Hay que estar muy mal de la cabeza para aceptar el cargo de ministro de Educación. Sus dos antecesores, Yasna Provoste y Harald Beyer, fueron destituidos de sus carteras por sendas acusaciones constitucionales, que terminaron aprobadas por los vejetes, que se disfrazan y ofician de jueces, con peluca y todo, en la Cámara de Senadores. Con estos antecedentes una persona con mínima dosis de cordura, se negaría a aceptar este regalo envenenado. Nicolás Eyzaguirre tuvo la valentía de asumir este calvario.
En estos días, el ministro está recibiendo fuego al troche y moche, de amigos, enemigos, envidiosos y opositores, también de estudiantes, profesores, apoderados “aleonados” por la derecha, a quienes se agrega la crítica del diputado independiente, Gabriel Boric – como el personaje de Juana Inés de la Cruz, todos quisieran que lo destinaran a lavar los pisos o, mejor, sacarle los juanetes a las monjas – con la sola excepción de su amiga de juventud, cuando ambos guitarreaban, la Presidenta Michelle Bachelet, quien al bajarse del avión que la traía de regreso de China, sin siquiera una manita de gato, se apresuró a apoyar a su amigo de toda la vida.
Entre tanto, la derecha, que no puede estar más mal políticamente, apela a subterfugios como la interpelación, una de las tantas invenciones del profesor Ricardo Lagos, que sólo sirve de circo a un Congreso muy desprestigiado – incluso, dejan entrever que utilizarían el mecanismo de la acusación constitucional, a mi modo ver, el único instrumento que puede utilizar el Parlamento para fiscalizar al Ejecutivo -. La derecha, al estar destruida por el rechazo popular, aprovechará muy malamente estos instrumentos de fiscalización convirtiéndose, en el mejor de los casos en una comedia jocosa.
La reforma educacional es, de lejos, la tarea más importante que un gobierno pueda emprender, el hecho de pretender cambiar el paradigma de la educación de mercado, como bien de consumo a un derecho social, gratuito e igual para todos, sería el cambio más radical en toda la historia de la educación chilena, y manteniendo las proporciones temporales y espaciales, esta reforma se convertiría en un cambio mil veces superior a la ley aprobada en 1920, sobre Educación Primaria Obligatoria y Gratuita, aprobada durante el mandato de Juan Luis Sanfuentes.
Por mi parte, sostengo que una reforma educacional que logre sacar los procesos de enseñanza-aprendizaje del dominio del amo y del mercado, se constituiría en el elemento fundamental de la refundación de la república, tarea que deberá ser coronada con la promulgación de unas Nueva Carta Magna, surgida de la convocatoria de una Asamblea Constituyente.
Nada más difícil que reemplazar lo viejo por lo nuevo, como es lógico, lo primero se niega a morir y, lo segundo, le cuesta nacer. Varios decenios de educación de mercado han formateado la mente de los chilenos, en un país en que todo se compra y se vende, incluso el amor y los sueños que, generalmente, se miden en dinero. Como lo dice el profesor Frenando Atria, abogado constitucionalista, en los únicos aspectos en que el mercado no ha penetrado es en la donación de órganos – nadie puede comprar un riñón o un corazón para ser trasplantado, y la lista de espera se rige, exclusivamente, atendiendo a razones de salud – y también en la igualdad ante la muerte. El principio de “cuánto tienes, cuánto vales” persigue nuestra vida cotidiana desde la mañana a la noche.
El miedo a lo nuevo, por lógico, trae como consecuencia la dificultad para implementar un cambio en la educación, sobre todo, cuando existen intereses creados de la “quinta columna” y, además se necesario propiciar el cambio cultural de las costumbres y modos de pensar de una ciudadanía acostumbrada a que todo se compra y que lo gratuito es malo, pues “no se le puede exigir calidad al prestador del servicio”, esta idea errónea explica el contenido de la frase “querimos pagar”.
La derecha, la “quinta columna” algunos personeros de izquierda e, incluso la iglesia, están clamando por la renuncia del ministro Nicolás Eyzaguirre. Según mi opinión, el tema no es de personas, sino de voluntad política; una tarea de tal magnitud que cambiaría al país radicalmente exige, por lógica, una importante dosis de “ardiente paciencia” y, sobre todo, toneladas de voluntad de poder. Sin voluntarismo nada se puede lograr ni en política, ni en la vida personal y social.
Rafael Luis Gumucio Rivas
14/11/2014