acero había forjado su utopía de un orden internacional a su único dictado, ve peligrar su hegemonía mundial. Alarmado ante el peso económico de las potencias emergentes, arrastrando una deuda de proporciones siderales y con una economía que languidece en su competencia con ellas, está decidido a emplear todo su potencial militar, en el que sigue manteniéndose como líder indiscutible.
Las tan cacareadas reglas del libre mercado no rigen para los EEUU, incapaces de sostener su economía de otra forma que no sea el expolio de la periferia. Para ello, es esencial proceder paso a paso en la eliminación de los obstáculos: primero Rusia, después China, su verdadero desafío.
El acoso a Rusia fue una constante en la época de la Unión Soviética, rompiendo después sus compromisos de no ampliar la OTAN hacia el Este tras la disolución del pacto de Varsovia. Y ya mostró su rostro más violento en todas las actividades de desestabilización y guerra en la extinta Yugoslavia.
Su empeño llegó hasta el paroxismo con la amenaza abierta de intervenir en la guerra de Siria; solo la irrupción del Estado Islámico, otra criatura de su encargo que se les va de las manos, ha moderado su discurso en este ámbito. Sin embargo, el cerco a Rusia y su asfixia económica siguen adelante, con la excusa ahora del conflicto en Ucrania, en donde su injerencia ha sido descarada.
La fractura para Europa
En esta tesitura, la implicación de Europa como aliado incondicional de los EEUU es desastrosa. A Europa, con una fuerte dependencia energética y comercial de Rusia, no le interesa para nada el régimen de sanciones impuesto a Rusia con el pretexto de su intervención en Ucrania.
La economía rusa, basada en gran medida en las materias primas, está siendo deliberadamente asfixiada por la dramática caída de los precios del crudo, provocada por una sobreproducción del principal aliado de EEUU entre los productores de petróleo, Arabia Saudita. Si a esta situación de debilidad se añaden las consecuencias de las sanciones económicas y financieras, la sensación de acoso puede llevar a Rusia a buscar una salida desesperada.
Para desgracia de Europa, nos hallamos ante un escenario de escalada bélica de consecuencias imprevisibles. El potencial destructivo de una confrontación violenta en Europa oriental es, simplemente, aterrador. Ambos bandos poseen capacidad para asegurarse la destrucción mutua; y la de todo el planeta. A pesar de ello, los EEUU se las han ingeniado para imponer su agenda a Europa. Ni las sanciones económicas y sus eventuales consecuencias (en el suministro del gas ruso) ni el riesgo de una confrontación bélica son opciones deseables para ésta. Sin embargo, se halla vinculada a su estrategia a través de la OTAN, que hace sonar los tambores de guerra sin pudor.
España, adelantada de la intervención
¿Y cuál es el papel de España en todo este tinglado? Dos elementos de primera magnitud elevan enormemente el nivel de riesgo para nosotros: las bases americanas y los actuales compromisos con la OTAN.
Por una parte, el gobierno español ha autorizado el estacionamiento en la base de Morón de una fuerza de marines de despliegue rápido. Aunque formalmente establecido para su empleo en el continente africano, también estará disponible para intervenir como cabeza de puente en el extremo oriental del Mediterráneo y, por lo tanto, en Ucrania.
El uso de Morón para estos fines fueron ya autorizados por el gobierno del PP con carácter transitorio; y ahora se negocia, con discreción absoluta, la modificación del Convenio con los EEUU para ampliar esta autorización y hacerla permanente con un contingente de hasta 3.000 soldados y sus medios aéreos de despliegue inmediato.
Por otra parte, el anterior gobierno del PSOE ya había autorizado el estacionamiento en la base de Rota de cuatro destructores dotados con el sistema de combate AEGIS, que incluye lanzadores de misiles contra misiles balísticos, también para operar en idénticos escenarios. La utilización de cualquiera de estos medios en una eventual operación contra Rusia colocaría a España como blanco inmediato de sus posibles represalias.
En cuanto a los compromisos con la OTAN, éstos incluyen: el Centro de Operaciones Aéreas Combinadas (CAOC) de Torrejón, como uno de los dos únicos puntos de control de operaciones aéreas en el territorio europeo; una plataforma de mando de operaciones marítimas a bordo del buque “Castilla”, basado en Rota; y un centro de mando desplegable de operaciones terrestres con capacidad para dirigir las operaciones de un cuerpo de ejército. Estos dos últimos son activados cíclicamente, durante períodos de seis meses, cada tres años, como unidades de mando, en lo que constituye la Fuerza de Reacción de la OTAN (“NATO Response Force”, NRF), a la que se adscriben las fuerzas que cada país miembro haya decidido aportar en ese período.
Pero además, la OTAN está ahora inmersa en la puesta en marcha de lo que será su fuerza más letal: la “Very High Readiness Joint Task Force” (VJTF, fuerza de tarea conjunta de muy alta disponibilidad). Se trata de una fuerza autónoma de más de 5.000 efectivos, compuesta por elementos terrestres, aéreos, marítimos y de operaciones especiales, desplegable a cualquier teatro en el mundo en menos de dos días. Con un esquema de activación cíclico de tres años de duración, permitiría a la OTAN disponer de una fuerza de hasta tres brigadas multinacionales (la correspondiente al año en curso, más la del ciclo anterior y la que está en proceso de alistamiento para el siguiente) de despliegue inmediato.
Lo más preocupante es que es precisamente España el país que va a inaugurar esta nueva modalidad de fuerza intervención inmediata, ya que fue designada en la pasada cumbre de Gales para liderar su primera rotación con capacidad operativa certificada. Esto significa que aportará toda la estructura y el soporte del mando (el Cuartel General Terrestre de Alta Disponibilidad de Bétera), además del grueso de la fuerza (una brigada de unos 3.000 efectivos), a la que se sumarían batallones de otros países.
El objetivo declarado de esta fuerza es hacer acto de presencia inmediata en cualquiera de los países de la OTAN en el entorno de Ucrania (en los que se están habilitando las infraestructuras para acogerla), como respuesta a cualquier movimiento de tropas rusas a través de su frontera, que sería considerado una provocación.
Obviamente, su despliegue puede orientarse en cualquier otra dirección, pero es Ucrania la que está en el punto de mira. Y las denuncias de supuestos movimientos de tropas rusas en el Donbass son reiteradamente aireadas en los medios de persuasión como un dogma de fe. En consecuencia, solo hace falta “montar el caso” para disparar su actuación fulminante.
Pero ello no sería más que una reacción inmediata; a continuación sería desplegada la Fuerza de Reacción de la OTAN que se encuentre activada. Esto supone desplazar al teatro de operaciones hasta 35.000 efectivos en una semana.
El concepto será probado en otoño de este año durante las maniobras “Trident Juncture”. En las que participarán fuerzas de tierra, mar y aire y la mayoría de los movimientos serán efectuados alrededor del estrecho de Gibraltar. El despliegue de tropas terrestres será principalmente en territorio español, que aporta el grueso de las fuerzas como país anfitrión.
Pero es que, además, este ejercicio se ha diseñado para certificar la capacidad operativa de la primera VJTF, con su estructura de mando y todas las fuerzas comprometidas, que quedarían alistadas durante todo el año 2016. De manera que en un plazo de tiempo muy breve, nuestro gobierno, con la colaboración del PSOE, ha conseguido colocar a nuestro país como “los campeones” al servicio del imperio. No solo se le brindan condiciones óptimas de utilización de las bases a los EEUU, sino que nos meten de lleno en un dispositivo de la OTAN que compromete muy seriamente la paz en Europa.
La conveniencia de la opción por España se hace evidente si se piensa en la enorme dependencia del gas natural ruso por parte de los países centrales, a quienes no interesa, en consecuencia, aparecer en la vanguardia de esta escalada.
Los riesgos y las consecuencias; por una cultura de la paz
La apuesta, ahora, es muy arriesgada: ya no se trata de un conflicto que se puede mantener circunscrito al ámbito de la periferia, en la que la capacidad de represalias sobre la retaguardia es limitada. La deseada (por los EEUU) escalada puede traernos el conflicto a las puertas de casa. No es que eso haga a la intervención aquí más o menos moralmente justificable que en la periferia; se trata, simplemente, de que nos convierte en cómplices de un proceso en el que no tenemos nada que ganar y si mucho que perder.
El pueblo español no puede permanecer impasible ante una escalada bélica de imprevisibles consecuencias, que está siendo alimentada desde los sectores más duros del imperialismo dirigido desde los EEUU y al que el gobierno español se presta obsequiosamente sin rechistar. Causa bochorno contemplar, por ejemplo, la tibieza de la respuesta de nuestro ministro de Exteriores ante el ataque por Israel, el principal aliado de los EEUU, al puesto de control en la frontera con Líbano, en el que perdió la vida un cabo español. ¿Puede alguien imaginarse la respuesta si los disparos los hubiera hecho Hizbulá?
De manera que nuestro gobierno se empeña en arrastrarnos por la peligrosa pendiente de la guerra de la manera más oscurantista y con el respaldo interesado de todos los medios de persuasión. Es hora ya de decir basta, recuperando la honrosa tradición de oposición a la OTAN de hace tres décadas y a la participación en la guerra de Irak de hace tres lustros. Es preciso y urgente recuperar esa potente y digna contestación a la guerra y a la OTAN y alimentar con entusiasmo una auténtica cultura de la paz de base popular, frente a la cultura de la guerra de las oligarquías.
* Capitán de navío de la Armada española, en la Reserva.
Publicado en Rebelión