Cuando Marco me contó, en enero de 2009, que iba a ser candidato presidencial encontré la idea como una linda aventura, pero no se me pasó por la mente que llegaría al 20% de la votación, en diciembre de ese año – incluso, en el mes de octubre, si nos atenemos a las encuestas, estuvo a punto de pasar a la segunda vuelta y triunfar sobre Sebastián Piñera -.
El carisma de Marco no reside solamente en su juventud, sino también en una notable capacidad de abstracción y de absorber y relacionar las ideas de un verdadero proyecto de país. Su propuesta política comenzó a gestarse durante el período parlamentario, en que la idea matriz se fundamentaba en que el cambio del sistema político constituía la clave para la construcción del nuevo Chile, basado en tres revoluciones fundamentales: la educativa, de la salud y de la previsión, todas financiadas con una reforma tributaria – a diferencia de la de Michelle Bachelet actual, incluyera gravámenes para la minería y las finanzas, en consecuencia, recaudara el doble de la reforma aprobada recientemente -.
La clave del contenido del programa en las dos postulaciones sucesivas, (2009 y 2013), están cimentadas en un coherente proyecto país que, si se pudiera resumir en un breve concepto, es el paso de una monarquía neoliberal a una democracia de derechos que involucre a todos los ciudadanos. Armónicamente con esta intención, propone el semi parlamentarismo, el unicameralismo, el federalismo, elección directa de intendentes, formas de democracia directa, como el plebiscito tanto para revocación de mandato de elección popular, como referéndum para resolver aspectos centrales de los conflictos políticos y su participación directa en el proyecto país, es decir, pasar de una “democracia” sin ciudadanos, a una democracia ciudadana y ampliar el voto de los chilenos en el extranjero para poder participar en todos los cargos que emanen de la soberanía popular.
El Chile de hoy se ha caracterizado por ser el país “modelo” de la aplicación más radical de fanatismo doctrinario neoliberal, cuyos papas siguen siendo los economistas de la Escuela de Austria (Hayek) y de los Chicago Boys. En todos estos años lo que hecho el duopolio es profundizar y, en cierto sentido, humanizar esta adoración fanática por el mercado.
En el Programa Estado Nacional, del 21 de diciembre de 2014 expresó, con bastante lucidez, el desafío futuro de Chile: una revalorización de lo público, fundamentalmente, en aspectos que han sido muy eficientes en otros períodos históricos como es el caso de la educación, entendida como un deber del Estado y, a su vez, como un derecho inalienable para todas las personas que habitan en este país; lo mismo ocurre con la salud, que además de ser una prestación que el Estado debe garantizar, es un derecho ciudadano, que debe ser exigido, permanentemente, a cualquier gobierno. En resumen, significa parar de la dictadura absoluta del mercado a una sociedad de derechos donde Estado juegue un papel preponderante.
Una de las explicaciones por las cuales Marco Enríquez-Ominami se ha convertido en el líder político de mayor apoyo ciudadano hay que buscarla en que logra canalizar las aspiraciones de muchos ciudadanos postergados y desilusionados por el deficiente actuar tanto de una clase política de castas, como de instituciones cada vez más lejanas de la ciudadanía. Es cierto que es necesaria una combinación política de izquierda mucho más amplia que las actuales, pero esta política de alianzas no basta, pues si no conectamos la política con la sociedad civil, todos los esfuerzos que se emprendan serían como arar en el mar.
Nunca hay que confundir populismo con popular: el primero es efímero, caudillesco y halaga a la plebe, mientras que el segundo consiste en la permanente cercanía a la cotidianidad de la vida social, escuchar, comunicar y canalizar las vivencias, emociones y sentimientos populares, es decir, que el político se sienta en el mismo lugar que su mandante. Creo que esta lejanía de la gente, que ni siquiera se le toma en cuenta, es el talón de Aquiles que hace tambalear las reformas. Un Presidente inteligente e íntegro su primera tarea debiera ser comprar un matamoscas para ahuyentar, al menos, a tanto moscardón que se nutre del poder, como las moscas de los excrementes.
Recuerdo haberle escuchado a Marco que su primer acto de gobierno sería hacer una clase en un Liceo público, marcando que el alfa y el omega están en la educación. Yo agregaría, también visitar un hospital público, donde los pobre son tratados como cerdos. En Estado Nacional agregó otra idea muy buena, como presentar un proyecto que faculta al Presidente para llamar a plebiscito y convocar a una Asamblea Nacional Constituyente – digo yo -, fundadora de la II República, pues la primera murió el 11 de septiembre de 1973.
Rafael Luis Gumucio Rivas
21/12/2014