La iniciativa de la diputada Karol Cariola que propone prohibir por ley cualquier vestigio de homenaje a la dictadura, tiene un toque valorable y un no sé qué de ingenuo.
Recordemos que a los sucesivos gobiernos de la Concertación no les interesó esta exigencia que tímidamente se elevó desde las víctimas de la represión.
Peor aún, sus primeros presidentes callaron por conveniencia, simpatía o complicidad cuando se demolieron símbolos de la dictadura que debieron perpetuarse precisamente para lo que aspira la diputada Cariola: educar en el respeto de los Derechos Humanos, en especial, el de la memoria, aquel mecanismo que debería prevenirnos de volver a caer en lo que fue una tragedia que aún no cierra del todo.
La Cárcel Pública, el cuartel de Borgoño, el de José Domingo Cañas, Villa Grimaldi, y todos esos lugares en los que se asesinó, torturó e hizo desaparecer, fueron destruidos sin que los nuevos sostenedores del régimen hicieran nada por evitarlo.
La Concertación agrega esta deuda con la memoria, con las víctimas, con los familiares de asesinados y desaparecidos.
Una cultura verdaderamente democrática, en efecto, debería proscribir la adscripción, tolerancia y apología de cualquier signo que reivindique, recuerde o rinda homenaje a personajes, sucesos o símbolos de la dictadura. Salvo aquello que mantenga viva la memoria.
Pero por sobre todo debería pulverizar su legado que no sólo se expresa en símbolos, nombres u homenajes.
El verdadero e intocado legado dictatorial, concreto, brutal, cotidiano, vigente y en alza, es una cultura nacida del neoliberalismo más extremo y que ha logrado construir un país en el que da rabia vivir.
Claro, mientras no sea de la casta de privilegiados que disfrutan de todo lo que el dinero y el poder pueden lograr.
Nombres de calles, edificios, instituciones, barcos, edificios, aulas u órdenes, si se comparan con los efectos trágicos que el ordenamiento económico ha generado en el pueblo, son un pelo de la cola.
Lo tremendo de verdad es ver cómo cada día se segrega más y más a los desamparados, pobres y despreciados, arrinconados en guetos insufribles en las márgenes de las ciudades en donde no llega ni Cristo, para que decir la salud, la seguridad, la protección, las instituciones o el buen vivir.
En esa pobreza que el señorío no ve ni le interesa ver, se reproduce la marginación, la delincuencia, el tráfico y la desolación. Ese es un legado que valdría la pena erradicar
Símbolos vivos del pasado trágico de la dictadura son sus ex funcionarios, apologetas, sostenedores y sicarios que se pasean como Pedro por su casa en las instituciones en las cuales se codean con sus otrora enemigos, como si fuera lo más normal, ético y necesario.
Junto con nombres, símbolos y homenajes, lo que debiera ser borrada de la faz de la tierra, si se quieren hacer las cosas en serio y no solo jugar a que somos decentes y demócratas, sería toda la institucionalidad que fue impuesta sobre cadáveres, sufrimientos, exclusión y persecución por los militares y sus viles socios civiles.
Partiendo por la Constitución, debiera demolerse todo el entramado de leyes que ha permitido depredar las riquezas del país para que se la lleven a otros países, dejando en el nuestro un silencio más bien cómplice de quienes hacen gárgaras con un patriotismo de utilería.
Así como están las cosas de movidas, al extremo que los otrora sostenedores de la dictadura se preocupan de sacar de sus principios esas referencias ahora incómodas, no sería raro que la moción de la diputada Cariola cuente con el voto a favor de todo los hemiciclos y cámaras, y en una patriótica sesión de abrazos y fotografías, se apruebe por unanimidad.
Incluso en ese caso, nada sustancial cambiaría.
No muy lejos de ahí seguirá vibrando y no precisamente de manera simbólica, el legado esencial de la tiranía:
Profesores y trabajadores indignados que exigen reivindicaciones y dignidad, aún estarán siendo apaleados por la policía; millones de estudiantes seguirán sufriendo un sistema escolar transformado en una actividad económica más; los viejos recibirán aún sus pensiones de vergüenza y los trabajadores migajas y desprecio por sus esfuerzos; los venenos del desarrollo seguirá matando a pobladores indefensos; los mares se mantendrán en manos de un par de poderosos; se agudizará la ocupación militar en territorio mapuche con sus efectos colaterales de sufrimientos y abusos; y los ricos seguirán muy a salvo del resto del país en sus palacios y jardines, y en sus calles que ya no mencionarán al tirano.