El Mercurio, dios de mercaderes – que sólo dice la verdad en su cuerpo B y, posiblemente, en los Avisos Económicos -, en la sección de Reportajes del 2 de noviembre, destaca en uno de sus titulares “Fiebre de Reformas” – va en 66 en siete meses de gobierno – lo cual retrata perfectamente la mentalidad conservadora, cuyo sueño sería el que todo siguiera igual, por consiguiente, cero reformas. A los satisfechos de la vida no puede agradarles el cambio, pues pone en peligro el tesoro acumulado, durante siglos, sea por herencia, abuso o estafa.
Personalmente, estoy convencido de que el cambio es positivo: Chile ha vivido estancado, durante mucho tiempo, a causa del predominio de duopolio de los antiguos y nuevos ricos, tanto de la Alianza, como de la Concertación. Mi crítica, en consecuencia, no va dirigida al cambio, sino a la incapacidad de la Nueva Mayoría para integrar a los ciudadanos mediante la agitación, movilización y, sobre todo, el uso de una fuerza propia capaz de ponerse al frente de los “quintacolumnistas”, que corresponde a los viudos de la Concertación. A este Gobierno no le falta relato, sino una épica.
En reciente cita de Cerro Castillo se decidió el envío de varios proyectos de ley, a ser presentados desde ahora y hasta el 31 de enero, entre ellos: la agenda laboral, la ley Ricarte Soto, la agenda de seguridad, la elección directa de intendentes, el Acuerdo de Vida en Pareja, el aborto terapéutico, la creación del Ministerio de la Mujer, el fin del sistema binominal y los demás proyectos necesarios para completar la reforma educacional.
En este artículo me centraré en uno de estos proyectos de ley, el de la elección de intendentes. Desde el mercader Diego Portales, la aristocracia santiaguina y, posteriormente, los llamados gobiernos democráticos, no han hecho más que subyugar a las regiones y provincias de Chile, que siempre han jugado, a través de la historia, un rol subalterno, siendo que ellas eran y son las que producen la riqueza de este país mono productor – por ejemplo, el enclave del Norte Grande, con el salitre y el cobre -.
En este país de analfabetos respecto a la historia de Chile se ignora, por ejemplo, que Diego Portales junto al general José Joaquín Prieto, un pájaro de muchas cuitas, aniquilaron, con un ejército mercenario, la democracia de los pueblos y que, además, durante la historia del siglo XIX, hubo dos guerras civiles, iniciadas por las regiones contra el centralismo santiaguino – la primera, desde Concepción, liderada por el general José María de la Cruz, en 1851, y la segunda, por Pedro León Gallo, en 1859, en Atacama y Coquimbo. En Chile, el verdadero padre de la patria no fue el tirano Bernardo O´Higgins, sino José Miguel Infante, el líder del federalismo chileno -. (Aún no comprendo por qué en este país hay más estatuas de sanguinarios y tiranos que latinoamericanistas y visionarios, como es el caso de Francisco Bilbao o Pedro León Gallo).
En el Chile actual, los intendentes son meras marionetas de los presidentes de la república, y cada vez que hay un conflicto en sus respectivas regiones, se llama a los ministros dejando a los intendentes “marcando ocupado”. No son pocos los escándalos surgidos al seno de los gobiernos regionales, por ejemplo, Valparaíso ostenta un verdadero récord respecto a malversación de fondos públicos, especialmente.
Yo soy firmemente partidario de un Chile federal y que los nuevos Estados cuenten con real autonomía administrativa, cultural y económica respecto al poder central, pero la elección de intendentes representa un primer paso en el proceso de la descentralización política, sin embargo, me parece necesario agregar en las regiones mecanismos de democracia directa, que permiten la auténtica participación ciudadana en el gobierno territorial que, esta vez, podría agregar tareas fundamentales, como la conducción de la educación y la salud, que serían mucho mejor administradas y gestionadas en el ámbito de la región o la provincia.
Rafael Luis Gumucio Rivas
22/11/2014