Capítulo V de Pitucos con plata
En la historia de Chile los siúticos siempre han sido estigmatizados: el Presidente Domingo Santamaría rechazó un gabinete ministerial, presentado por don José Francisco Vergara, por la sola razón de estar compuestos de puros siúticos; don José Manuel Balmaceda fue expulsado del Club de la Unión por favorecer también a los siúticos; en el siglo XX los radicales representaron a los siúticos arribistas, y luego les siguieron los democratacristianos.
En el patio trasero neoliberal el ser siútico consiste en asimilarse a los yanquis: hablar todo el día de Nueva York, Miami y San Francisco, fingir un acento anglosajón – como el ex Presidente de Bolivia, Gonzalo Sánchez de Lozada – o haber ocupado un cargo en Naciones Unidas o en la OEA, o simplemente gente adinerada que puede darse el lujo de vacacionar en el país del norte – no quisiera ofender a la Presidenta de Chile, pero desde que ocupó un puesto en la ONU la encuentro un poco agringada -.
La UDI no logra equiparar su propio PentaGate – que tiene a este partido prácticamente destruido – con el ridículo crucero de los siúticos, que sólo puede demostrar cierto arribismo de algunos personajes de la Nueva Mayoría, pero que, a mi parecer, no hay nada de presunto delito, del cual la acusa la UDI, y por más esfuerzos que haga, jamás lo logrará.
La verdad es que me sentí tentado de cambiar el título de esta serie dejando de lado el de “Pitucos con plata”, por el de la última serenata de la genial orquesta del Titanic, pues pienso que más allá del hundimiento de la derecha a raíz del Penta-UDI – lo que en cierto grado es positivo para la democracia, pues la UDI sigue siendo un partido dictatorial, según el mandato de su jefe y de su maestro, Pinochet y Guzmán Errázuriz, respectivamente – estamos en una crisis estructural de la frágil democracia, tan dificultosamente conquistada.
No es grave que desaparezca la derecha, tampoco que no exista oposición, pues estamos acostumbrados a una monarquía presidencial absoluta, no somos una democracia, sino timocracia – gobierno de quienes poseen un determinado capital o cierto tipo de propiedades – y, como puede verse en la UDI, no es más que una sucursal del holding Penta, en consecuencia, sería muy fácil reemplazar a la derecha por algunos personajes claves de la Concertación
En la historia de Chile, dos veces ha sido rechazada la derecha por la soberanía popular: la primera, en 1965, en que liberales y conservadores alcanzaron apenas un 12% de los sufragios, logrando reciclarse en el nuevo Partido Nacional, de características militaristas y fascistas que, en elecciones sucesivas, logró un promedio del 20% de los votos – podría constatarse gran capacidad de resiliencia de la derecha -; la segunda, en la actualidad que, a mi modo de ver, la recuperación va a ser mucho más difícil, pues hay un desprestigio generalizado y consciente de la ciudadanía respecto a los poderes fácticos que apoyan a la derecha, entre ellos el empresariado, la iglesia católica y, como si esta realidad no bastara, muy poca gente cree en las instituciones – el Congreso, los partidos políticos, el poder judicial, todas estas instituciones con menos de un 20% de credibilidad -.
No es grave que desaparezca la derecha, tampoco que no exista oposición, pues estamos acostumbrados a una monarquía presidencial absoluta, no somos una democracia, sino timocracia – gobierno de quienes poseen un determinado capital o cierto tipo de propiedades – y, como puede verse en la UDI, no es más que una sucursal del holding Penta, en consecuencia, sería muy fácil reemplazar a la derecha por algunos personajes claves de la Concertación – Andrés Velasco, Gutenberg Martínez, José Joaquín Brunner, Mariana Aylwin…-, pero el problema es de otro calado: estamos ante el dilema de una monarquía sin oposición alguna, que puede gobernar muchos años más si no se convoca a una Asamblea Constituyente o, simplemente, la destrucción de la democracia representativa y su reemplazo por un populismo de carácter plebiscitario, no muy distinto de lo que podemos llamar “una especie de bonapartismo”, en consecuencia, es imprescindible hoy, no mañana, fundar la república – uso este término porque fue destruida en 1973 – que permita la existencia de una democracia basada en el federalismo, la separación de poderes – el semipresidencialismo – y derechos sociales garantizados constitucionalmente.
Vivimos en un país en que los ciudadanos deben elegir entre dos malas teleseries: “Pitucos con plata” o el “crucero de los siúticos arribistas”. Es de esperar que no alcancen a tocar “el último tango” de la orquesta del Titanic.
Rafael Luis Gumucio Rivas
19/01/2015