La política y los negocios en Chile no van de la mano, son uno. Uno, en la medida que la dictadura logró una simbiosis práctica entre la infraestructura económica del modelo y las estructuras sociales y políticas que le reproducen. Fue capaz de hacer converger los intereses de toda una clase (de izquierda a derecha); le dio materialidad a un proyecto histórico.
Este pacto social de los de arriba permitió a unos administrar el aparato estatal, a otros transformar la riqueza pública en ganancia privada, y ambos mantener las bases del modelo. Se cultivo así un nodo estatal-mercantil como articulador de la dominación neoliberal. Claro ejemplo de ello es el financiamiento cruzado de Luksic a las campañas de la derecha y de la actual presidenta, los pagos de Penta a la UDI y la Nueva Mayoría, los negocios financieros de Sebastián Piñera hasta la especulación inmobiliaria de Dávalos Bachelet y su señora.
Esta síntesis estuvo intacta hasta que un sector, presionado por la ciudadanía y el pueblo en las calles, no le quedó otra que transgredir el contrato. La respuesta no se hizo esperar.
Se anunció la reforma educacional y los que hicieron negocios con lo público ahora reivindican el emprendimiento privado. Se legisló sobre la reforma tributaria y los que habían nominado a la Concertación para el premio a la mejor coalición política de la historia pasan a la vereda del frente. Se abrió el debate a la reforma laboral y quienes defendían el modelo chileno hoy vaticinan su crisis. Lo que faltaba, declarada la despenalización del aborto las mismas clínicas y universidades que han lucrado de las necesidades de la gente se rebelan ante sus colegas. Es el destape de los político-empresarios, de su corrupción, de su hambre de mercancía. El cuadro más claro de quien manda en esta tierra. Como si Spencer Tunik hubiese vuelto y fotografiado al desnudo la totalidad de la fronda aristocrática.
Ahora bien, los poderosos no suben a su caballos o lanchas y salen de sus fincas sólo para mostrarse, lo hacen para actuar. Cuando su proyecto hegemónico cultural fue derrotado procedieron a hacer uso de las mismas herramientas que la institucionalidad les proveyó la década anterior. La artillería provino de grupos político-económicos creados precisamente a raíz del modelo.
Así se abrió nuevamente el chantaje. Si ayer ante cualquier modificación del sistema estaba la amenaza del retorno militar, hoy es más sutil pero igual de real: por la reforma educacional amenazan con cerrar escuelas, frente a la reforma tributaria dejarán de invertir, fruto de la reforma laboral despedirán trabajadores, y hoy aunque Chile diga sí a los derechos reproductivos no implementarán el aborto seguro y gratuito en sus centros de salud. El mal gobierno sufre lo que el mismo construyó, se enfrenta a su máxima y más horrible creación: dejar el devenir histórico del país en manos del poder económico, esa es la mercado-política.
En efecto ante la orfandad social de los proyectos dominantes de los de arriba, vuelve el uso del chantaje como recurso político para controlar a los de abajo, que se profundiza por la sumisión estatal. Si no te pueden respetar, que te teman. Un dispositivo que nos intenta recordar que no tenemos control sobre nada. Ni sobre el destino de nuestras vidas ni sobre la realidad de nuestros cuerpos.
Pero vamos caminando…
A pesar del actuar del mal gobierno-empresario algunos seguimos creyendo que no basta con dar vuelta la tortilla. Que el esclavo para caminar hacia su libertad no puede ocupar el puesto de su opresor y reproducir el mundo de ellos. Un proyecto radical no puede centrarse en la explotación de una clase sobre otra, porque precisamente apostamos a un mundo sin explotados ni explotadores, a un mundo sin clases, sin Estado, sin propiedad. Como nos recordaba Paulo Freire, nos liberamos todos o no se libera nadie.
Ahora la rabia se vuelve incontenible, el odio se cuela en los territorios, la ira sobrepasa la institucionalidad. Cada vez con mayor rapidez y densidad la diferencia se vuelve irreconciliable. No como relato insurreccional de una vanguardia que los medios pretenden identificar, sino como sentido común de las mayorías, el más profundo sentimiento de injustica y de ganas de hacer algo por cambiar el estado real de las cosas.
Ese ánimo colectivo debemos canalizarlo en organización popular y lucha social. Es sólo ahí que recuperamos la dignidad perdida. Es precisamente en la acción autónoma de las clases trabajadoras donde se delinea un mundo poscapitalista. Parafraseando a Frantz Fanon, la “cosa” explotada se convierte en un ser humano a través del propio proceso de liberación.
Ante el chantaje de unos y la sumisión de otros, el silencio y la inacción son cómplices, solo cabe multiplicar los espacios de poder popular, tejer la unidad en la acción de los sectores en lucha, y prepararnos para la ofensiva. Son muchos años resistiendo lo que se viene, y hoy ante el salvajismo del opresor es tiempo de decidir sobre lo que pasará.