La personalidad de Voltaire – como la de todos los seres humanos – tiene una cara negativa: su odio a la iglesia, a la cual llamaba “la infame”, era soportado por la burguesía por el culto idolátrico que este filósofo profesaba al derecho de propiedad y a la posesión del dinero. Una frase que lo retrata de cuerpo entero dice que “un país ordenado es aquel que unos pocos hacen trabajar a los muchos y éstos están dispuestos a morir por esos pocos…” ¡Qué mejor retrato del Chile actual podríamos encontrar en boca del pensador francés!
Nicolas de Condorcet sostenía la teoría del progreso indefinido de la humanidad, visión tan equivocada como la del decadentismo spengleriano del siglo XX, pues la historia, en su complejidad, supera a ambas posturas. En 1755, el terremoto de Lisboa, con una magnitud de 8,7 grados Richter, y un costo en vidas humanas entre 60.000 y 100.000 personas – la ciudad capital de Portugal tenía, en ese entonces, 275.000 habitantes – destruyó la mayoría de las teorías optimistas del Siglo de las Luces.
La novela Cándido, de Voltaire, transcurre en parte durante el terremoto de Lisboa, y sus principales personajes son Cándido, el optimista, que cree, como el filósofo Leibniz, que estamos siempre en el mejor de los mundos posibles, y Martin, que ve todo negro, con acendrado pesimismo.
Haciendo una analogía con Michelle Bachelet, la Presidenta ha pasado del mejor de los mundos posibles al peor de los mundos posibles, de Cándido a Martin. Veamos: en marzo, al asumir el mando, había ganado con un 60% de los votos, tenía mayoría en ambas Cámaras legislativas, la derecha estaba destruida; ella era la heroína, la virgen, la madre del pueblo, sin embargo, la única nube que podría visualizarse era la alta abstención en las últimas elecciones presidenciales y parlamentarias, lo que hacía que la Mandataria representara sólo el 25% del universo electoral. En ocho meses de gobierno pasamos de Cándido a Martin.
En el área económica se da el más negativo de los círculos viciosos: una alta inflación y un bajo crecimiento que, en este caso, el Banco Central se ve imposibilitado para actuar en tal o cual dirección – si baja las tasas, podría incentivar el crecimiento pero, a su vez, ayuda a la más alta inflación, y si lo hace a la inversa, produce el efecto contrario <ni me metes me matas, si me lo sacas me muero> -. La inflación del 1% del mes pasado atenta, fundamentalmente, contra los alimentos haciendo crecer enormemente el IPC de los pobres.
En el campo político, la Presidenta obtiene en la encuesta Adimark un rechazo de un 47% y un apoyo de 45%; en la encuesta UDP obtiene un 43,6% de desaprobación y un 43,1% de apoyo; en el mes de mayo contaba con un apoyo del 54%, lo cual indica que ha perdido 10 puntos de mayo a noviembre. Si comparamos la primera administración con la presente, la Presidenta tiene, aproximadamente, el mismo porcentaje.
Las dos reformas, tributaria y educacional, tienen más rechazo que apoyo: al comienzo del gobierno, ambas contaban con un amplio apoyo ciudadano. Vayamos destapando algunos mitos: la derecha ha tratado de convencer al pueblo de que es la clase media que rechaza en mayor medida al gobierno. Veamos en la misma encuesta Adimark la falacia que esconde esta afirmación: en la clase alta, el 60% rechaza las reformas del gobierno, y sólo el 38% las apoya; en la clase media, el 46% apoya, mientras que el 48% rechaza; en la clase baja, un 46% en ambos sentidos. Las cifras prueban, en primer lugar, que se ha instalado una rebelión de los más privilegiados económicamente; en segundo lugar, que los Walker-Martínez andan bastante errados acerca del rechazo de la clase media al gobierno y a las reformas.
Es lógico que el cambio provoque incertidumbre y hasta rechazo – al ser humano no le gusta el movimiento y tiene terror a lo nuevo y el ideal sería el “eterno reposo” – razón por la cual a nadie debería extrañarle el aumento creciente de la reacción ante las reformas, por ejemplo, si este gobierno fuera parecido a los demás gobiernos de la Concertación – incluido el de la actual mandataria – de seguro, tendría un gran apoyo de los privilegiados, pero como la realidad muestra lo contrario, ha provocado, en consecuencia, la revuelta de los privilegiados.
Este tema exige, necesariamente, ser tratado más exhaustivamente, dedicaré otra columna a los errores y divisiones de la Nueva Mayoría.
Rafael Luis Gumucio Rivas
10/11/2014