¿Por qué Penta y la UDI? Es natural que sea la UDI. Es una extensión de los grandes negocios, las privatizaciones y grupos configurados durante la dictadura y reforzados durante la transición. En el directorio de Penta podemos hallar junto a conspicuos miembros del partido, a articuladores políticos de la más extrema derecha y a viejos estandartes del pinochetismo más duro. La lealtad con el modelo creado en la dictadura encuentra en la UDI a representantes destacados.
Es así como las empresas Penta, holding fundado y controlado por Carlos Alberto Délano y Carlos Eugenio Lavín, que maneja activos por más de 20 mil millones de dólares, tienen a hombres clave de la derecha, como Alfredo Moreno Charme, exministro de Relaciones Exteriores durante el gobierno de Piñera. Moreno, que es presidente de Empresas Penta, es también director en numerosas otras sociedades del holding, donde comparte sillones con Hernán Büchi, el exministro de Hacienda de Pinochet. Otros muy cercanos al grupo son el exsenador Carlos Bombal, que estuvo en la presidencia de la AFP Cuprum, controlada por Penta, o Joaquín Lavín y Cristián Larroulet, ambos fundadores junto a Délano y Carlos Eugenio Lavín de la Universidad del Desarrollo (UDD).
Si este vínculo no es suficiente, el actual es aún más estrecho. Ernesto Silva, el presidente de la UDI, es sobrino directo de Délano, en tanto su padre, Ernesto Silva Bafalluy, fue también fundador de la UDD y presidente de la AFP Cuprum hasta su fallecimiento el 2011. Según afirma El Mostrador, el presidente de la UDI ha comentado que desde siempre Délano ha estado presente en su vida. “El timonel UDI nació en 1975 y desde 1976 su familia veraneó en Con Con en la casa que ahí tenían los Délano Méndez. Pero la amistad era anterior. Su padre y el presidente del grupo Penta se conocieron cuando el primero estudiaba en el Colegio Verbo Divino, y en algunas competencias deportivas se topaba con quien era parte de la selección de fútbol del Saint George”.
Estos vínculos entre la clase dominante se hunden en la historia chilena. Acuerdos políticos y de negocios tomados otrora en los salones del Club de la Unión y hoy en los campos de golf del barrio alto. Una manera de hacer las cosas que consideraba como un hecho de la naturaleza que la ley estuviera siempre de su lado. Hasta ahora. Basta recordar cómo se escandalizó Andrés Velasco, el líder de Fuerza Pública favorecido por los dineros de Penta cuando llegó la PDI a buscar elementos inculpatorios a su casa. Tras el operativo policial, dijo “estar sorprendido”. Un columnista comentaba que esta clase social considera que los allanamientos se hacen en La Pintaba pero no en las casas de Las Condes.
Es bien posible que surjan más sorpresas entre la clase dominante. Porque el caso Penta no solo esconde una maniobra de evasión tributaria y financiamiento ilegal de campañas políticas. Es una expresión del poder de los grupos financieros ante todos los ámbitos de la vida política, social y económica. Es por ello que no podemos separarlo de otros eventos de corrupción privada y pública que han venido arrastrando al despeñadero la reputación de las elites políticas y empresariales. Una misma hebra une la colusión de las farmacias con las repactaciones unilaterales de La Polar, la producción de cerdos y el cártel de los pollos, las zonas de sacrificio ambiental, los abusos en el sistema educacional privado con el mismo Transantiago.
Junto a este fenómeno, que ha llevado al sector privado y a la figura del empresario desde la imagen del innovador y motor de la economía de los años noventa del siglo pasado al ambicioso y despiadado abusador de la actualidad, está el descrédito de la política. Aun cuando hasta el momento ambos fenómenos corrían de forma paralela, el caso Penta se ha encargado de exhibir su íntima y obscena relación. Aquellas zigzagueantes declaraciones y votaciones en la Cámara y el Senado que cambiaban de rumbo a las últimas horas, como la ley de medicamentos, la ley de Pesca, leyes mineras o la misma reforma tributaria cocinada entre cuatro paredes, quedan explicadas hoy en día con la investigación que realiza la Fiscalía sobre el ilegal financiamiento de los partidos. Los políticos han dejado hace mucho de responderle al electorado. Le responden a la mano que les da de comer.
El vínculo entre negocios y política no puede haber llegado a un punto más bajo. La investigación del caso Penta se empalma con el caso Cascadas, liderado por el ex yerno de Pinochet Julio Ponce Lerou por millonarias estafas en la bolsa de valores y con la reciente resolución del Tribunal de Defensa de la Libre Competencia que sancionó por colusión al cartel de los productores de pollos. En todas ellas y en muchas otras hay o ha habido un sesgo político. Si hemos mencionado los cargos en los directorios de empresas de los miembros y amigos de la UDI, hay numerosos otros cargos en grandes corporaciones que han ocupado antiguos y actuales miembros de la Concertación. No pocos hicieron carrera empresarial en transnacionales con medio cuerpo al interior de los partidos.
Desde la NM intentan separar aguas de la UDI. Pero tienen tejado de vidrio. La ciudadanía ya tiene su veredicto hacia la clase política, visión bien constatada en numerosas encuestas de opinión y en no pocos sórdidos episodios. El caso Penta demuestra que la política chilena está dirigida desde los centros de poder económico a través de sus representantes en el parlamento. Si esta es una forma de hacer política, no es una forma de democracia. Y algo similar ocurre con la economía y los negocios, todos amparados y favorecidos por leyes dictadas por sus representantes en el parlamentos. Por ello ya no sorprende que el grupo Penta contratara para tapar este escándalo mayúsculo al conocido lobista y miembro del PS Enrique Correa y a la empresa de comunicaciones Extend, de las hijas del DC Belisario Velasco.
Durante el tráfago de la investigación otro conocido lobista, Eugenio Tironi, que también es sociólogo, delineó una figura que podría explicar lo inexplicable. ¿Qué pasa hoy con las oligarquías, antes intocables? Para Tironi, estamos en presencia de una rebelión de los mayordomos, de las amas de llaves. Fiscales, policías, investigadores, supervisores, hasta los gerentes y administrativos de los oligarcas, usan estos momentos para desatar sus pequeñas y no tan pequeñas venganzas por viejas frustraciones. Hay un placer entre esas capas medias y en no pocos casos bastante altas, por ver humillados a los multimillonarios. ¿Por qué lo hacen? Basta ver la distribución del ingreso en Chile y su hiperconcentración, y basta ver cómo se están haciendo los negocios. La corrupción y el delito es la norma.
Este panorama desolador deja en evidencia un sistema político destruído. La solución, antes que sea demasiado tarde, es elaborar nuevas bases a partir de una Asamblea Constituyente.